El afligido dice:
Dios es justo, y sus juicios son rectos. Él no le dará la vida eterna a nadie que no se la haya merecido por medio de una buena conducta. ¿Qué esperanza puedo tener yo? Mis presuntas buenas obras no valen nada, no tienen ningún mérito ante El. Con mis obras no merezco otra cosa que castigo.
El hermano en Cristo responde:
La vida eterna no se nos da en pago por nuestras buenas obras, sino como un regalo gratuito de Dios, por amor de Cristo Jesús, y por los méritos de Él. (Ro.6:23). Nosotros no podemos hacer nada por lo cual Dios se tenga que sentir en la obligación de recompensamos con la vida eterna. Todos los santos confiesan que ante Dios nadie está libre de culpa; que todas sus justicias son como trapos inmundos; que nadie podría permanecer en pie, si Dios quisiera culpamos por nuestros pecados; y que, incluso después de haber hecho todo lo que Dios les ordenó, tienen que confesar que son siervos inútiles... (Ro.3:23; Is.64:6; Sal.l30:3;Lc.l7:10). ¿Cómo es posible que todavía se siga hablando del mérito personal? ¿Quién se atreve a afirmar que su santidad o justicia es suficiente para su salvación? Tanto nuestras buenas obras como todas nuestras penitencias "no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. " (Ro.8:18).
No podemos merecer de Dios ni siquiera una miga del pan que comemos, sino que cada día debemos pedírsela en oración. ¡Cuánto menos seremos capaces de merecer la vida eterna! Si quieres perder la gracia de Dios, tan solo necesitas sentirte orgulloso de tus méritos personales. Dios nos da la vida terrenal de pura gracia. Y también la salvación, la vida eterna, es un don que Él nos da de pura gracia. Dios no puede encontrar nada en nosotros mismos que merezca la salvación.
En cambio, sí puede ver en nuestras vidas muchas cosas por las cuales merecemos su castigo y condenación. En la Biblia, a la muerte se la llama "paga", o retribución. En cambio a la vida eterna se la llama "dádiva ", o sea, regalo gratuito de Dios. (Ro.6:23). Un servicio se paga, pero un obsequio se entrega libremente. ¡Deja que otros pretendan hacer valer sus méritos propios, si lo desean. Tú apela a la gracia! ¡Confía únicamente en los méritos de Cristo! ¡Invoca su misericordia! Busca tu salvación sólo en sus heridas, en su sacrificio y en sus méritos. No necesitas presentarle a Dios ningún mérito tuyo.