El afligido dice:
¡Cuántos soldados de Cristo se vieron acosados por los ataques del diablo, y no volvieron de la batalla como vencedores, sino como vencidos! Muchos tuvieron un buen comienzo, pero luego perdieron la gracia de Dios y la vida eterna... Siento miedo ante el oculto consejo de Dios. Cuando pienso en los designios secretos de Dios, el terror se apodera de mi alma.
El hermano en Cristo responde:
Tienes razones para temer y temblar reconociendo la debilidad de tu carne, y el poder del diablo. (Fil.2:12). Y haces bien en recordar la apostasía de los que se desviaron del camino de salvación. Pero no pienses nunca que esa apostasía se debe a una decisión de Dios, ni que Él ha predestinado a esas personas para la condenación. Dios jamás decidió renunciar incondicionalmente a algunos creyentes y permitir que se desvíen. Porque "los dones y el llamado de Dios son irrevocables. " (Ro. 11:29).
Quienes alguna vez fueron creyentes y luego perdieron su salvación, la perdieron por su propia culpa, y no por algún decreto o decisión de Dios. Se desviaron de Dios por su propia voluntad. Jesucristo el Salvador; el Espíritu Santo y la fe; la gracia y la vida eterna... todo está íntimamente relacionado. En tanto que la persona regenerada persevera en la fe, permanece unida a Cristo.
Así, permanece también en la gracia de Dios. El Espíritu Santo mora en él. Y donde está el Espíritu, allí también están los frutos del Espíritu. Quienes pecan con maldad intencional contra sus propias conciencias, expulsan con ello al Espíritu Santo, renuncian a la fe, y rechazan la vida eterna. Confiando en el poder del Espíritu debes estar seguro de tu perseverancia en la fe y de tu salvación. Pero, por supuesto, esto no debe hacerte caer en una falsa seguridad carnal. Las infalibles promesas de Dios te libran de toda duda.
Las exhortaciones y advertencias de Dios, en cambio, te libran de la falsa seguridad carnal. En esta vida solamente las promesas de Dios nos dan seguridad. "El que piensa estar firme, mire que no caiga. " (1ª Co. 10:12). Dirige tu atención en ambas direcciones: A la misericordia de Dios, y también a su justicia. Por medio de la fe en la misericordia de Dios, deja que tu corazón se alegre confiando que perseverarás en la fe hasta el fin. Y por temor a la justicia de Dios, deja que tu corazón se aterrorice ante la seguridad carnal. "Se complace Jehová en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia. " (Sal. 147:11). Nuestro hombre interior debe esperar y confiar, pero nuestro hombre exterior debe temer y temblar.