Con cada día te acercas un poco más a la muerte, al juicio y a la eternidad; por esto, piensa cada día en cómo podrás pasar por el severo examen de la muerte y del juicio, y vivir en la eternidad. Ten mucho cuidado con lo que piensas, dices y haces, porque llegará el momento en que tendrás que rendir cuenta con respecto a todos tus pensamientos, palabras y obras (Mt 12:36 y Ecl 12:14).

Al acostarte hazlo pensando en que esta noche te puede sorprender la muerte; y al levantarte piensa que el de hoy puede ser el último de tu vida. No dejes para mañana tu arrepentimiento y tus buenas obras, porque no sabes que pasará mañana, pero que tarde o temprano habrás de morir esto lo sabes con absoluta certeza. Y nada es más perjudicial para vivir cristianamente que esa postergación. Si desoyes la voz con que el Espíritu Santo te llama en lo íntimo de tu corazón, perderás un tiempo que jamás podrás recuperar.

No esperes para más tarde; ofrece ahora a Dios la flor de tu juventud: Ningún joven tiene la garantía de llegar a viejo; pero a todo joven impenitente lo espera la perdición, ineludiblemente. Por otra parte, no hay edad más apropiada para el servicio a Dios que precisamente la juventud, cuando el cuerpo y el alma todavía están en su apogeo. Es un gran error embarcarse en un emprendimiento ilícito para hacerle un favor a otra persona; porque el que juzgará al término de tu vida no será aquella persona, sino Dios. Lo que cuenta es el favor de Dios, no el de los hombres.

En las sendas del Señor avanzamos o retrocedemos. Por esto, no dejes de hacer al cabo de cada día un examen de lo acontecido, para ver si en tu vida de cristiano hubo un progreso o un retroceso. Y si no notas progreso ni retroceso, recuerda el dicho de que “el que se queda parado, ya retrocedió.” También en la senda del Señor, no avanzar equivale a retroceder. Vivir cristianamente implica, por lo tanto, vivir responsablemente, no como quien “vive al día.” Sé amable en el trato con tus semejantes, no cargoso para nadie pero tampoco demasiado confianzudo con todos. Ten el más profundo respeto a Dios, sé sincero contigo mismo, equitativo con tu prójimo, buen amigo de tus amigos, paciente con tu adversario, siempre dispuesto a hacer el bien donde puedas. En tu vida haz que muera diariamente el hombre viejo con todos sus pecados y malos deseos; así en tu muerte podrás vivir con Dios. La vivencia cristiana halla su expresión en una amplia gama de actitudes: compasión en el corazón, bondad en el rostro, humildad en el modo de ser, modestia en los modales, paciencia en el destiempo.

Hay tres cosas en lo pasado que nunca debes olvidar: lo malo que hiciste, lo bueno que no hiciste, y el tiempo que malgastaste. Hay tres cosas en lo presente en que siempre debes pensar: lo fugaz que es la vida, lo difícil que es llegar a ser salvo, y lo exiguo que es el número de los que se salvan. Hay tres cosas en lo futuro en que debes reflexionar: la muerte, pues nada nos infunde mayor temor, el juicio, pues nada nos causa mayor desasosiego; el castigo en el infierno, pues nada puede causar mayor sufrimiento.

Mediante tu oración de la noche alíviate de los pecados cometidos en el transcurso de la jornada y al final de la semana despréndete de los pecados de los días que precedieron; piensa también, al caer la noche, cuántos fueron que en este día cayeron en las llamas del infierno, y agradece de todo corazón a tu Dios que te concedió un tiempo de gracia para el arrepentimiento. Tres cosas hay en lo alto que siempre debes tener presente: un ojo que todo ve, un oído que todo escucha, y un libro en que todo queda registrado.

Dios se entregó por entero a ti, por lo tanto, entrégate tú también por entero a tu prójimo. La mejor de las vidas es la que se dedica al servicio de los semejantes. Obedece y respeta a quienes ocupan un rango superior al tuyo; asiste con tu consejo y tu ayuda a tus pares; protege e instruye a los de rango inferior. El cuerpo siempre esté sometido al alma, el alma empero esté sometida al Señor. Deplora el mal que has hecho; no sobrevalores el bien que estás haciendo; y lo útil que piensas hacer, hazlo pronto. Acuérdate de tus errores, para que te pesen; acuérdate del juicio venidero, para que dejes de repetirlos; acuérdate de la justicia divina para temerla; y acuérdate de la misericordia divina, para no caer en desesperación. Apártate del mundo todo lo que puedas, y conságrate por entero al servicio del Señor. Ten siempre en mente que hay muchas actitudes que conspiran contra el vivir cristianamente: la vida de placeres pone en peligro tu virtud; la riqueza socava tu humildad; en suma: la excesiva atención en las cosas de la tierra desviará tu atención en las cosas de arriba (Col 3:2).

No busques el favor de nadie excepto el de Cristo; no temas el desaire de nadie excepto el de Cristo. Pide a Dios que te ordene hacer lo que él quiere; que te ayude a hacer lo que él te ordena; que no te recrimine por lo que ya pasó, y que dirija los pasos que habrás de dar en lo futuro. Procura ser, y no solamente aparecer; porque Dios, el juez, se guía no por la apariencia, sino por la realidad y la verdad. Tu hablar no sea mera habladuría, porque en el día del juicio tendrás que dar cuanta de toda palabra ociosa que has pronunciado (Mt 12:36).

De todo cuanto hagas, nada se pierde para siempre sino que será sembrado cual semilla para la eternidad. Si siembras para agradar a tu naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosecharás destrucción; y si siembras para agradar al espíritu, del Espíritu cosecharás vida eterna (Gl 6:8). Lo que llevarás contigo después de morir no son los honores que cosechaste en este mundo, ni tu mucho dinero, ni tus placeres, ni las vanidades de la vida terrenal; pero cuando hayas terminado con tu tarea de sembrador aquí en la tierra, te seguirán - tus obras.” (Ap 14:13) Por lo tanto: así como quieres presentarte en el juicio final, así tienes que presentarte ante los ojos de Dios ya hoy mismo.

No te conformes con la meta que ya alcanzaste; antes bien, trata de alcanzar la que Dios te señaló. No te enorgullezcas de los dones que te han sido dados, sino piensa humildemente que hay muchos que aún no posees. Aprende a vivir mientras todavía te queda tiempo para ello. Durante este lapso puedes ganar la vida eterna por la gracia de Dios o también perderla por culpa tuya. Con la muerte terminó el tiempo para trabajar, y comienza el tiempo para cobrar; pues lo que cabe esperar en la otra vida no es trabajo sino pago.

Estas meditaciones habrán de llevarte al conocimiento de cómo son las cosas; de ahí, a la seria alarma en tu conciencia; luego al recogimiento, y finalmente a la oración. Grande bien para la paz del corazón es una boca cerrada. Cuanto más te alejes del mundo y su trajín, tanto más te acercarás a ese reposo especial que todavía queda para el pueblo de Dios. Todo lo que quisieras tener, pídeselo a Dios; lo que ya posees, atribúyeselo a él. Quien no se muestra agradecido por lo que recibió, no merece lo que quiere recibir. La voz de la gracia de Dios ya no descenderá a nosotros si dejamos de elevar la voz de nuestro agradecimiento él. Cualquier cosa que te suceda, interprétala en el mejor sentido. Si es algo bueno, aprécialo debidamente, porque tienes sobrado motivo para alabar a Dios por ello; y si es algo malo, aprécialo igualmente, porque es una advertencia que te motiva para arrepentirte y enmendarte.

Si Dios te ha dado fuerzas, inviértelas en ayudar al que las necesita; si te ha dado inteligencia, instruye al que no sabe; si te ha dado riquezas, úsalas en beneficio de los menos afortunados. No te dejes abatir por la suerte adversa, ni te tornes jactancioso en caso de que todo te salga a pedir de boca. La meta de tu vida sea Cristo; hacia él dirige tus pasos, para que te encuentres con él al final de tu camino. En todo cuanto hicieres debe guiarte una profunda humildad y un ferviente amor. El amor debe elevar tu corazón a Dios, tu sumo Bien; y la humildad debe frenarlo para que no peques de engreído. Considera a Dios tu Padre por la compasión que te tiene; y tu Señor, porque te hace saber su voluntad soberana. Ámalo porque le gusta verte feliz, témelo porque le disgusta tu pecado. Encomienda al Señor tu camino; confía en él, deja que él actúe (Sal 37:5),  y alaba su gracia.

Señor mío y Dios mío, que produces en mí el querer, produce, te ruego, también el hacer para que se cumpla tu buena voluntad (Fil 2:13). Amén