Dios santo y misericordioso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por amor a este tu Hijo te ruego humildemente que me concedas tu Espíritu Santo para que él haga morir en mí diariamente al viejo hombre y fortalezca en mí al nuevo hombre.

En mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita (Ro 7:18); dame la fuerza del Espíritu para que el pecado no reine en mi cuerpo mortal (Ro 6:12). Ante ti has puesto nuestras iniquidades, a la luz de tu presencia, nuestros pecados secretos (Sal 90:8). Te ruego, ponlos a la luz de mi corazón para que yo los vea, los deplore sinceramente, y busque tu perdón. Todavía no estoy del todo libre del mal que habita en mí. Líbrame tú, por tu gracia, de la culpa y la condenación merecida. La ley del pecado en mis miembros lucha contra la ley de mi mente renovada (Ro 7:23). Haz que la fuerza de tu Espíritu me ayude a sujetar la ley del pecado, no sea que mi mente sea sujetada por la ley de la carne. Mi naturaleza pecaminosa desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella (Gá 5:17). El Espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil (Mt 26:41). Por esto, enriquece a mi espíritu con tu fuerza, así que pueda vencer los malos deseos de la carne que luchan contra él. El mundo me asedia a diario con sus halagos y adulaciones. Haz que el Espíritu me fortalezca en lo íntimo de mi ser (Ef 3:16) para que no caiga. Difícil y  penoso es luchar contra uno mismo, es decir, contra la propia carne. Difícil, muy difícil es vencer al intruso dentro de la propia casa. Si tú no me equipases con poder celestial para esta lucha, seguramente sucumbiría a los ataques de este enemigo astuto.

Señor, Suprime y aniquila al viejo hombre, para que yo pueda eludir sus engaños y tentaciones. Haz morir en mí los deseos de la carne que intentan apartarme de la vida verdadera, la vida en Cristo. Enciende en mí el fuego del Espíritu para poder quemar con sus llamas todo lo que es contrario a tu voluntad. El cuerpo mortal no puede heredar el reino de Dios, ni lo corruptible puede heredar lo incorruptible (1Co 15:50). Entonces: ¡que mueran, para que yo no quede excluido del reino de los cielos! Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa, morirán; pero los que por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán (Ro 8:13). Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos (Gá 5:24). ¡Por eso, oh Cristo, crucifica mi naturaleza pecaminosa, tú, que por causa mía fuiste clavado en la cruz! Amén.