El afligido dice:

Mi fe es demasiado débil. Muchas veces ni siquiera la siento en mi corazón, ni invoco a Dios con el fervor necesario como para ser atendido. Me temo que ya he perdido la fe, que se ha muerto. Y si mi fe ha muerto, ¿qué esperanza de salvación me queda? El apóstol dice que nos examinemos para ver si estamos en la fe. (2 Co. 13:5). Yo me examino, y a mí me parece que ya no tengo fe, porque no la siento en mi corazón.

El hermano en Cristo responde:

El Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. En Romanos 8:26 dice que no sabemos pedir lo que nos conviene, pero que el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, intercediendo por nosotros con gemidos indecibles. A veces no sentimos lo que creemos. A veces no notamos la existencia de la fe en nuestras vidas. Pero, a pesar de todo, el Espíritu Santo la sigue sustentando y preservando en nuestras almas. Nuestra fe puede arder de manera oculta, como una brasa debajo de las cenizas. La fe a veces anida en los pliegos secretos del corazón, aún cuando no la sentimos. No deduzcas que tu fe se ha extinguido sólo por el hecho de que no la sientas.

Todavía sientes el deseo de creer, y suspiras por poder creer. Aún ese deseo y ese suspiro, esa voluntad, procede de tu fe. No sentir la fe, y no querer creer, son dos cosas muy distintas. En el primer caso se trata de una lucha; en el segundo, de una malvada obstinación. Por medio de la fe Cristo mora en tu corazón, aún cuando no sientes su presencia. (Ef.3:17). Así mora también en tu corazón el Espíritu Santo, el Consolador, aún cuando no siempre puedas sentir su consuelo. Abraham, el padre de los creyentes, "creyó en esperanza contra esperanza. " (Ro.4:18). También tú debes seguir confiando únicamente en la Palabra y en las promesas de Dios, aún cuando no sientas tu fe.

Todo pensamiento nuestro debe ser llevado cautivo a la obediencia de Cristo (2 Co. 10:5). Cautiva tu falta de sentimientos y llévala a la fe. Préndete de todo corazón a la Palabra y quédate 21 tenazmente aferrado a ella. La semilla yace oculta bajo la superficie de la tierra, antes de mostrar la planta y las espigas visibles. Así, la semilla de la fe yace oculta en el corazón del creyente, aún cuando todavía no se manifestó abiertamente ningún fruto particular. Mientras duermes tampoco sientes tu fe. Sin embargo, nadie puede afirmar que tu fe ha dejado de existir. Y en esta tentación es como si un sueño hubiese embargado tu alma, de modo que no puedes sentir los impulsos de tu fe. ¡Dios no permita que pienses que por eso tu fe se ha muerto!