Señor Jesucristo, Hijo unigénito del Padre: en tu palabra fijaste lo que debe ser la norma para nuestro amor: Amen a sus enemigos, bendigan a quienes los maldicen, hagan bien a quienes los odian, y oren por quienes los ultrajan y persiguen (Mt 5:44, VRV). Atento a tu palabra, oro por mis enemigos y por quienes persiguen a la iglesia. Concédeme la gracia del Espíritu Santo para que, además de perdonar de corazón a mis adversarios, ruegue también por la salvación de su alma. No desenvaines contra ellos la espada filosa de tu venganza, antes bien, unge su cabeza con el perfume de tu clemencia (Sal 23:5). Apaga en sus corazones las chispas de la ira y del odio, para que no se tornen en llamas del infierno. Llévalos a reconocer que nuestra vida es como la niebla que aparece por un momento y luego se desvanece (Stg 4:14), y que nuestro cuerpo es polvo y ceniza. Así se abstendrán de abrigar en su cuerpo perecedero una ira imperecedera, y de albergar en la frágil tienda de campaña en que viven (2 Co 5:1), al enemigo de su alma. Llévalos a reconocer, además, que este odio encarnizado es su adversario más temible, porque les mata el alma y los excluye de la participación en la vida eterna. Ilumina sus corazones, para que se miren en el espejo de la misericordia divina y descubran la fealdad de la ira y del odio. Da un nuevo rumbo a su voluntad, a fin de que, alentados por el ejemplo del Señor perdonador, desistan de dar rienda suelta a su intento de causar daño a sus semejantes. Ayúdame, te ruego, a vivir en paz con todos, en cuanto dependa de mí (Ro 12:18), e induce los corazones de mis antagonistas a buscar una reconciliación fraternal. Ya que fuimos llamados a una sola esperanza - ¡una morada en la patria celestial! - (Ef 4:4) marchemos también en paz por el mismo sendero de esta vida. ¿Podríamos vivir desunidos en el presente, si queremos vivir unidos en el futuro que nos fue prometido? A ti, único Señor del cielo y de la tierra, elevemos nuestra voz. Es del todo contrario a tu voluntad que los servidores de un solo señor vivan desunidos entre sí. Somos un solo cuerpo espiritual bajo la cabeza que es Cristo. Es bochornoso, pues, y vergonzoso, que los miembros de un mismo cuerpo luchen los unos contra los otros. Existe un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo para todos (Ef 4:5); corresponde, por lo tanto, que nos mantengamos unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito (1 Co 1:10).

Pero no es sólo por mis adversarios personales que te ruego, sino también por los enemigos y perseguidores de la iglesia. ¡Hazlos volver; Verdad suprema, a la senda de la verdad; trastoca, Poder supremo, sus planes siniestros, y reprime sus insanas ansias de persecución! Sepan y reconozcan que no sólo es en vano, sino que es dura cosa dar coses contra el aguijón (Hch 9:5, VRV). Los que saben que en bien nuestro fue derramada la sangre de Cristo, el cordero inocente, ¿porqué imitan la hazaña de los lobos feroces? ¿Porqué están sedientos de derramar la sangre inocente de personas por las cuales, como bien saben, fue derramada sobre el altar de la cruz la sangre del propio Hijo de Dios? Conviértelos, Señor, para que se conviertan a ti (Jer 31:18, VRV), y para que obtengan el fruto de su conversión en el vida presente y en la vida venidera. Amén.