Dios santo y misericordioso, dador de toda suerte de bienes, que me hiciste llegar tanta ayuda en esta vida, por medio de parientes y benefactores: te pido que se lo pagues con una recompensa eterna. A los que has unido conmigo mediante un lazo particular, natural y sanguíneo, los encomiendo a tu cuidado especial, así como también a aquellos que me hicieron objeto de su amor y sus atenciones. Haz que mis parientes todos te sirvan con fe y solicitud, para que a su tiempo reciban la inmerecida corona de honores.
No puedo recompensar en modo alguno a los padres que me diste, por todo lo que recibí de ellos. Por esto te pido: hazlo tú con recompensas en esta vida y en la vida venidera. Tu Hijo Jesucristo se preocupó aún en su momento de agonía por la suerte de su madre. Sea él mi ejemplo que me enseñe a velar hasta el último aliento por la suerte de mis padres. En mi súplica incluyo también a mis hermanos y hermanas y demás familiares: cúbrelos, Señor, con tu favor, y confirma en ellos la obra de sus manos (Sal 90:17). Que todos sean hermanos y hermanas de Cristo, coherederos suyos, para que tengan también parte con él en su gloria (Ro 8:17). Que los que uniste a mí en esta vida terrenal, estén unidos a mí también en el reino de gracia; y que con los que separaste de mí mediante la muerte, con lágrimas y dolor, vuelva a reencontrarme en alegría y júbilo en tu postrera venida. Acéptanos a todos como ciudadanos en la Jerusalén celestial, así como en esta vida nos aceptaste como miembros en tu iglesia verdadera.
Lo mismo pido para todos mis benefactores, que como tales merecen que los incluya en mis desvelos por su bienestar. Recibe en las viviendas eternas (Lc 16:9) a los que por impulso tuyo me colmaron de sus favores. Tú prometiste: quien dé siquiera un vaso de agua fresca a uno de mis discípulos, les aseguro que no perderá su recompensa (Mt 10:42); ¡Cuánto más recibirán los que con generosa mano reparten toda clase de bienes a quienes carecen de los mismos! Haz, oh Señor, que los que sembraron lo material, cosechen ricos frutos espirituales (1Co 9:11). Llena de alegría los corazones de los que llenaron de alimento la boca de los hambrientos. Da a los que dieron a los demás, tú, Dador y Benefactor nuestro, alabado por los siglos de los siglos. Amén.