El afligido dice:

Siento mucho dolor en mi corazón por mis pecados. Y no dudo completamente de la gracia de Dios. Sin embargo, a veces todavía me asaltan las dudas, y sacuden terriblemente mi alma. No estoy seguro de que Dios perdone gratuitamente mis pecados. Espero lo mejor, pero, cuando me siento abatido, tengo mis dudas. Pensar en la gracia de Dios me da ánimos, pero la conciencia de mi indignidad me desalienta.

El hermano en Cristo responde:

Tu vacilante fe necesita un fundamento firme en que basarse, para resistir las tormentas de las dudas. Tu duda nos es sólo una humilde confesión de tu indignidad, sino una peligrosa oposición a las promesas de Dios, en las que deberías confiar. Aunque te arrepintieras y convirtieras tardíamente, no tienes absolutamente ningún motivo para dudar. En su gracia, Dios promete el perdón de los pecados a todos los que creen en Cristo. Recuerda el carácter inmutable de las promesas de Dios. Dios promete su gracia, el perdón y la vida eterna a toda persona que se arrepiente de sus pecados y busca el perdón en Cristo.

Tales creyentes, por supuesto, también querrán enmendar sus vidas pecaminosas con la ayuda de Dios. Todos los que creen en el Hijo, no se perderán, sino que tienen vida eterna. (Jn.3:15). "El que en Él cree, no es condenado. " (Jn.3:18) "El que tiene al Hijo, tiene la vida. " (1ª Jn.5:12). “El que creyere y fuere bautizado, será salvo. " (Mr. 16:16). Quien hace todas estas promesas es Dios, y la palabra de Dios es más firme que el cielo y que la tierra. Él es la Verdad personificada, es fiel, y no puede negarse a sí mismo. (2 Ti.2:13). Acepta con fe lo que Dios te ofrece en estas claras y firmes promesas, y no uses tu indignidad como una excusa para negarte a confiar en ellas. El poder del Espíritu Santo debe curar inclusive esa debilidad de tu naturaleza.

Tú crees en Cristo, no porque hayas tomado esa decisión por ti mismo, sino por obra del Espíritu Santo. Por medio de la buena obra que el Espíritu Santo lleva a cabo en nuestras vidas, puedes llegar a tener la plena certeza de la gracia de Dios, y sobreponerte a todas las dudas que todavía puedan estar fermentando en tu vieja naturaleza. "El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso. " (1ª Jn.5:10). En la medida que dudas, todavía te falta confianza. Combate las dudas, y no las confundas con humildad. Dudar de la gracia de Dios sólo aparenta ser algo humilde, pero es incredulidad. Sabemos que no tenemos méritos propios que valgan ante Dios, y por eso corresponde que nos humillemos. Pero, ante las promesas de Dios, nos corresponde demostrar la más firme confianza. Dios reveló su voluntad en su Palabra, para que tuviésemos la certeza acerca de qué es lo que Él quiere.

Al darnos su santa ley, Dios nos hizo promesas que dependen del perfecto cumplimiento de sus Mandamientos. Sabemos perfectamente que nos resulta imposible cumplir la ley de Dios. Pero, además de su ley, Dios nos ha dado de pura gracia las promesas del Evangelio, en las que podemos depositar toda la confianza de nuestro corazón. El apóstol Pablo dice: "Por lo tanto, es por fe, para que sea por gracia, afín de que la promesa sea firme. " (Ro.4:16). Las promesas humanas son inciertas y dudosas. En el Salmo 116:11 dice: "Todo hombre es mentiroso." En cambio, las promesas de Dios son firmes y seguras. Dios es la verdad personificada. Tan veraz como son sus amenazas, lo son también sus promesas. Todos los que están sin Cristo, sin arrepentirse ni creer en Él, enfrentan segura condenación. Unidos a Cristo, todos los creyentes verán indefectiblemente la salvación que les ha sido prometida. ¿O dudas que se vaya a cumplir lo que Dios ha prometido? Su Palabra permanece eternamente.

Si una persona honesta te promete algo, confías en su promesa y no temes que te engañe. La conoces y sabes que cumplirá con la palabra empeñada. ¿Y vas a dudar cuando el que habla es Dios? ¿Desconfiarás de Dios, abrigando dudas sobre sus promesas en tu corazón? Recuerda el juramento que Dios hace en Ezequiel 33:11: "Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. " Y Jesús afirma: "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. " (Jn. 5:24). Y en Juan 8:51 dice nuevamente el Señor: "De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte. " Eso lo dice y promete Dios. Y como si todavía fuera poco, Dios lo jura por sí mismo. ¡Qué privilegio es tener a un Dios que se compromete de tal manera a nuestro favor! Pero, somos mucho más miserables si no le creemos ni siquiera cuando jura...

En Hebreos 6:17-18 leemos: "Queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros." ¡Qué maravilla! Jamás podremos alabar suficientemente la gloriosa misericordia de Dios.