El afligido dice:

Estoy desesperado. Mi corazón desfallece. Todo el tiempo recuerdo mis pecados, y eso atormenta mi conciencia. No tengo paz, y sólo siento terror ante Dios. Mi alma no encuentra consuelo. Mi espíritu desmaya. (Sal.77:3). No sé dónde refugiarme para estar en paz.

El hermano en Cristo responde:

¡Refúgiate en Cristo! Cristo invita a todos los que se sienten agobiados por sus pecados, diciendo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. " (Mt. 11:28). Recuerda que Él fue herido por tus pecados; invócalo a El y verás pasar de largo la tormenta del juicio y de la ira de Dios. Jesucristo hace nuevamente posible que Dios sea bondadoso con nosotros (Ro.3:25).

¡Cree en Él y acude a refugiarte en Él! Descansa "a la sombra de sus alas. " (Sal.57:1). "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas " (Sal.42:l), así tu alma tiene sed de Cristo, la fuente de agua viva (Jn.4:10). Dirígete a Él en oración. Cristo no te despreciará, ni te rechazará (Jn.6:37). "El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida." (Ap.22:17; 21:6). Recuerda que Cristo dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. " Y también: "El que a mi viene, no le echo fuera. " (Mt. 11:28; Jn.6:37). Recuerda que son palabras de Cristo; palabras dignas de toda confianza. Recíbelas con un corazón creyente. Confronta al Señor con sus propias promesas, y busca su rostro. (Sal.27:8).

Pon a Cristo entre tu persona, un ser humano pecador, y Dios el Creador, a quien has ofendido con tus pecados. Pide no ser juzgado ante el trono de la justicia, sino ante el trono de la gracia obtenida por Cristo. Si los terrores del infierno angustian tu alma, refúgiate en las heridas de Cristo crucificado, como una paloma asustada se refugia entre las hendiduras de una roca. (Cnt.2:14).

Por medio de la ley divina Moisés te acusa. Invoca a Cristo, para que interceda por ti. Tu conciencia te arrastra de aquí para allá. No permitas que ella te aparte de la fe y la esperanza en Cristo. Las heridas de Cristo son un firme fundamento para que confíes en el amor de Dios. De esas heridas fluyen torrentes de piedad hacia ti. Los sufrimientos de nuestro Señor Jesucristo son tu refugio seguro. Si eres espiritualmente necio, si tu justicia personal no vale nada, si sólo mereces la reprobación y el castigo de Dios... el sufrimiento de Cristo te puede ayudar. Tener la fe salvadora significa mirar a Cristo colgado en la cruz para salvarnos a nosotros, y hallar en sus heridas el bálsamo para las nuestras, confiando de todo corazón en su sacrificio redentor.

Es cubrir nuestras vergüenzas y suciedades con Su perfecta santidad. La fe salvadora dice: ¡Mírame, Señor Jesús. Tú, que cargaste nuestra cruz. Ten piedad de mí, y sumerge toda mi maldad en tus heridas. Estoy sediento de salvación, y de ti espero recibir completo perdón. Por mis culpas he de morir, pero por tu santa sangre he de revivir! Si estás desesperado por el peso de tus pecados; si tienes hambre y sed de justicia, confía en Cristo. Él justifica al impío (Ro.4:5). Confiésale que no puedes conquistar el Reino de los Cielos por tus propios méritos, y recuerda que Jesucristo posee ese reino por dos razones: Por ser Heredero de Dios, y por haberlo merecido con sus obras y con su sacrificio. Lo primero es suficiente para Él; lo segundo es para beneficiarte a ti y a mí. ¡Recibe este obsequio! No serás defraudado.