El afligido dice:

La muerte entró al mundo por culpa del pecado, y es una bien merecida paga del pecado. ¿Cómo no habría de horrorizarme ante la muerte?

El hermano en Cristo responde:

En sí misma, la muerte es la paga del pecado, y un castigo de la ira de Dios. Sin embargo, para los que creen en Cristo se convirtió en el más dulce de los sueños. Pero, los que han nacido de nuevo y ahora creen en Cristo siguen estando todavía en el cuerpo, y llevan en su carne residuos del pecado. El cuerpo sigue estando sujeto a la muerte, por causa del pecado que subsiste en él, "más el espíritu vive a causa de la justicia. " (Ro.8:10). Por los méritos de Cristo, los que creen en Él son absueltos de sus pecados, y son justificados ante Dios. El pecado que todavía subsiste en su naturaleza carnal no le es imputado, sino que queda cubierto por la gracia de Dios.

La vida del alma del creyente no termina con su muerte física. El Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad, describe la muerte del creyente en términos sublimes. Alo que los insensatos llaman "el final", el Espíritu describe como "ser reunido con su pueblo. "(Gn.25:8; 35:29; 49:33). Eso significa entrar a la comunión de la Iglesia triunfante en el cielo; reunirse con los que murieron en la fe y precedieron a los que aún viven. La muerte de los fíeles no es un fin, sino un cambio. No es un destierro, sino un traslado. No es un aniquilamiento, sino una maravillosa transferencia del alma. Al alma se la llama de vuelta a su hogar, a la paz.

Por medio de la muerte Dios no destruye el alma, sino que la eleva a una vida superior. Cuando mueren, los creyentes pasan de una vida pecaminosa, a una vida libre de pecados, y obtienen paz y descanso. (Is.57:2). Salen de una agobiante e incesante lucha, y entran a la paz y tranquilidad celestial. Del mar agitado y tormentoso, llegan al puerto seguro. Del valle de lágrimas, a la dicha del cielo. Parten para estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor. (Fil.l :23). Son llevados de su morada decadente, a la patria eterna, a su verdadero hogar. (He. 13:14; 2ª Co.5:1 -3). De las humillaciones y tribulaciones del mundo impío, a la bienaventurada comunión con Cristo es su gloria.

Así como se le quitan los arreos o el yugo a los animales de tiro después de su trabajo, y así como se le quitan las cadenas a los presos que cumplieron su pena, así la muerte libra a los creyentes del penoso yugo de este mundo opresor; los saca de la oscuridad de este valle de lágrimas, y los transporta a mejor vida. (He. 11:5). Al morir, los creyentes emigran desde la tierra peregrina, para estar con el Señor en la patria celestial. (2ª Co.5:l-8). El que debe tenerle miedo a la muerte es aquel que no desea estar con Cristo. Y no puede desear estar con Cristo quien no cree que reinará con Él. Sólo los que creen en Cristo pueden encarar la muerte sin temor. Saben que cuando mueran "descansarán de sus trabajos. " (Ap.l4:13). La muerte del creyente no termina con su persona, sino sólo con su miseria. La fatigosa vida de luchas y tribulaciones llega a su fin, y eso es un alivio. Así, para los creyentes la muerte es algo bueno. En sus sepelios, sus cuerpos son sembrados en el campo del Señor. (1ª Co. 15:38 ss.).

Esos mismos cuerpos resurgirán a la vida; brotarán y florecerán como los más preciosos granos de trigo. Como dice un himno: El polvo al polvo se une acá, mas aún del polvo surgirá al dar Jesús la gran señal, en la resurrección final. Nacido corruptible aquí, será ya incorruptible allí, glorificado a Dios verá, su santa imagen lucirá. Su cuerpo, es cierto, yace acá, más su alma ya con Dios está, pues Cristo, con su expiación, le obtuvo plena redención. Por toda angustia temporal, ahora halló paz celestial, por yugo aquí de servidor, corona allá de vencedor. Jesús la muerte convirtió, en sueño para quien durmió, creyendo en El, quien al volver, va a despertarnos con poder. ("Nun laszt uns den Leib begraben." Trad. y adapt. H.Berndt).

Los huesos de los fieles reverdecerán como la hierba cuando llega la primavera. (ls.66:14). Los justos que han muerto solamente "duermen." (2ª S.7:12; Is.26:19; Dn.l2:2; Mt.9:24; Jn.ll:ll; 1ª Co.l5:6; 1ª Ts.4:13). Así como descansamos del trabajo y nos recuperamos de la fatiga cuando dormimos, así la muerte nos lleva al descanso de toda fatiga y molestia temporal. Después seremos revestidos con nuevas fuerzas en cuerpo y alma, para vivir eternamente en toda plenitud el Paraíso celestial, glorificando a Dios llenos de gozo. Para ese fin fuimos creados, y para eso nos ha redimido Jesucristo. Al dormir no nos preocupamos por lo que sucede a nuestro alrededor, ni nos importa. Quienes murieron confiando en Cristo también descansan, sin preocupaciones y angustias, sin saber nada de las molestias de esta vida. Y tal como despertamos del sueño, así también despertaremos de la muerte.

Llegará el momento en que oiremos la voz de Cristo, llamándonos de la tumba a la vida. (Jn.5:28-29). Dijo san Agustín que nadie puede levantar a alguien tan fácilmente de la cama, como Cristo puede levantar a los muertos de la tumba. De todo lo dicho concluimos que el apóstol tiene razón cuando dice que la muerte de los creyentes es "ganancia " (Fil. 1:21). Es ganancia escapar del pecado. Es ganancia librarse de algo peor que la miseria terrenal, y arribar a algo infinitamente mejor. "Espreciosa a los ojos del Señor la muerte de sus santos. " (Sal. 116:15).Y para ellos mismos es buena, porque les concede descanso; mejor aún porque les ofrece seguridad; mejor aún, porque los libera y traslada a la gloria.