Dios omnipotente, eterno y misericordioso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por obra del Espíritu Santo congregas para ti una iglesia de entre el género humano y preservas en su medio como tesoro más preciado la predicación del mensaje salvador, te ruego con toda humildad: haz que esta predicación siempre se atenga sin alteración a la verdad revelada, y que la iglesia crezca más y más. Por tu sin par bondad encendiste en este tenebroso mundo la luz de tu palabra. No permitas que vuelva a ser opacada o extinguida por las neblinas de preceptos humanos. Tú nos has dado tu palabra como alimento saludable para el alma. Impide, oh Señor, que se torne en veneno por el engaño de Satanás y la mente corrupta de los hombres. Apaga en nosotros los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa con su hambre de frutas prohibidas, para que podamos gustar de la dulzura del maná escondido que tú nos das (Ap 2:17). Nadie podrá gustar de esa dulzura, a menos que haya sido su voluntad hacerlo. Ni nadie gustará de ella, si en su paladar todavía permanecen los sabores de las supuestas delicias humanas. Tus palabras son espíritu y son vida (Jn 6:63), palabras de luz y de gracia. Quita pues de nuestro corazón la mentalidad pecaminosa con sus deseos impuros y haz que tu palabra sea una luz interior que nos enseña el camino hacia la herencia de los santos en el reino de la luz (Col 1:12).
¡Que la luz de la palabra encienda en nuestro corazón la luz de la fe vivificante para que en tu luz podamos ver la luz (Sal 36:9): en la luz de la palabra, ver la luz de tu Hijo! Así como en el desierto descendió sobre los hijos de Israel el maná del cielo como rocío saludable, descienda sobre nosotros la semilla de la palabra saludable y eche raíces que produzcan frutos para la vida eterna (Jn 4:36).
Protege, Señor, la viña de tu iglesia en que se esparce esta semilla y se cosechan estos frutos. Rodéala de la custodia de tus ángeles a fin de que no la destruyan los jabalíes del bosque, ni la devoren los animales salvajes (Sal 80: 13), los unos mediante persecuciones violentas, y los otros con tentaciones sutiles. Edifica en medio de tu viña, la iglesia, la torre de tu providencia (Is 5:2), impidiendo así toda devastación. Y cuando en algún tiempo te plazca arrojar las uvas de tu viña en el lagar de la cruz y las aflicciones, te ruego que previamente las hagas madurar para que puedan producir dulces frutos de fe y de paciencia. Oh Señor, haz que nuestra alma transforme las burlas, las persecuciones, las adulaciones y todo lo demás que tiene que soportar en este mundo, en el vino de la fe, la esperanza y el amor, y frutos de paciencia y humildad. Y al final llévanos de la iglesia militante a la iglesia triunfante. Cambia esa frágil tienda de campaña en que vivimos, en el templo indestructible de la Jerusalén celestial. Amén.