El afligido dice:

Sé que fui concebido y nací como un pecador. Soy consciente de que he ofendido a Dios de muchas maneras, con numerosos y graves pecados. Lo reconozco y lamento. Pero temo que mi tristeza no sea suficiente comparada con la gravedad de mis culpas. Creo que hago muy poca penitencia, y que no es suficiente para reparar mis faltas.

El hermano en Cristo responde:

Es verdad. La tristeza y los terrores que tú sientes, o que pudieses llegar a sentir por tus pecados, no son suficientes y nunca podrán ser suficientes. Has ofendido a Dios, que es infinito, así que tus faltas son infinitamente graves, y merecen infinito castigo en el infierno. ¿Cómo podría, entonces, la tristeza de tu corazón y los terrores de tu conciencia aplacar la infinita ira de Dios, o satisfacer las demandas de su infinita justicia? Pero Jesús cumplió lo que tú no podías cumplir.

Pagó un rescate infinitamente alto por tus pecados. Si hubiese estado dentro de tus posibilidades reparar tus faltas ante Dios, ofreciéndole un rescate suficiente con tus sufrimientos y penitencias, ¿por qué habría tenido que sufrir y morir todavía Cristo? Pero Cristo ya había declarado con anterioridad, por medio del profeta Isaías: "Pusiste sobre mí la carga de tus pecados, me fatigaste con tus maldades. " (Is.43:24). Y también: "He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos no había nadie conmigo." (Is.63:3).

No debes pensar que tu arrepentimiento, la tristeza de tu corazón, o los terrores de tu conciencia pueden ser o deben ser iguales a la gravedad de tus pecados, y que tú puedes o debes compensar a Dios por tus faltas. Dios sólo quiere que reconozcas tus pecados y te arrepientas, para que puedas recibir su perdón, de pura gracia. El perdón es tuyo cuando crees en Jesucristo. Jesucristo predicó las buenas nuevas a los abatidos y espiritualmente pobres. (Is.61:1). Él fue enviado a sanar a los quebrantados de corazón. (Lc.4:18).

Los que creen estar sanos "no tienen necesidad de médico. " (Mt.9:12). Jesús pregonó la libertad a los cautivos, a los que se ven aprisionados en la cárcel espiritual del pecado. Quien no se reconoce a sí mismo como un esclavo del pecado, tampoco desea ser puesto en libertad. Cristo también vino para dar vista a los ciegos, a quienes lamentan la ceguera espiritual de sus corazones. El pecado permanece sobre los enceguecidos que pretenden poder ver. (Jn.9:41).

El que dice: "Soy rico, y me he enriquecido, y de nada tengo necesidad”, no se da cuenta que es un "desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. "(Apocalipsis 3:17). El Señor predica libertad a los corazones contritos y quebrantados. "Jehová mata, y él da vida. Nos hace descender al sepulcro, y de allí nos hace subir. “(1 S.2:6). Mata por medio de la ley, que nos quebranta y conduce al arrepentimiento, a fin de devolvemos la salud por medio del vivificante evangelio, que nos lleva a la fe en Cristo. Nos hace descender al sepulcro con el "martillo "de su ley (Jer.23:29), a fin de sacarnos nuevamente a la vida mediante el poder y el consuelo del Evangelio.