Abre tus ojos, alma mía: ¿qué ves? ¡el dolor del que sufre en la cruz; las heridas del que pende del madero; el martirio del moribundo! La cabeza del que adoran los ángeles presenta las heridas causadas por la corona de espinas; el rostro del más hermoso de los hombres (Salmos 45:2) queda manchado de los escupitajos de los impíos; los ojos, más brillantes que el sol, se oscurecen en la muerte; a los oídos, en los que solían resonar los cánticos de los ángeles, los aturden ahora las crueles burlas de los pecadores; la boca de la cual brotaban palabras de enseñanza divina, tiene que gustar vinagre y hiel; los pies, prontos para ir en auxilio de los necesitados, los traspasan con clavos, igual que las manos que extendieron los cielos (Isaías 45:12); al cuerpo, en que habita toda la plenitud de la divinidad (Colosenses 2:9), lo azotan y los traspasan con una lanza. Nada permanece incólume - excepto la lengua, para que pueda orar por los que lo están crucificando (Lucas 23:34).
El que gobierna en el cielo junto con el Padre, es colgado del madero como un maldito (Gálatas 3:13) por un puñado de pecadores. Dios muere, Dios sufre, Dios derrama su sangre. El monto del rescate pagado te da una idea de la magnitud de la deuda; el costo de la medicina te permitirá imaginar lo peligroso de la enfermedad. Gravísimas deben ser las heridas para que sólo puedan ser sanadas por las heridas del que a los muertos da vida, y terrible el mal para el cual la única cura es la muerte del propio médico.
¡Piensa, oh alma mía, en lo ardiente que es la ira de Dios! Inmediatamente después de la caída de nuestros primeros padres, él destinó como abogado a su unigénito, eterno y amado Hijo; y ni siquiera con esto fue apartada de nosotros su ira. El hijo se ofreció como intermediario en el litigio y defensor en la causa de los perdidos - pero la ira de Dios seguía sin aplacar. El Hijo se hizo hombre para extinguir el veneno inherente a nuestra naturaleza pecaminosa - pero la ira de Dios seguía con todo su ardor. Entonces, el Hijo carga con nuestros pecados y con todo lo que nuestros pecados merecen. Lo arrestan, lo azotan, lo hieren, le abren el costado con una lanza, lo crucifican, lo sepultan. En los momentos de angustia suprema se siente morir (Mateo 26:38). El Hijo de Dios se somete a los horrores del infierno; su agonía le hace estallar en el grito: ¡Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado? (Mateo 27:46) El que es el Señor de las huestes celestiales necesita ser fortalecido por un ángel (Lucas 22:43). El que da vida a toda criatura que puebla el orbe, inclina la cabeza y entrega el espíritu (Juan 19:30).
“Si esto se hace cuando el árbol está verde, ¿qué no sucederá cuando esté seco?” (Lucas 23:31) ¿Qué se hará con los pecadores, si esto se hace con el santo y justo? Si Dios castiga de tal manera al que era sin pecado, ¿Cómo será el castigo que aplicará a los que están llenos de pecado? ¿Cómo tolerará en sus siervos lo que castigó con tal severidad en su Hijo? ¿Qué tendrán que padecer aquellos a quienes él rechaza, si hace padecer tamaños dolores a aquel a quien ama entrañablemente? Si Cristo, que entró en el mundo sin tener pecado alguno, no pudo salir de este mundo sin que lo azotaran, ¿cuántos azotes merecemos nosotros, que nacemos en pecado, vivimos en pecado, y partimos del mundo acompañados de nuestros pecados? El siervo vive feliz y contento, mientras que a causa de los pecados de aquel hombre el Hijo amado de Dios sufre lo indecible. El siervo provoca siempre más la ira divina, en tanto que el Hijo tiene que esforzarse al máximo para aplacar la ira del Padre.
¡Ay! ¡Irresistible es la ira de Dios, e inflexible la severidad de su justicia! Si así procedió con su unigénito y amado Hijo, co-igual a él, no porque el Hijo mismo haya cometido algún delito, sino porque intercedió por los pecadores (Isaías 53:12), ¿qué hará Dios con su siervo que persiste en su mal obrar y en su enemistad contra el Señor? Por esto: que el siervo piense con temor y angustia en lo que sus hechos merecen, viendo que el Hijo es castigado por crímenes que no cometió. Que el siervo viva con miedo a causa de su persistencia en delinquir, lo que el Hijo tuvo que pagar con tanto sufrimiento. Que tema la criatura que crucificó al Creador. Que tema el siervo que mató a su Señor. Que tema el impío y el pecador por haber angustiado al Santo y piadoso hasta que se sintió morir (Marcos 14:34).
Amados míos: ¡escuchemos su clamor, escuchemos como grita y llora desde la cruz y nos dice: “¡Mira, oh hombre, lo que yo padezco en lugar tuyo! ¡A ti te hablo, porque muero por ti! ¿Ves los castigos que me imponen, los clavos que traspasan mis manos y mis pies? No hay dolor comparable al dolor de mis torturas. Y por grandes que sean los dolores que siento en mi cuerpo, mayor aún es el dolor que siento en mi alma al darme cuenta de tu indiferencia e ingratitud!”
¡Ten compasión de nosotros, Dios lleno de misericordia! Arranca el corazón de piedra que ahora tenemos, y pon en nosotros un corazón de carne (Ezequiel 11:19), que se incline ante ti en profundo arrepentimiento.