Dios omnipotente, eterno y misericordioso, Salvador de todos, especialmente de los que creen (1Ti 4:10), que nos has mandado por medio de tu apóstol a hacer plegarias por todos los hombres (1Ti 2:1): te suplico por los que padecen necesidad y los que viven en la miseria; fortalécelos con tu gracia consoladora y asístelos con tu gran poder. Reviste de fuerza desde lo alto a los que luchan con denuedo contra las embestidas del adversario infernal y hazlos partícipes de la gloria que tú, oh Cristo, ganaste sobre Satanás. Levanta a los caídos y sostén a los agobiados (Sal 145:14).
Concede a los enfermos la gracia de poder ver a la enfermedad física como una medicina espiritual, y a los padecimientos del cuerpo como remedio para su alma. Llévalos a reconocer que las enfermedades son consecuencias del pecado, precursores de la muerte. Fortalece en ellos la fe y la paciencia, tú que eres el verdadero médico del cuerpo y del alma. Devuelves la salud corporal si lo consideras de provecho para su salud eterna. Tú eres el que desde el seno materno nos trajo a la luz del mundo, bendiciendo así la propagación del género humano. Asiste, pues, a las parturientas, para que los dolores del parto no superen sus fuerzas. Apiádate de los pobres huérfanos, defiende a las viudas indefensas, fiel al nombre que tu mismo te pusiste como Padre de los huérfanos y defensor de las viudas (Sal 68:5). ¡Qué las lágrimas que corren por las mejillas de las viudas atraviesen las nubes hasta llegar a tu trono!
Escucha el clamor de los que en el tormentoso mar están al borde del naufragio. Haz que salgan en libertad los prisioneros para que con un corazón agradecido puedan alabar tu bondad. Da fuerzas a los perseguidos por causa de la justicia (Mt 5:10) a fin de que puedan vencer a todos sus enemigos y abrazar la corona eterna de mártires. Ayuda a todos los que cayeron en algún peligro para que se mantengan firmes (Lc 21:19) y carguen pacientemente con su cruz (Mt 16:24), siguiendo a Aquel que por nosotros fue crucificado.
Pero en especial, Padre amado, encomiendo a tu divina protección a los que, llegados a las puertas de la muerte, luchan con todas sus fuerzas con el último de los enemigos. Fortalécelos, Vencedor de la muerte. Líbralos, Príncipe de la vida, para que no sean tragados por las olas de las tribulaciones y la desesperación, sino que lleguen seguros al puerto de la paz eterna.
¡Apiádate de todos los hombres, ya que eres el Creador de todos ellos! ¡Apiádate de todos, tu que eres el Salvador de todos! A ti sea la gloria y el honor por siempre. Amén.
Johann Gerhard, 1582-1637