Señor mío y Dios mío: La vida y la muerte, la salud y la enfermedad están en tus manos. Socórreme, pero no conforme a mi voluntad, sino conforme a la tuya. Si quieres, Tú puedes curarme. Di una palabra, y estaré sano. Pero, mis días están en tus manos. Si es tu voluntad llevarme de este mundo por medio de la muerte, para que esté contigo en la patria celestial, concédeme el poder para sobreponerme a los terrores de la muerte.

En medio de mi oscuridad, enciende y aumenta la verdadera luz en mi corazón. En tu luz veré la luz. Querido Señor Jesús, con tu muerte me has obtenido vida eterna. Me adhiero a tu Palabra con corazón creyente. Sé que por medio de la fe moras en mi corazón. Bendíceme, y aliéntame con tu reconfortante consuelo. Me acerco a tu trono de gracia confiando en que no rechazarás al que acude a ti. ¡Qué tu sangre preciosa me limpie de todos mis pecados! ¡Qué tus heridas me salven de la ira y del juicio de Dios! Moriré creyendo en ti.

Tú vivirás en mí, y no me dejarás sucumbir en el polvo, ni en la muerte; sino que me despertarás en la resurrección, para que viva eternamente. Tú has luchado y vencido por mí. ¡Qué tu poder me sostenga en mi debilidad! ¡Qué tu paz, que sobrepasa todo entendimiento, preserve mi mente y corazón en la verdadera fe! En tus manos encomiendo mi espíritu. Tú me has redimido, Dios de mi salvación.

Recibe mi alma, que tú has creado y has redimido; que has limpiado de pecado con tu sangre, y sellado con el don de tu Santo Espíritu; que has alimentado con tu santo cuerpo y sangre. ¡Qué no pierda yo el fruto de tu sufrimiento! ¡Qué tu sangre no haya sido derramada en vano para mí! Perdóname todos mis pecados. En ti confío, Señor. No sea yo confundido ni avergonzado jamás. Pido todo esto en tu nombre, y confiando en tus méritos, querido Señor Jesús. Amén.