Dios todopoderoso y benigno, que odias toda altivez humana: concédeme, te ruego, la gracia de ser una rosa de amor y una violeta de humildad; que esparza un grato aroma mediante obras de amor y se reviste de humildad (1P 5:5). ¿Qué soy yo ante ti? Polvo, ceniza, sombra, nada. Y ya que no soy nada ante tus ojos, dame la humildad que necesito para considerarme una nada también ante los ojos míos. Suprime la innata soberbia de mi corazón. En mí no hay sino flaqueza e injusticia; y lo que hay de bueno, brota del manantial de tu bondad. Por esto no me puedo atribuir virtud alguna, puesto que no poseo ninguna. Cuanto más pienso en tu grandeza, tanto más pienso en mi pequeñez. Lejos esté de mí, Señor, tomar los bienes y dones que me diste como pretexto para despreciar a otros. Lo que tengo, lo tengo según tu voluntad y tu criterio. Lejos esté de mí atribuirlo a mis méritos o dignidad personales.
Tu Espíritu Santo encendió en mí el fuego de la piedad y del amor. Ayúdame a cubrirlo con la ceniza de la humildad. Útil es la gracia que un hombre tributa a otro, vana la honra con que lo adorna. El que es grande ante ti, el Creador, es grande de verdad. El que te agrada a ti, de veras agrada al juez del universo. Mas nadie te agrada a ti sino aquel que siente un desagrado consigo mismo. Tú eres la vida de mi vida, el alma de mi alma. Por esto entrego mi vida y mi alma en tus manos, y con humildad de corazón me aferro a ti. No menosprecies, Altísimo, mi bajeza y pequeñez. ¿Por qué apetezco ser ensalzado por este mundo en que todo es inmundo? ¿Por qué me vanaglorio a mí mismo pese a que me oprime el yugo del pecado? Señor: llena mi corazón de un temor sagrado para que no sea atacado por el terrible mal de la soberbia espiritual. Haz que siempre tenga ante mis ojos mis muchas faltas y me olvide de todos mis logros. Que la alegría que siento por alguna buena obra imperfecta que realicé sea superada por la tristeza a causa de las iniquidades que cometí.
En ti solo me alegro, en ti me glorío, que eres mi alegría por siempre. Amén.