El afligido dice:

Conozco personas que pretenden ser cristianas, pero en realidad no lo son. Se engañan a sí mismas. ¿Acaso no podría ser yo también uno de ellos? ¿Cómo puedo saber, sin lugar a dudas, que mi fe es la verdadera fe salvadora, y no una vana ilusión?

El hermano en Cristo responde:

"Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados. “(2 Co. 13:5). Existen señales que nos permiten distinguir con seguridad la fe salvadora de una falsa fe. La persona que tiene la verdadera fe desea ser librada de la corrupción del pecado. Lamenta sinceramente sus pecados. Desea vivir en paz con Dios, y busca su perdón solamente por medio de Cristo.

El Evangelio va dirigido a los pobres en espíritu, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los de espíritu quebrantado y de corazón contrito y humillado. (Mateo 5:3-6; Mateo 11:5; Salmos 51:17). En el espejo de la ley de Dios verás qué repugnantes son tus pecados: La ley divina te muestra que has ofendido a Dios muchas veces, con malos pensamientos, palabras y acciones; que te ha faltado amor y temor a Dios; que has descuidado la adoración; que has sido perezoso en producir buenas obras... que cediste reiteradamente a la tentación cuando el diablo, tu naturaleza carnal, o las personas impías te seducían a pecar. ¡Reconócelo, y arrepiéntete!

Si reconoces honestamente tu pecado, también sentirás tristeza de corazón. Y el peso de la conciencia hará que sientas repudio hacia el pecado. Si Dios aborrece tus pecados, significa que es un asunto serio; que corresponde lamentarlos y ser conscientes de la ira de Dios. Dios los censura con rigor. Repréndete, entonces, a ti mismo por las faltas cometidas, con genuino remordimiento. Reconoce que Dios es justo en todos sus juicios. ¡Humíllate bajo su poderosa mano! Y no pienses solo en tus pecados manifiestos. Reconoce también el veneno del pecado original en tu vida. Esa es la causa de toda tu miseria.

El pecado original es una maldad oculta, pero ante Dios es conocida. (Salmos 90:8). Anula tu fuerza de voluntad y la de todo tu ser para que no sirvas a Dios, de manera que ni siquiera puedes comenzar algo bueno por ti mismo, y mucho menos aún llevarlo a cabo. Por causa del pecado original estás sujeto a la muerte y a todas las aflicciones, penas y enfermedades que la preceden. Al reconocer la gravedad de tu pecado, ya no te conformarás con una "fe" hipócrita y falsa. Al saber que con tus pecados has provocado la ira de Dios y te has hecho reo de su justo castigo eterno en el infierno, ya no podrás tomar a la ligera lo que Cristo hizo y sufrió por ti.

Te verás impulsado a tomar el Evangelio en serio, y a suspirar sinceramente por el consuelo que Dios da en él. Sabiendo que la santa Ley de Dios te acusa y condena, prestarás atención al Evangelio de Cristo, quien "nació de una mujer y bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley (bajo sus amenazas y juicios) afín de que recibiésemos la adopción de hijos. " (Gálatas 4:5). Lo invocarás con toda tu alma, diciendo: "Ten piedad de mí, pobre pecador. " (Levítico 18:13). Y sabrás que tu fe ya no es una falsa ilusión; porque así como es real el terror que te infunde la ley de Dios, también es real la paz que Cristo te da en su Evangelio.