Debo estarte agradecido eternamente, Padre misericordioso, por tu tolerancia y tu paciencia (Ro 2:4) con que has esperado mi conversión, y por haberme conducido de la senda de los pecadores a la comunión de los santos.
En verdad, grande es tu tolerancia: con paciencia has demorado mi castigo, mil veces merecido, de ser expulsado de tu presencia y arrojado al fuego eterno. ¡A cuántas personas las sorprendió la muerte antes de haberse arrepentido sinceramente! ¿A cuántas personas Satanás les endureció el corazón impidiendo que pudieran obtener perdón de sus pecados? El hecho de que yo no corriera la misma suerte no se debió a la excelencia de mi naturaleza, sino sólo a tu bondadosa longanimidad; no a la menor gravedad de mi culpa, sino a la inmensa riqueza de tu gracia. La misericordia tuya entró en lucha con la miseria mía. Yo persistía en mi pecado, y tú en tu compasión. Yo postergué el arrepentimiento, y tú el justo castigo. Yo estuve descarriado, y tú me llamaste. Yo no quise venir, y tú me esperaste. No tengo palabras para ponderar suficientemente tu bondad, Padre tolerante, ni puedo retribuírtela con mérito alguno.
Me guardaste contra innumerables pecados en los cuales podría haber incurrido, no menos que otras personas, seducido por la corrupción de la carne, el engaño del mundo, y las maquinaciones del diablo; y no sólo esto, sino que además esperaste con benignidad el momento en que yo me arrepentiría de los pecados cometidos. Muchas y grandes son las faltas que hallo en mí, pero mucho mayor es la gracia que hallo en ti. Yo pequé, y tú lo pasaste por alto. Yo no me abstuve de cometer grave error, pero tú te abstuviste de castigarlos. Yo persistí por largo tiempo en hacer lo malo, pero tú persististe en tu misericordia. ¿Qué méritos puede exhibir? Ni uno solo, sino únicamente bochornosos desméritos.
Por ende, que hayas esperado con tanta tolerancia que por fin aconteciera mi conversión, y que hayas librado mi alma de tantas ocasiones de tropezar y caer, lo debo sólo a tu gracia y bondad. A ti, Señor, sea loor, honra y gloria por todas las edades. Amén.