El afligido dice:
¿Cómo puedo tener la certeza de que Dios me ha aceptado nuevamente en la gracia que me había dado en el bautismo? ¡Necesito algo claro y seguro que pueda confirmarme y garantizarme la gracia de Dios!
El hermano en Cristo responde:
En la Santa Cena recibes el cuerpo que Cristo entregó a la muerte por ti, y la sangre que derramó en la cruz por tus pecados. Siendo que en la Santa Cena recibes el cuerpo y la sangre de Cristo, los dones que fueron ofrecidos para pagar tu rescate, puedes estar seguro de que compartes todo lo que Cristo obtuvo para ti en el altar de la cruz. O sea: La gracia de Dios, el perdón de los pecados, la justicia que vale ante Dios, la vida y la salvación eterna. ¿Cómo puedes dudar todavía, si has sido aceptado nuevamente a la gracia de Dios? ¿Quién más cercano al Padre que su Hijo unigénito? Él está en el seno del Padre. (Jn. 1:18). Él está en el Padre, y el Padre está en Él. (Jn. 14:10). Él y el Padre son uno. (Jn. 10:30). ¿Y qué está más cerca del Hijo que su cuerpo y sangre, o sea, la naturaleza humana que Él asumió?
Él se unió inseparablemente a la misma. Así que, si comes el cuerpo y bebes la sangre de Cristo, quedas íntimamente unido a Dios. Cristo permanece en ti, y tú en Él. ¿Qué llega a estar más cerca nuestro, que lo que comemos y bebemos? Así, pues, cada vez que comes del vivificante cuerpo de Cristo, y bebes su preciosa sangre, recibes vida espiritual de Él, que es la fuente de la vida. Cristo asumió naturaleza humana.
En su cuerpo de carne y sangre Cristo venció al pecado y la muerte. De esa manera, Cristo recreó nuestra vida. Por su inmensa gracia, ahora podemos disfrutar la gloria celestial. Y en la Santa Cena Él quiere darte a ti su naturaleza humana, para que tengas la certeza de que todos los tesoros que Él ha conseguido con su cuerpo y sangre son para ti.
Cristo implanta tu pobre y corrupta naturaleza en su santo y vivificante cuerpo, para que obtengas de Él el antídoto contra el veneno espiritual que hay en tu vida. Él es la vid, nosotros somos los pámpanos. El que permanece en Él, lleva mucho fruto. (Jn. 15:5). Las impurezas de tu naturaleza humana están cubiertas por el cuerpo y la sangre de Cristo que recibes en el sacramento. No es posible que tu cuerpo permanezca para siempre en la tumba después de haber sido alimentado con el cuerpo y la sangre de Cristo.
Hasta los huesos del difunto profeta Elíseo produjeron vida milagrosamente (2 R. 13:21). ¡Cuánto más podrá despertarte para la vida eterna el cuerpo viviente y vivificante de Cristo!