Padre misericordioso y Dios de toda consolación (2Co 1:3): concédeme en estos tiempos de tribulaciones tu consolación vivificante y el verdadero descanso para mi alma. Mi corazón está afligido y agobiado al extremo, pero tu consuelo llenará mi alma de alegría (Sal 94:19). Todo consuelo que el mundo pueda ofrecerme no pasa de ser vana palabrería. Sólo en tus palabras encuentro fuerza y apoyo. Muchas y de toda índole son las cargas que me oprimen, pero tú siempre me infundes nuevo aliento para soportarlas. Por esto te pido: Devuélveme la alegría de tú salvación; y que un espíritu obediente me sostenga (Sal 51:12). Entonces no habrá desgracia que me pueda amedrentar ni infortunio que me pueda hacer caer en desesperación. Tu bondadosa mano, oh Dios, me enjugará toda lágrima de mis ojos (Ap 7:17).
En medio de su lapidación, el mártir Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie al lado de Dios (Hch 7:55). Así como a él, hazme ver a mí también tu gloria en mis horas mas amargas. Y así como enviaste un ángel a tu Hijo para fortalecerlo en su más cruel agonía (Lc 22:43); ordena que el Espíritu venga a socorrerme cuando se agrandan los conflictos internos y externos. Sin tu asistencia muero bajo el peso de la cruz, y los muchos contratiempos consumen mis escasas fuerzas.
Si tú arrancas de mi corazón el amor al mundo y a sus criaturas, los permanentes y molestos altibajos en derredor mío no pueden amargarme la vida. Pero si no logro desprenderme de este amor, nunca hallaré paz verdadera y estable en un mundo de incesantes cambios. El que se distancia de un desmesurado apego a los bienes del tiempo presente, tampoco se verá afectado por los temores que tal apego podría causarle; pues cuanto menos lugar le demos, es mayor nuestra posibilidad de vivir en serena paz del alma.
Aún en circunstancias en que todos los valores se vean desacreditados, trastornados y trastocados, tú sigues siendo mi refugio como lo has sido de generación en generación (Sal 90:1). ¿Podría una pobre y débil criatura turbar la tranquilidad que me da saber que soy protegido por mi todopoderoso Creador? ¿Podrían las olas de este turbulento mar, que es nuestro mundo, remover de su lugar a la roca de salvación que eres tú, Señor, amparo nuestro y fortaleza nuestra (Sal 46:1)? Tu paz sobrepasa todo entendimiento (Fil 4:7), y esta paz resistirá los embates de todas las fuerzas enemigas que se levanten contra nosotros.
Esta paz interior es la que te pido, Padre amoroso, y sé que tú no desoirás mi humilde súplica. Amén.