Oh Jesucristo, Hijo del Dios viviente, único mediador y redentor nuestro, que sentado a la diestra del Padre nos envías pastores y maestros (Ef 4:11) y con su trabajo congregas para ti una iglesia en medio de nosotros: a ti, verdadero Dios con el Padre y con el Espíritu Santo, te ruego que guíes a tus servidores por la senda de la verdad y afirmes a los feligreses en la obediencia filial que es el fruto de la fe.

No hay ministerio ni personas en esta tierra que estén tan expuestos al odio y a las persecuciones de Satanás como el ministerio de la palabra y los que en él se desempeñan. Protégelos con el escudo de la gracia y equípalos con las armas de la paciencia, para que los ataques del diablo no los puedan hacer caer. Concede a tus servidores el necesario saber y celoso cuidado en todas sus actuaciones, no sea que pretendan ser maestros antes de haber sido tus alumnos (Stg 3:1). Guíalos e ilumina sus corazones con la luz de tu Espíritu para que, en el nombre y por mandato de Dios, no prediquen otras cosas sino la palabra divina. Que cuiden como pastores el rebaño de Dios que está a su cargo (1P 5:2) y que tú adquiriste con tu propia sangre (Hch 20:28). Que lo hagan por amor sincero, no por codicia ni ambición de honores, en pensamiento, con palabras y obras, con oración ferviente, con amonestación fraternal sugerida por la palabra, y con su ejemplo, siguiendo en las pisadas del apóstol a quien fue encomendado por tres veces el cuidado de las ovejas (Jn 21:15-17). Mantenlos siempre en estado de alerta, velando por las almas confiadas a su cuidado, y que sean conscientes de que tienen que rendir cuentas ante el juez supremo (He 13:17).

Las exhortaciones en su prédica cúmplanlas primero ellos mismos, no sea que traten de despertar a los demás mientras ellos mismos siguen durmiendo. Envía obreros fieles a tu campo (Mt 9:38), para que tu cosecha sea abundante.

Abre también la mente y los sentidos de quienes los escuchan (Hch 16:14) para que oigan la palabra con corazón noble y bueno, la retengan, y con perseverancia produzcan una buena cosecha (Lc 8:15). Así evitarán que la palabra predicada los condene en el día final por no haberla creído (Jn 12:48). Tenemos la firme promesa de parte tuya de que la palabra que sale de tu boca no volverá a ti vacía (Is 55:11), fiel a esta promesa. Bendice la labor de los que plantan y de los que riegan (1Co 3:7).

No permitas, Señor, que el cuervo infernal arrebate del campo de los corazones humanos la semilla de tu palabra; que las preocupaciones de la vida y el engaño de las riquezas la ahoguen; y que el terreno pedregoso en que cayó impida que llegue a dar fruto (Mt 13:4ss). En cambio, derrama desde el cielo el rocío de tu gracia a fin de que la semilla, en vez de secarse, produzca abundante cosecha de buenas obras.

Une los corazones de los pastores y los feligreses con el lazo de un fervoroso amor, para que oren sin cesar los unos por los otros y se apoyen en días buenos y malos. Amén.