Asísteme, Señor Todopoderoso, para que no sea vencido por las tentaciones y persecuciones del maligno. Sé tú mi escudo y mi apoyo en la lucha, de modo que al fin pueda salir victorioso. Por fuera hay conflictos, por dentro temores (2Co 7:5); pues por dentro, el maligno hiere mi alma con las flechas encendidas de sus tentaciones (Ef 6:16), y por fuera me hostiga con toda suerte de contrariedades e intrigas. Es una serpiente por sus sutiles engaños; un león por sus ataques feroces; un dragón por su cruel opresión. Se atrevió hasta trabarse en lucha con el jefe de las huestes celestiales; ¿acaso me dejará en paz a mí, un simple soldado? Trató de hacer caer a la cabeza que es Cristo (Mt  4:3); ¿porqué no habría de pensar en aniquilar también a un débil miembro de su cuerpo espiritual? En mí no hay fuerza alguna para encarar a este poderoso adversario, ni inteligencia que me ayude a desbastar sus funestas artimañas.

Por esto me dirijo a ti con toda humildad. Tu poder no tiene límites, e ilimitada es también tu sabiduría. Ven a socorrerme, invencible León de la tribu de Judá (Ap 5:5), para que contigo y por medio de ti yo pueda derrotar a este fiero León infernal. Tú luchaste por mí, y venciste. Lucha y vence ahora también en mí, para que tu poder se perfeccione en mi debilidad (2Co 12:9). Agudiza los ojos de mi espíritu para poder detectar las astutas maquinaciones del diablo. Dirige mis pies para poder escapar de sus redes. La victoria en esta lucha sea para mí la señal segura de mi regeneración. Tu presencia me dé la certeza de que tu promesa no fallará. Y por último, Señor, fortaléceme con tu gran poder (Ef 6:10) para salir victorioso en este duelo y como creyente, poder juzgar a mi contrincante (1Co 6:3).

Cuanto más numerosas y peligrosas que son las embestidas de este enemigo, tanto más ardientemente deseo tu confortante presencia. En verdad, numerosas y peligrosas son sus embestidas. Muchas veces despierta en mí un insaciable deseo por las cosas de este mundo, con el propósito de enredarme en los lazos de la codicia y apartarme de la senda de la justicia. Otras veces enciende en mi corazón las llamas del odio con el fin de inducirme a causar daño a mi prójimo. Voluptuosidad y lascivia, envidia y ambición, todo esto lo trata de incentivar en mi corazón, y lo hace de una manera muy sutil: antes de arrastrarme a cometer tales pecados, intenta persuadirme de que se trata de cosas de poca monta, insignificancias. Y apenas logrado lo que quería me dice todo lo contrario: que el peso de estos pecados es tal que supera el peso de la misericordia divina. Y su última meta es hacerme caer en desesperación. Tamaña maldad y alevosía me deja sin defensa. Por esto busco tu amparo, que eres mi fuerza y mi roca de salvación, ahora y para siempre. Amén.