El afligido dice:
¡Siento horror al pensar en lo riguroso que será el Juicio Final! Encima de mí, el implacable Juez eterno; debajo de mí, el abismo del infierno; dentro de mí, la conciencia acusadora. A mi derecha, los pecados que me condenan; a mi izquierda, los demonios que me espantan. Me acusará Satanás; me acusarán mis iniquidades. Me acusará mi propia conciencia, "porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse. " (Mt. 10:26). Nadie puede eludir a la omnisciencia divina, ni escapar al poder de Dios, ni torcer su justicia, ni anular su sentencia.
El hermano en Cristo responde:
Si crees en Cristo, el Hijo de Dios, no serás condenado, ni se mencionarán tus pecados. (Jn.3:18). Jesús dijo: "El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. " (Jn.5:24). Tu caso ya no será debatido ante su augusto tribunal, porque Él mismo libró a todos los creyentes de la ira venidera. (1ª Ts. 1:10). El día del Juicio Final será horrendo sólo para los incrédulos, por causa del castigo que les espera. Pero para los creyentes será glorioso, por causa del galardón con que serán coronados. Para los incrédulos será un día de ira y juicio. Para los creyentes un día de gracia y de inefable recompensa. Jesús dijo que cuando se aproxime ese día, sus discípulos levanten sus cabezas, porque su redención está cerca. (Lc.21:28). La novia no siente miedo ante la llegada del novio.
Por medio de la fe, tú estás comprometido con Cristo, el Esposo de la Iglesia. Pues bien, cuando Él aparezca en el Día del Juicio Final vendrá para llevarte como a su esposa, a la boda celestial. (Ap.l9:7). Siendo así, ¿hay motivos para temer? El día del Juicio Final será el día de nuestra liberación definitiva. Seremos convertidos en perfectos siervos de Cristo. Seremos librados de toda adversidad y mal. Se acabará para siempre la constante lucha contra nuestra naturaleza carnal, y contra todo tipo de peligro espiritual. Será un día de "refrigerio". (Hch.3:19). Los sedientos y angustiados creyentes seremos arrebatados del fuego de la tribulación, y llevados al lugar de descanso y de aguas vivas. ¡Qué cada cristiano diga: "Amén. Sí, ven Señor Jesús." (Ap. 22:20). Si amamos a Jesús esperaremos ansiosos su venida. Sería absolutamente inconsecuente tener miedo de que venga Aquel a quien amamos.
Es una gran contradicción orar: "Venga nos tu reino " y al mismo tiempo tener miedo de que esa oración sea efectivamente oída. ¿De dónde proviene ese temor? ¿De saber que Cristo volverá como Juez? ¿Crees que Él será injusto, que estará furioso contigo y será hostil en contra tuya? ¿Tienes motivos para temer que tu Abogado e Intercesor no sepa ni pueda defenderte? (1ª Jn.2:1; Ro.8:34). ¡Nada de eso! Ni siquiera necesitas seguir temiendo las acusaciones de Satanás, de la Ley de Dios, y de tu propia conciencia. Tus pecados han sido arrojados a las profundidades del mar, es decir, dentro al abismo de la gracia de Dios. (Mi.7:19). Dios echó tras sus espaldas todos tus pecados. (Is.38:17). Nunca más serán mencionados. (Ez. 18:22). Satanás no puede reflotarlos del mar del perdón, ni ponerlos nuevamente ante nuestro Juez. Tus pecados han sido cubiertos; tus transgresiones han sido perdonadas y borradas. Ya no serán recordadas en la corte celestial. (Sal.32:l; 51:2; Is.43:25; Jer.31:34).
Todos los ataques que el diablo pueda llevar a cabo contra los creyentes, serán frustrados y fracasarán. Se encontrará con que el acta de los decretos que nos acusaba fue quitada de en medio y clavada en la cruz. (Col.2:14). Será en vano acusarte de algún pecado: Cristo te los ha perdonado todos. Será en vano que la Ley te acuse: Cristo obedeció perfectamente en tu lugar, y aplacó la ira de Dios contra ti. Tampoco necesitas temer que Cristo aparezca repentinamente para el Juicio Final. Es verdad que "el día del Señor vendrá como ladrón en la noche." (1ª Ts.5:2). Los que han sido escogidos en Cristo "antes de la fundación del mundo "; los que heredarán el reino de gloria eterna, no necesitan tener miedo al día del Juicio Final. (Mt.25:34; Ef.l:4). Encomienda tu alma a las piadosas manos de Dios, para que Él tenga cuidado de ti. Él preservará tu alma en el momento de tu muerte, y en el día del Juicio Final la reunirá con tu cuerpo glorificado, y te hará disfrutar de eterna felicidad en el cielo. Amén.