El afligido dice:

Me hace bien mantenerme unido a Cristo. No quiero dejarlo fuera de mi corazón. Sinceramente deseo perseverar en la fe en Él, para poder compartir también su gloria en el futuro. Sin embargo, todavía no estoy totalmente libre del temor a la muerte, ni siento el poder del Espíritu Santo como para poder decir -como el apóstol- que quisiera partir. (Fil. 1:23).

El hermano en Cristo responde:

Es una debilidad de nuestra carne que valoremos más esta vida pasajera que la futura vida eterna. De ahí procede nuestro temor y horror ante la muerte. Para superar ese temor mediante el poder del Espíritu, y para fortalecer tu hombre interior, ten presente estas verdades celestiales: Hasta los cabellos de nuestras cabezas están todos contados. (Mt. 10:30). "Ciertamente, los días de vida del hombre están determinados... les pusiste límites, de los cuales no pasará. " (Job 14:5). Debes conformarte con la voluntad del Padre celestial.

La gracia de Dios te ha dado la vida. Él te ha formado maravillosamente en el seno de tu madre. (Sal. 139:16). El te guardó y protegió de muchísimos peligros. Si se lleva el alma que te ha dado, no te quita algo tuyo, sino algo que le pertenece a Él. Nadie debería protestar contra el que pide de vuelta lo que había prestado. Dios traslada el alma que te quita al Paraíso celestial. La cubre de gloria y la colma de preciosos dones. Y en esas condiciones un día habrá de devolvérsela a tu cuerpo.

El cuerpo que es depositado en el lecho de la tumba, más tarde será convertido en una morada mucho más gloriosa y preciosa para tu alma. "Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria. Se siembra en debilidad, resucitará en poder." (1ª Co. 15:42-43). ºTu alma ha sido creada por Dios Padre, redimida por el Hijo, y santificada por el Espíritu Santo. Encomiéndala con humildad y alegría a las fíeles manos de Dios. Di como David, Esteban, y Cristo mismo: "En tus manos encomiendo mi espíritu. " "Tú me has redimido, oh Dios de verdad." (Sal.31:5; Hch.7:58; Lc.23:46).

La muerte nos horroriza porque la ley de Dios nos acusa. Nuestros pecados son muchos y graves, y tenemos miedo de ser eternamente condenados. "Porque el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la Ley." (1ª Co.15:56). Pero, aún en el trance de la muerte puedes reanimarte con la certeza de la presencia y la ayuda de Dios. Por la fe confías en Cristo como en tu Mediador. Sabes que Él, con su muerte, le arrebató el horror a tu muerte. Y que con su resurrección obtuvo para ti justicia y vida eterna.

Sabes que por la fe en Él eres justificado y estás en paz con Dios; que cuando mueras serás recibido por el Padre celestial, de modo que puedes decir con Job: "Aunque Él me matare, en Él esperaré. " (13:15). Dios promete que estará con nosotros en la angustia; que nos librará y glorificará; que nos mostrará su salvación, y nos saciará de vida. (Sal.91:15-16). Ni la muerte, ni la vida, ni ninguna cosa creada podrá separarte del amor de Dios, que disfrutas por medio de Cristo Jesús. (Ro.8:38- 39). En Cristo tienes un Rey eterno. Él es nuestro Salvador por toda la eternidad. Piensa una y otra vez en lo que Dios nos promete en Cristo, y así desaparecerá la imagen horrible de la muerte, y verás en ella la imagen del descanso más reparador.