El afligido dice:
Comprendo que con mi conducta no puedo reconciliarme con Dios, ni merecer mi salvación. Sé que mis buenas obras sólo agradan a Dios porque proceden de la fe. Sin embargo, también tienen que disgustarle, porque todavía son imperfectas. No son exactamente como Él las exige en su ley. La ley de Dios es una norma de justicia que no se puede modificar jamás, y ella condena todo lo que no se encuadra plenamente dentro de sus exigencias. Me siento amenazado por las condenaciones de la ley de Dios, y no sé cómo puedo defenderme.
El hermano en Cristo responde:
"Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo aquel que es colgado en un madero)" (Gá.3:13). "Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, afín de que recibiésemos la adopción de hijos. " (Gá.4:4- 5). "El fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree. " (Ro.10:4). "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. " (Ro.8:1).
Los que creen en Él, ya no tienen nada que temer. "Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó el pecado en la carne; para que la justicia se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. "(Ro.8:2-4). Cuando recibes la justificación por medio de la fe en Cristo, ya no tienes motivos para temer la maldición de la ley. "El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.
Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Salvador Jesucristo." (1 Co.15:56-57). Con su muerte, Jesús venció nuestra muerte; con sus sufrimientos, pagó plenamente por nuestros pecados. Él cumplió en nuestro lugar todo lo que la ley nos exige a nosotros. Las exigencias y los castigos de la ley de Dios no fueron anulados, sino transferidos. La Ley y el Evangelio no se anulan recíprocamente. La Ley no invalida al Evangelio; no está en contra de las promesas de Dios. (Gá.3:21). Al contrario: Por la fe en el Evangelio confirmamos la Ley. (Ro.3:31). El Evangelio dice que lo que la Ley demanda de nosotros, ha sido satisfecho por Cristo en nuestro lugar. Todo cuanto la Ley exigió, Jesucristo lo cumplió. La Ley condena el pecado y nos condena a nosotros por causa del pecado. Pero Cristo sufrió el castigo y propició por nosotros. Ahora nos confiere su justicia.
La perfecta obediencia de Cristo ha satisfecho todo lo que la Ley demanda de nosotros. Cristo no tuvo necesidad de cumplir la Ley; la cumplió solamente para nuestro beneficio. Ya no veas la muerte en tu propio cuerpo, sino contémplala en el cuerpo de Cristo, el Vencedor de la muerte, que nos da vida y salvación. No permitas que el pecado siga agobiando tu conciencia. Más bien recuerda cómo tus pecados angustiaron a Cristo, el Cordero de Dios, que quita no sólo tus pecados, sino también los pecados de todo el mundo. Ya no debes verte a ti yendo al infierno y a la condenación eterna, sino que puedes contemplar a Cristo en la cruz, pagando allí tu horrenda pena, pagando a Dios tu deuda, y la de todo el mundo. No pienses más en la ley de Dios como algo que te acusa a ti, sino como algo que fue cumplido plenamente por Cristo, y que fue clavada en la cruz con Él. (Col. 1:14).