¡Jesús amado, sé también mi Jesús (= Salvador)! Por amor a tu santo nombre ten compasión de mí. Mi vida imperfecta me condena; pero el nombre de Jesús me salvará. Por amor a tu nombre, haz conmigo lo que tu nombre significa; y por cuanto tú eres el grande y verdadero Salvador, seguramente tendrás en cuenta también a los grandes y verdaderos pecadores. Ten misericordia de mí, Jesús amado, en el tiempo de la gracia, para que no tengas que condenarme en el tiempo del juicio. Recíbeme en tu corazón; no por eso, el lugar allí quedará más reducido. Dame unas migajitas de tu gracia; no por eso quedarás más pobre. Para mí has nacido (Is 9:6) para mí has sido circuncidado, para mí te han dado el nombre de Jesús. No hay nombre como éste; es el nombre que está sobre todo nombre: (Fil 2:9) ¡Jesús-Salvador! ¿Qué mal podrá sobrevenir todavía a los que tú has salvado? (Sal 91:10). ¿Qué más podremos pedir o esperar, si tenemos asegurada la salvación de nuestra alma? Acéptame, pues, Señor Jesús, en el grupo de tus hijos, para que junto con ellos pueda alabar tu santo nombre. Yo mismo me privé de mi inocencia; pero con esto no te privé de tu compasión. Yo mismo, miserable pecador, fui el causante de mi perdición y condenación; esto no te impidió a ti ser el causante de mi salvación gracias a tu misericordia.
¡Oh Señor, no te olvides de tu misericordia al ver mis innumerables pecados! No des a mis transgresiones mayor peso que a tus méritos. No disminuyas tu bondad ante el crecimiento de mis iniquidades. No te acuerdes de tu ira contra el culpable, sino de tu piedad para con el mísero. Tú me diste un alma que tiene sed de ti (Sal 63:1) ¿querrás que esa sed quede sin apagar? Pusiste al descubierto ante mis ojos lo indigno que soy y lo justo que es tu juicio condenatorio; ¿esconderás ante mí tu mérito y la promesa de la vida eterna? Mi causa se tendrá que ventilar ante el tribunal en los cielos; pero mi consuelo es que en la sede de este tribunal tú figuras con el nombre “Salvador” que el ángel te había puesto antes que fueras concebido (Lc2:21).
¡Oh Jesús, rico en compasión y misericordia! ¿para quiénes quieres ser un “Jesús” (Salvador) si no lo eres para los pobres pecadores ansiosos de gracia y salvación? Verdad es que los que confían en su propia justicia y santidad, creen hallar la salvación en sus méritos personales; yo empero no hallo en mi persona cosa alguna que me haga digno de merecer la vida eterna; por esto acudo a ti, que has venido para salvar a tu pueblo de sus pecados (Mt1:21). ¡Da la salvación, pues, a los condenados, ten compasión del pecador, justifica al impío, absuelve al acusado!
Tú, Señor, eres la verdad (Jn 14:6), y Santo es tu nombre. Haz que yo experimente tu verdad y santidad; sé también para mí un Jesús, un Salvador, en la vida presente, en la muerte, en el juicio final, en la vida en el más allá. Y no tengo duda alguna de que lo serás; pues así como en cuanto a tu persona eres el mismo ayer y hoy y por los siglos (Heb 13:8), también es siempre igual tu misericordia. Lo que significa tu nombre, ‘Jesús’, lo significa también con respecto a mí, pobre pecador: también para mí serás un Salvador. Si vengo a ti, no me rechazarás (Jn 6:37). Tú haces que yo venga a ti con gozo; esto me da la certeza de que me aceptarás cuando venga; porque tus palabras son espíritu, verdad y vida. (Jn 6:63,14:6)
Tantísimos factores hay que me condenan: el pecado original que vengo arrastrando por naturaleza; mi concepción como pecador (Sal 51:5), los pecados de mi juventud; la imperfección de mi vida entera; la muerte que me aguarda por causa de mis muchas transgresiones; más aún, la severa sentencia condenatoria que tendrá que caer sobre mí en el juicio final: ¡a despecho de todos estos factores más que adversos, tú eres mi Jesús, mi Salvador! En mí no hay sino pecado, rechazo y condenación; más en tu nombre hay justicia, aceptación y bienaventuranza. Pues bien: en tu nombre fui bautizado, en tu nombre deposito mi confianza, en tu nombre moriré y resucitaré, y en él me presentaré ante el juicio. Todo esto está contenido en tu nombre como en un cofre lleno de joyas. Y de estas joyas se perderán sólo aquellas que yo mismo extravío por culpa de mi incredulidad.
¡No permitas que esto suceda! Te ruego por amor a tu nombre, para no ser condenado por causa de mi propia culpa y falta de fe. Sé que tú deseas que yo sea salvo (1Ti 2:4), pues tu santo nombre así lo indica.