Señor, Dios viviente y eterno, tú que has encendido en mi corazón la luz de la fe verdadera y salvadora, te ruego encarecidamente: no permitas que esta luz se debilite o apague. A veces noto que mi fe flaquea, que es como una caña sacudida por el viento de la duda; por eso clamo a ti como lo hicieron tus apóstoles: ¡Aumenta mi fe (Lc 17:5)! El corazón me dice: “¡Busca su rostro!” Y yo, Señor, tu rostro busco (Sal 27:8). No acabarás de romper la caña quebrada, ni apagarás la mecha que apenas arde (Is 42:3).

Tengo mi tesoro, la antorcha de mi fe, en vasija de barro (2Co 4:7). ¡Qué otra cosa me queda sino rogarte insistentemente y con suspiros que la tomes en tus manos para cuidarla! En la oscuridad de esta vida y de este mundo hazme partícipe de la luz celestial de la fe. Tu palabra es luz y es vida. Concédeme que diariamente me aferre en fe genuina a esta palabra. Y así, por tu gracia, llegue a ser un hijo de la luz y de la vida. ¡Que el consuelo que emana de tu palabra venza en mí todas las tentaciones del diablo, todos los argumentos del mundo, más aún: los sentimientos de mi propio corazón! Una sola palabra de la Escritura vale más que el cielo y la tierra, porque el cielo y la tierra pasarán, pero tus palabras jamás pasarán (Lc 21:33). Actúa en mí por medio de tu Espíritu Santo. Él afirme mi fe en tu palabra y lleve cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo (2Co 10:5).

Tus promesas son promesas dictadas por tu gracia y no dependen ni de mi dignidad ni de mis méritos, de ahí que yo pueda confiar en ellas incondicionalmente. Por fe Cristo habita en mi corazón (Ef 3:17). Por esto te pido: conserva vivo en mí este don tuyo que es la fe, para que Cristo habite por siempre en mí. La fe es la semilla de la cual nacen todas las buenas obras, y es la tierra de cultivo para una vida en santidad. Por ende, Padre bondadoso, haz prosperar en mí esta semilla para que mi cosecha espiritual sea abundante.

Robustece mi fe, Padre, para que venza al mundo y al príncipe de este mundo (1Jn 5.4). Haz que sea una luz siempre más brillante a fin de que todos puedan ver mis buenas obras y alabar al Padre que está en el cielo (Mt 5:16), y para que en la oscuridad de la muerte me ilumine el camino que conduce a la vida eterna. Haz que por medio de tu Espíritu Santo yo pueda resistir a los deseos pecaminosos que combaten contra la vida (1P 2:11) cual peligro mortal para mi fe.

Y perfecciona la buena obra que has comenzado en mí (Fil 1:6), pues así podré obtener la meta de mi fe, que es la salvación eterna (1P 1:9). Amén.