Dios santo, Juez justo: yo sé que soy malo de nacimiento. Pecador me concibió mi madre (Sal 51:5). Y ¿quién puede sacar pureza de la inmundicia (Job 14:4)? Aquel veneno del pecado invadió mi naturaleza entera y la corrompió. Ninguna fuerza del alma quedó libre de este contagio. He perdido aquel sagrado don de la imagen divina que has confiado al padre del género humano, y a mí juntamente con él. No me queda poder alguno para echar los cimientos de un reconocimiento salvífico de tu majestad y gloria, para el temor, la confianza y el amor; me falta toda capacidad de vivir en obediencia a tus mandamientos.

Mi voluntad se ha apartado de tu ley y en mis miembros domina ahora la ley del pecado, que lucha contra la ley de mi mente (Ro 7:23) y hace que toda mi naturaleza se haya vuelto corrompida y pervertida. Soy un hombre pobre y miserable (Ro 7:24), siento el impulso con que el pecado se agita tan cruelmente en mis miembros. Siento el yugo pesado de los malos deseos que me oprime. Pues si bien en el lavamiento del bautismo fui regenerado y renovado por el Espíritu Santo (Tit 3:5), todavía permanece en mí el yugo y la cautividad del pecado, ya que esa raíz amarga que aún queda en mí siempre trata de brotar de nuevo (He 12:15).

La ley del pecado que hace estragos en mi carne intenta aprisionarme. Estoy lleno de dudas, sospechas y ambición. De mi corazón salen malos pensamientos (Mt 15:19) como manchas feas ante tus ojos. De fuente contaminada salen aguas contaminadas.

Por lo tanto, oh Señor, no lleves a juicio a tu siervo (Sal 143:2), sino ten compasión de mí, conforme a tu gran amor (Sal 51:1). Desde el abismo de mi miseria (Sal 42:7) llamo a tu abismal misericordia. A cambio de la fealdad de mi naturaleza impura te ofrezco la concepción inmaculada de tu hijo. Para nosotros ha nacido este niño (Is 9:6), así que también para mí ha sido concebido. A Cristo Jesús, Dios le ha hecho nuestra justificación, santificación y redención (1Co 1:30). Por lo tanto, lo ha hecho también justificación y santificación mías. Por amor a este Hijo tuyo ten compasión de mí, oh Señor, y no pongas a la luz de tu presencia mis pecados secretos (Sal 90:8) propios de mi naturaleza corrompida. Antes bien, mira a tu Hijo amado, mi Mediador, y haz que su santísima e inmaculada concepción venga en auxilio de la miseria mía. Amén.