Gracias te doy, Jesucristo, único Mediador y Redentor del género humano, gracias porque cuando se cumplió el plazo uniste tu naturaleza divina con la humana y aceptaste nacer de una virgen (Ga 4:4). ¡Cuán grande es tu afecto, que no viniste en auxilio de los ángeles sino de la simiente de Abraham! (He 2:16), y ¡cuán grande es el misterio de nuestra fe que tú, verdadero Dios, te manifestaste como hombre! (1Ti 3:16); ¡y cuán grande tu misericordia, que para el bien mío viniste del cielo y consentiste en nacer de una virgen! En favor mío, que soy una criatura miserable, tú, que eres Creador todopoderoso, te hiciste hombre; a favor mío, siervo inútil, tú, el Señor de la gloria, tomaste la naturaleza de siervo (Fil 2:7) para que, encarnado, pudieras redimir a los que estábamos vendidos como esclavos al pecado (Ro 7:14).

Para mí naciste. Por lo tanto, todo lo que traes del cielo al nacer como hombre será mío. El que entregó a su propio Hijo por todos nosotros, ¿cómo no habría de darme generosamente, junto con él todas las cosas (Ro 8:32)?

Tú eres mi hermano; ¿qué podrías negarme entonces, ya que estás ligado a mí con el vínculo del más puro amor fraternal? Tú eres el novio (Mt 22:2) que según el beneplácito de tu Padre elegiste como novia a tu naturaleza humana. ¡Gracias mil por haberme invitado también a mí al banquete de bodas! Ya no me extraña que por amor al hombre Dios haya creado el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en él, cuando pienso en que por amor al hombre, el Verbo mismo se hizo hombre (Jn 1:14).

De ahora en adelante ya no me podrás arrojar de tu lado, ya que no puedes negarte a ti mismo (2Ti 2:13), negar que tú mismo eres hombre y por ende mi hermano. De ahora en adelante ya no te podrás olvidar de mí, ya que me llevas grabado en las palmas de tus manos (Is 49:16). En efecto: ese enlace con la carne hace que a diario y en todo tiempo te estés acordando de mí. En adelante ya no me podrás abandonar, pues mediante el íntimo lazo de la comunión personal has adoptado como tuya a la naturaleza humana. Por más que mis pecados me separen de ti, no obstante la comunión de las naturalezas ya no permite ningún rechazo. Tú me haz aceptado, y contigo permaneceré. Amén.