Ciertamente, Cristo cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores (Is 53:4). Oh amado Señor Jesús: el pecado que habita en nosotros merece un castigo eterno, pero este castigo lo sufriste tú; la carga que nos habría dejado postrados para siempre, tú la llevaste. Fuiste “traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades. Gracias a tus heridas fuimos sanados. El Señor hizo recaer sobre ti la iniquidad de todos nosotros” (Is 53:5,6). ¡Por cierto, un trueque admirable! Tú nos quitas nuestros pecados y nos regalas tu justicia. Tú te entregas a la muerte que tendríamos que haber sufrido nosotros y nos regalas la vida.
Por esto no tengo motivo alguno para dudar de tu gracia, ni tampoco para caer en desesperación a causa de mis pecados. Tú cargaste con lo peor que había en nosotros, ¿cómo habría de despreciar ahora lo mejor que hay en nosotros, y que es obra tuya a saber, nuestro cuerpo y nuestra alma? “No dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción” (Sal 16:10).
Pues en verdad: santo es aquel cuyos pecados han sido borrados y quitados; porque “Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados” (Sal 32:1,2). Puesto que Dios ya pasó nuestra deuda a la cuenta de otro, de ninguna manera la volverá a cobrar de nosotros. A causa del pecado de su pueblo, el Señor “traspasó” a su tan Amado Hijo. Por eso, “mi siervo justo justificará a muchos, porque cargará con los pecados de ellos”(Is 53:11). Y ¿cómo el Señor justificará a los suyos? Pon mucha atención, alma mía “por su conocimiento,” o sea, por el conocimiento salutífero de la misericordia y gracia revelada en y por Cristo y por nuestra apropiación de estos dones por medio de la fe.
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Jn 17:3). Leemos además: “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo ha levantado de entre los muertos, serás salvo.” (Ro 10:9). Por su parte, la fe se aferra a la obra expiatoria de Cristo por cuanto él “cargó con el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.” (Is 53:12). Pocos serían, en efecto, los justos, si Dios no hubiese aceptado a los pecadores, movido por su compasión perdonándole sus transgresiones.
Por consiguiente: ¿cómo podría Cristo juzgar con severidad las transgresiones de quienes se arrepienten? ¿Acaso él no cargó con nuestras enfermedades? ¿Cómo podría condenar a los culpables? ¿No dice la escritura que “al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador”? (2Co 5:21) “Ustedes son mis amigos” (Jn 15:14) afirma Jesús; ¿y va a juzgar ahora a los que son sus amigos? Así, tampoco puede someter a juicio a aquellos por quienes intercedió, y a aquellos por quienes murió.
Ten ánimo, pues, alma mía, y olvida tus pecados; porque el Señor mismo no se acuerda más de ellos (Is 43:25). Y si esto es así, el temor de que un día aparezca un nuevo juez de lo criminal es un temor totalmente infundado. Si algún otro hubiese pagado el rescate por mi deuda, yo podría tener mis dudas acerca de si el Juez justo lo aceptará. Y si el rescate hubiese sido pagado por un hombre cualquiera, o por un ángel, ¿qué certeza habría de que sería suficiente? Pero todas estas dudas las puedo descartar. Dios no puede rechazar como insuficiente un rescate que él mismo pagó. Y me pregunto: “¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar?” (Sal 42:5) “Todas las sendas del Señor son amor y verdad. El Señor es justo, y sus juicios son rectas,” (Sal 25:10; Sal 119:137) ¿A qué vienen entonces tus temores, alma mía? ¡Piensa en la misericordia de Dios, y piensa también en su justicia! Si Dios es justo, no cobrará dos veces un rescate por una y la misma transgresión. Castigó a su Hijo a causa de los pecados nuestros; entonces, no nos castigará también a nosotros, los siervos, por los mismos pecados.
“El Señor omnipotente afirma: No me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta” (Ez 33:11); y Jesús nos invita: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mt 11:28). ¿Qué queremos entonces? ¿Decir que Dios miente, y que la carga de nuestros pecados pesa más que su misericordia? Llamar mentiroso a Dios, y negar su misericordia - pecado más grave no existe en el mundo entero. Por eso Judas, al caer en desesperación, cometió un mayor delito que todos los judíos al crucificar a Jesús. No olvidemos jamás: “Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Ro 5:20). Y ¿por qué la gracia pesa tantísimo más en la balanza que el pecado? Por la razón de que el pecado es el pecado de los hombres, pero la gracia es la gracia de Dios. Los pecados son males de esta tierra, pasajeros; pero la gracia de Dios permanece para siempre.
Mi deuda con Dios está pagada, y su gracia la tengo asegurada por toda la eternidad. ¡Gracias Señor Jesús, por habernos reconciliado con Dios!