Dios Santo, Juez justo: ante ti nadie es justo, nadie está libre de las manchas del pecado. También yo estoy privado de la gloria (Ro 3:23) con que debiera comparecer ante tu tribunal. Carezco del vestido de inocencia con el que debiera presentarme ante tu rostro. Siete veces ¡no!, muchas más veces sufro caídas en cada hora; setenta veces siete peco en cada día. De tanto en tanto, el espíritu está dispuesto; pero el cuerpo siempre es débil (Mt 26:41). Hay momentos en que el hombre interior está lleno de vigor y muestra un crecimiento, pero el hombre exterior languidece y se debilita. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero (Ro 7:19). ¡Cuán a menudo surgen en mi corazón pensamientos vanos, malos, impíos, y cuántas palabras huecas, inútiles e insensatas! ¡Con cuánta frecuencia me salpican el lodo de acciones malas e incorrectas! Todos mis actos de justicia son como trapos de inmundicia (Is 64:6).
Es así que no me atrevo a establecer ante ti mi propia justicia (Ro 10:3), sino que me presento ante tu trono de justicia con la mayor humildad, y desde las profundidades del abismo clamo a ti, Señor: si tú tomarás en cuenta los pecados, ¿quién sería declarado inocente (Sal 130)? Por eso, no lleves a juicio a tu siervo, pues ¿quién saldrá declarado sin culpa? Si tú me quieres someter al examen de tu ley perfecta, ¿cómo podré permanecer en pie? Si quisieras exigirme una rendición exacta de cuentas, de mil cosas no podría responderte una sola (Job 9:3). Tengo que cerrar la boca (Ro 3.19) y confesarte que soy digno del castigo eterno, y con lágrimas en los ojos reconozco que con toda razón podrías condenarme a prisión perpetua.
En compensación de los pecados de mi vida cotidiana te ofrezco, oh Padre santo, la preciosísima sangre que tu Hijo derramó sobre el altar de la cruz, la cual me limpia de toda maldad (1Jn 1:9). Mis pecados, que me tienen cautivo, están muy lejos de ser mis enemigos más numerosos y fuertes, pero mucho más valioso y efectivo es el rescate que presentó tu Hijo.
Este rescate perfecto, pleno y sagrado de Cristo me sirva para el perdón de todas mis faltas. Amén.