Oh Jesucristo, Hijo del Dios viviente, crucificado y resucitado para nuestro bien, que con tu muerte destruiste la muerte nuestra y sacaste a la luz la vida incorruptible (2 Ti 1:10): A ti, único Dios verdadero junto con el Padre y el Espíritu Santo, elevo mi voz y te ruego de todo corazón que me concedas una partida en paz de la miseria de esta vida, y una feliz entrada en la vida eterna en el día de la resurrección y el juicio postrero. Yo sé que el término de mi existencia ha sido determinado por Dios, y que a la muerte le seguirá el juicio (He 9:27). Asísteme en la hora de la muerte, tú que moriste por mí en la cruz. Defiéndeme en el día del juicio, tú que fuiste juzgado y condenado injustamente. Cuando se deshaga esta tienda de campaña en que vivo (2Co 5:1), conduce a mi alma a su morada eterna en la patria celestial. Cuando en la agonía se apague la luz de mis ojos, enciende en mi corazón la luz de la fe salvadora. Cuando en la hora de la muerte se cierren mis oídos, hazme oír en mi interior tu voz consoladora. Cuando de mis miembros desfallecientes brote el sudor de la muerte, trae a mi memoria el sudor tuyo que era como gotas de sangre (Lc 22:44), el precio de rescate perfecto por mis pecados y un remedio contra mi muerte. Cuando en esta lucha final ya no pueda articular palabras inteligibles, concédeme que el Espíritu mismo interceda por mí con gemidos que no pueden expresarse con palabras (Ro 8:26). Cuando la angustia de mi corazón crezca más y más, ven y consuélame con la promesa de tu gracia invariable que sigue cobijándome aun cuando toda consolación y ayuda humanas ya se han agotado. Haz que pueda soportar con paciencia todo lo que traen consigo estas horas, y finalmente libera mi alma de la cárcel que todavía la detiene.

Al recordar todo lo que sufriste en tu pasión y muerte, te pido que me defiendas contra los dardos encendidos de Satanás con que me ataca en la hora de mi muerte, y me des la victoria sobre las arremetidas de los poderes infernales.

Mi última palabra en esta vida sea la que tú pronunciaste en la cruz cuando todo se había cumplido: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23:46). Concédeme, después de un fin bienaventurado, una resurrección igualmente bienaventurada. En aquel día del juicio líbrame de una sentencia severa, tú que en esta vida presente aseguraste que el que cree en ti no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida (Jn 5:24): Que todos mis pecados queden en el fondo del mar a donde fueron arrojados (Mi 7:19), y mi alma llegue junto con todos tus elegidos al lugar en que tendrá gozo y alegría sin fin. Amén.