El afligido dice:

Seré sepultado, y volveré al polvo. Pienso igual que Job cuando esperaba la muerte, y dijo que pronto su casa sería una tumba, y los gusanos sus parientes. Eso me da asco y miedo.

El hermano en Cristo responde:

No pienses en la descomposición de tus restos mortales, en el polvo que volverá al polvo. Piensa más bien la futura resurrección del polvo. Si con Job has dicho que los gusanos serán tus parientes (Job 17:13-14), di también con Job: "Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; y mis ojos lo verán, y no otro. " (Job 19:25-26).

La gloriosa resurrección de nuestros cuerpos es enseñada claramente en las Sagradas Escrituras. Muchos textos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, hablan con toda claridad de la resurrección. Al morir, los patriarcas eran "reunidos con su pueblo. " (Gn.25:8). Estando muertos, seguían siendo miembros del pueblo del Dios viviente. Dios se declara "el Dios de Abraham, Isaac, y Jacob." "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos." (Ex.3:6; Mt.22:32). Los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob viven en sus espíritus en presencia de Dios, y cuando llegue el día, también sus cuerpos serán vivificados. Lutero tradujo así las palabras de Job: "Yo sé que mi Redentor vive, y me levantará más tarde de la tierra. " (Job. 19:25).

El profeta Isaías dijo: "Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad moradores del polvo! Porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos...y vuestros huesos reverdecerán como la hierba." (26:19; 66:14). "Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritus, y viviréis; y sabréis que yo soy Jehová." (Ez.37:5-6). Y el profeta Daniel dijo: "Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua."

Jesús, que es la Verdad personificada (Jn.l4:6), dice: "Vendrá hora cuando todos los que estén en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación. " (Jn.5:28-29). "Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero." (Jn.6:39-40. Vea también vs.44 y 45). "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente." (Jn. 11:25-56).

San Pablo expresa su "esperanza en Dios... de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos." "Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad... entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria." "El que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros." "Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas." "Porque si creemos que Jesús 43 murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él." (Hch.24:15; 1 Co.l5:53-54; 2 Co.4:14; Fil. 3:20-21; 1 Ts.4:14).

El apóstol Juan vio "a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios... y el mar entregó los muertos que había en él. " (Ap.20:12,13). Además de estos claros testimonios bíblicos, hay sólidos argumentos y razones para la resurrección. El apóstol saca la conclusión de que, si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Él es "la primicia de los que durmieron." (Ap. 15:20). Y de acuerdo al orden de Dios, a ofrenda de las primicias le sigue la cosecha. (Ex.23:19; Lv.23:20). La cosecha de la resurrección universal seguirá a la primicia, que es la resurrección de Cristo. Cristo es cabeza del cuerpo místico que es la Iglesia. Lo que le ocurre a la cabeza, afecta a todo el cuerpo. Por eso el apóstol exclama confiadamente: "Dios nos resucitó juntamente con Cristo, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús." (Ef.2:6). Porque nuestra carne y sangre están en Cristo, porque Él también es un verdadero hombre. Donde reina Él, reinaremos nosotros.

Donde tiene dominio nuestra sangre, tendremos dominio nosotros. Donde nuestra carne llega a la gloria, también nosotros llegaremos a la gloria. Como la muerte entró por un hombre, el primer Adán, así también la resurrección llegó por medio de un hombre, Jesucristo, el segundo Adán. (Ro.5:12 ss.). Como en Adán todos morimos, en Cristo todos seremos vivificados. (1 Co. 15:21 -22). La caída de Adán tuvo el poder de someternos a la muerte. ¿Acaso la resurrección de Cristo no habría de tener el poder de recuperarnos la vida eterna? Está claro que Jesucristo es el garante de nuestra resurrección.

Por medio de su gloriosa resurrección Cristo demostró ser el conquistador de todos sus enemigos, incluyendo a la muerte. Al resucitar, venció la muerte, y un día la eliminará definitivamente. Cristo es un Rey eterno, y resucitará a sus súbditos de la muerte, para que vivan eternamente con Él. Nuestro Salvador no sólo libro nuestras almas del yugo del pecado, sino también nuestros cuerpos, y destinó ambos para la vida eterna. El cuerpo habrá de resurgir del polvo, para entrar en posesión de la vida que Cristo obtuvo. Nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo. (1 Co.3:16). Él no permitirá que sus templos desaparezcan para siempre en el polvo. Los reconstruirá, y los hará muchos más vigorosos y gloriosos de lo que fueron en esta vida.

Nuestros cuerpos son santificados por el cuerpo y la sangre de Cristo en la Santa Cena. ¿Cómo podrían, entonces, permanecer en la tumba? ¿Cómo podría decaer sin volver a la vida la carne alimentada con el cuerpo y la sangre del Señor? En la Santa Cena, el pan que hacemos a partir de los granos de trigo que crecen de la tierra, deja de ser pan común y recibe un elemento celestial, el cuerpo de Cristo. Así, nuestros cuerpos que reciben la Santa Cena, ahora también tienen un elemento celestial, que nos asegura la resurrección.

Recordemos, finalmente, a los que ya han sido resucitados. Algunos fueron restituidos a la vida directamente por Cristo, como Lázaro o el hijo de la viuda de Naín. (Jn.ll;Lc. 7:11-17). Otros, por los profetas y apóstoles, con el poder de Cristo. Todas esas personas que fueron resucitadas son como mensajeros que nos anuncian la vida eterna. Ellos son un testimonio viviente para nosotros, que tenemos la misma fe que ellos, y esperamos la misma resurrección.