Aunque destrozamos Sus dones, Dios, el Dador supremo, nos inunda con regalos aún mayores: restauración y gracia en Cristo por su Espiritu Santo.

Dios cambiará tu tristeza temporal en gozo eterno.

Deja de ser tu propio mal pastor y encuentra el verdadero contentamiento en el Buen Pastor que busca, salva y satisface.

Aunque el miedo nos acosa en este mundo caído, Cristo resucitado viene a nosotros con verdadera paz a través de su Palabra y Sacramentos, reconciliándonos con Dios.

Aunque las lágrimas de dolor nos cieguen a la esperanza, la voz de Cristo resucitado atraviesa las tinieblas, llamándonos por nuestro nombre a apartarnos de la desesperación del sepulcro vacío y mirar a Él, nuestro Redentor viviente, que las enjugará todas.

Silenciados por el juicio de condenación, confiamos en el veredicto final de Dios: la vida de resurrección declarada en Cristo.

Dios anula las expectativas mundanas de poder al revelar que el verdadero Rey de Judea no es un gobernante conquistador, sino el Siervo Sufriente, Jesucristo, cuyo reino se establece mediante el sacrificio y la resurrección.

Jesús Nos Salva por Servicio y para el Servicio.

Como el dueño del asno que reconoce quien es el Señor que le pide su animal de carga, sin entender la razón, confía en el Rey que entra no para tomar lo que es tuyo, sino finalmente para dar lo que es Suyo.

A través de la apertura sacrificial de Su costado herido, Jesús, el Nuevo Adán, dio a luz a Su Esposa, la Iglesia, uniéndonos a Sí mismo en el lavamiento del bautismo y nutriéndonos con Su sangre vivificante en la Eucaristía, llamándonos a ser Sus compañeros fieles y a dar testimonio de Él como Su Cuerpo Herido en el mundo.

¡Podemos confiar en la aparentamente "absurda" promesa de vida en Cristo para aquellos que guardan Su Palabra, porque por Su Cruz, Cristo ha convertido la muerte en la puerta a la vida eterna!

Cristo enfrentó descalzo los peligros que nosotros no podíamos; Sus pies heridos son ahora nuestra protección divina, como Botas Divinas, Cristo nos envuelve en sí mismo, nos lava nuestros pies, y nos envia para ser mensajeros de paz.

Más allá del anhelo por el pan de cada día, existe un hambre del alma más profunda que solo Él puede saciar: Jesús, el verdadero Pan de Vida, se ofrece a sí mismo como el banquete que dura para siempre.

Aunque fuimos maravillosamente hechos a mano por Dios, nuestras manos a menudo se desvían hacia la creación de ídolos y la ejecución del mal. ¡Cuán distintas las manos de Cristo! Manos de carpintero que también obraron milagros, sanando, resucitando y ofreciendo compasión divina. Traspasadas en la cruz, sus cicatrices son el testimonio eterno de nuestro perdón y la promesa de que nos toma de la mano para guiarnos hacia la vida nueva y el hogar celestial que Él mismo prepara.

Cristo, el fuerte ‘ladrón’ divino, irrumpe violentamente en la fortaleza de Satanás para liberar y reclamar Su tesoro preciado: tú.

El dolor amargo de un padre se convierte en redención cuando un Hijo, herido en la Cabeza y coronado de espinas, sufre por nosotros para ofrecernos la corona de la vida eterna.

Dios nos ama tanto que luchará con nosotros, incluso hasta lastimarnos, para salvarnos de nosotros mismos y para que la fe domina la desesperanza.

Jesús dobló Su espalda bajo el peso de nuestros pecados para que nosotros podamos ponernos de pie en Su libertad. ¡En Sus hombros encontramos nuestro descanso!

El diablo, como una hiena atacando a un león debilitado, tentó a un Jesús hambriento, con el objetivo de explotar Su vulnerabilidad humana y tergiversar las Escrituras. Creyó tener la ventaja, pero juzgó gravemente mal a su oponente. Cristo, el verdadero Caballero, respondió con el poderoso "Escrito está", empuñando las Escrituras y la teología de la cruz, revelando fuerza en la debilidad. Aunque el diablo infligiría un golpe a Cristo, en última instancia, es Cristo quien regresará, y entonces, será Su turno de asestar el golpe final y decisivo contra el mal.

La búsqueda de la divinidad por la humanidad a través de ilusiones fugaces y autoengaño es inútil, mientras que la encarnación y resurrección de Dios demuestran Su poder para transformar el polvo humano en vida eterna.