Dios eterno y misericordioso, inúndame con la riqueza de un verdadero y sincero amor espiritual. Mi corazón es frío e insensible, ¡Hazlo arder! Mi corazón es duro como una piedra, ablándalo. Mi corazón está lleno de espinas de ira y odio, límpialo. ¡Cuánto te amo, Señor, fuerza mía, mi roca, mi amparo, mi libertador, el peñasco en que me refugio, mi escudo, el poder que me salva (Sal 18:1-2)! Todo lo bueno, todo lo  excelente que veo en aquello que tú has creado, lo veo aumentado mil veces en ti, que eres el bien supremo. Por esto quiero amarte de corazón y sobre todas las cosas, porque no hay cosa alguna que merezca, ni remotamente, el amor que tú mereces.

Para mí el bien es esta cerca de Dios (Sal 73:28). Si mi ideal es la hermosura: tú eres el más hermoso. Si es la sabiduría: tú eres el más sabio. Deseo riqueza: tú eres el más rico. Admiro el poder: tú eres el todopoderoso. Amo la gloria: tú eres el más glorioso. Tú me amas desde la eternidad, aún antes de que yo existiera; yo quiero amarte mientras exista, por toda la eternidad. Tú me amaste y te entregaste a ti mismo a mí; yo te amaré entregándome por entero a ti. Por voluntad tuya, tu Hijo entró en la unión indisoluble con la naturaleza humana. Entonces: ¿no habría de unirme yo contigo mediante el lazo indisoluble del amor? Fue su amor divino lo que hizo bajar a tu Hijo desde el cielo a esta tierra, para sufrir azotes y morir en la cruz; ¿no debiera esta llama de su amor arrancar mi corazón desde la tierra hasta el cielo y atarme para siempre a ti, el bien supremo? Yo cometería una tremenda injusticia, contra ti y contra mí, con estar apegado a lo terrenal, trivial y malo, ante el hecho de que tú me dignificaste de tal manera y me diste tan ricas promesas; ¡incluso el permiso de amarte, que no es poca cosa!

¡Que de mi amor hacia ti brote también un sincero amor a mi prójimo! Quién te ama a ti, bien supremo, obedecerá también tus mandamientos (Jn 14:15), ya que en el cumplimiento de tu ley se demuestra el amor. Entonces: puesto que tú nos has dado el mandamiento de amar al prójimo, si alguien afirma: “Yo amo a Dios” pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto (1Jn 4:20). Sea quien fuere mi prójimo, tú lo has tenido en tan alta estima que tras liberarlo de su estado de pecador lo llamaste a formar parte de tu reino de gracia. Por lo tanto, por amor a ti debo amar a mi prójimo a quien has hecho partícipe de tu gloria.

Aumenta en mí este amor no fingido y fortalécelo, tú que eres el amor eterno e inalterable. Amén.