A ti, Señor, Dios mío, tributamos nuestro loor y nuestra gratitud porque fue tu voluntad paternal revelarnos por medio de la predicación de la palabra todo lo que hemos de saber para nuestra salvación. Pues por naturaleza vivimos en tinieblas y en la más terrible oscuridad (Lc 1:79); pero tú disipas esta oscuridad mediante la radiante luz del evangelio. En tu luz podemos ver la luz verdadera (Sal 36:9), esto es: en la luz de la palabra vemos la luz verdadera que alumbra a todo ser humano (Jn 1:9). ¿De qué nos habría servido un tesoro escondido, una lámpara cubierta con un cajón (Mt 5:15)? Por esto, mi alma glorifica al Señor que en su gran bondad nos reveló el tesoro de la obra salvadora de su Hijo mediante la palabra del evangelio. ¡Qué hermosos son, sobre los montes, los pies del que trae buenas nuevas (Is 52:7; Nah 1:15; Ro10:15)! Esta paz de la conciencia y esta salud del alma nos las anuncias aún hoy día por medio de la palabra del evangelio, y así nos llamas al reino de tu Hijo. Yo iba vagando por las sendas del error, como una pobre oveja extraviada. Tu palabra me trajo de vuelta al buen camino. Yo era un hombre perdido y condenado, pero en la palabra del evangelio tú me ofreces las bendiciones de Cristo; en las bendiciones de Cristo, tu gracia; en tu gracia, remisión de los pecados; en la remisión de los pecados, justicia; en la justicia, vida y salvación eterna. ¿Quién puede ensalzar dignamente tu entrañable misericordia y la magnitud y riqueza de tu bondad? El misterio de nuestra salvación estuvo oculto durante largos siglos; pero ahora lo has revelado por medio de tu santo evangelio (Ro 16:25). Los planes de bienestar que has tenido para nosotros antes de la creación del mundo (Jer 29:11; Ef 1:4) nos los das a conocer en la predicación de la palabra, la cual es una lámpara a nuestros pies, en nuestro sendero, a través de este valle tenebroso hacia la luz eterna (Sal 119:105). ¿De qué nos habría servido haber nacido si tu Hijo no nos hubiese librado a nosotros, que vivíamos en el cautiverio de nuestro pecado? Y ¿de qué nos habría servido haber sido liberados si el evangelio no nos hubiese traído el mensaje de la liberación?
Todo el día extiendes tus manos hacia nosotros (Is 65:2). Todo el día estás a la puerta y llamas (Ap 3:20), invitándonos a venir a ti. ¡Cuántas miles de personas viven en la ceguedad y los errores del paganismo sin haber visto la gloriosa luz de tu divina palabra que nosotros podemos ver a diario, sin siquiera darte las gracias por ella! Por nuestro desprecio y nuestra ingratitud hemos merecido mil veces que quites de nuestro lugar tu candelabro (Ap 2:5). Tú empero eres un Dios compasivo, que conforme a tu inmensa bondad borras nuestros pecados (Sal 51:1); no nos alejas de tu presencia ni nos quitas el preciosísimo tesoro de tu palabra, por causa de tu grande misericordia.
Por esta bendición te damos gracias de todo corazón y te rogamos humildemente. Haz que la palabra de Cristo siga habitando en nosotros con toda su riqueza. Amén.