Dios santo, Juez justo: contrito está mi corazón, triste y atemorizado mi espíritu a causa de la carga de mis pecados que pesan sobre mí. Desapareció el vigor de mi corazón, mis ojos perdieron su brillo. Mi alma se siente oprimida, por esto estallo en lágrimas. También mi espíritu está oprimido, por esto hasta me olvido de comer mi pan. Mi corazón está herido, por esto brotan de él las lágrimas cual gotas de sangre. ¿Quién está consciente de sus propios errores (Sal 19:12)? Por lo tanto, ¿quién puede entender el dolor de mi corazón angustiado a causa de sus pecados?

Mi alma, marchita y atribulada, tiene sed de ti, fuente de la vida (Sal 42:2). Refréscame, oh Cristo, con el rocío del Espíritu y de la gracia. No desoigas los suspiros de mi corazón. Tú que eres la alegría mía, haz que pueda volver a vivir en calma, para que, justificado mediante la fe, tenga paz con Dios (Ro 5:1). Mi corazón me condena, mi conciencia me acusa. Absuélveme, tú que eres más fuerte que mi corazón y mi conciencia (1Jn 3:20), y que clavaste en la cruz la deuda que me en mi contra (Col 2:14). A ti, oh Señor, presento mi corazón quebrantado y arrepentido, como ofrenda de aroma grato (Ex 29:18). Te ofrezco también mis suspiros, señales de sincera y verdadera compunción; mis abundantes lágrimas también, señales de mi dolor no fingido. Pensando en mí, caigo en desesperación. Pensando en ti, recobro la vida. Pensando en mí, me desvanezco. Pensando en ti, vuelvo a levantarme. Pensando en mí, siento temor. Pensando en ti, siento gozo y alegría. Cansado estoy y muy atribulado, pero en ti hallaré descanso para mi alma (Mt 11:28).

Un abismo llama a otro abismo (Sal 42:7). El abismo de mi miseria llama al abismo de tu misericordia. Desde las profundidades elevo a ti mi clamor (Sal 130:1). Señor, arroja al fondo del mar todos mis pecados (Mi 7:19). Por causa de tu indignación, no hay nada sano en mi cuerpo. Por causa de mi pecado mis huesos desfallecen, mis maldades me abruman. Son una carga demasiado pesada (Sal 38:3-4).

Sana mi alma, oh Médico divino, para que no me arrebate la muerte eterna. Quita de mí la carga de mis pecados, tú que la llevaste a la cruz, para que yo no sucumba bajo este peso insoportable. Ten piedad de mí, manantial de gracia y misericordia. Amén.