El afligido dice:
Me temo que con mis pecados yo mismo me he acortado la vida. Y entonces, ¿cómo podría esperar la asistencia y ayuda de Dios en la muerte? Pienso que a nadie que sea responsable de su propia muerte le puede esperar una vida mejor en el más allá...
El hermano en Cristo responde:
Eso es cierto en el caso de los que cometen suicidio, lo cual es contrario a la voluntad de Dios. ¡Ni siquiera debemos pensar en esa terrible posibilidad! Nadie tiene el derecho de quitarse la vida. En vez de escapar de las aflicciones de este mundo, de esa manera te condenarías al sufrimiento eterno. No tiene sentido hacerlo por los pecados del pasado, porque necesitamos esta vida para arrepentimos.
Es totalmente errado suicidarse deseando una vida mejor, porque el que se mata a sí mismo no puede esperar una vida mejor después de la muerte. Si te sientes culpable porque te habrías acortado la vida con excesos de comida, bebida, o cualquier otra causa, arrepiéntete de ello, confía en los méritos de Cristo, y proponte llevar una vida mejor.
A quienes se arrepienten e invocan a Jesús, Dios les promete el perdón de sus pecados. Él también tendrá misericordia de ti. Manases fue un rey sanguinario, pero cuando se arrepintió, obtuvo la dicha del perdón. (1 Cr.33). El malhechor crucificado a la derecha de Jesús estaba recibiendo el justo castigo por sus crímenes, pero cuando invocó a su Salvador, entró con Él mismo al Paraíso. (Lc.23:41 -43).
Nuestros primeros padres atrajeron la muerte sobre sí mismos, y sobre nosotros, sus descendientes. Pero fueron reanimados con la vivificante promesa del Salvador, la Simiente de la mujer, que habría de quebrantar la cabeza de la serpiente. (Gn.3:15). Si nos parecemos a ellos en su pecado, parezcámonos también en el arrepentimiento. El brazo del Señor no se ha acortado, ni se ha debilitado su piedad con el transcurso del tiempo. La puerta de la misericordia todavía está abierta, mientras se nos concede tiempo para el arrepentimiento.