Santo Dios, justo juez: Vengo ante ti con mis pecados. Cada hora que vengo pienso en la muerte, porque la muerte me amenaza en cada hora. Cada día pienso en el juicio, porque ante tu tribunal tengo que rendir cuentas de todo lo que hice mientras vivía en el cuerpo (2 Corintios 5:10). Examino mi vida, y veo que todo es vanidad e impiedad. Vanas e inútiles son muchas de mis obras, más vanas aún muchas de mis palabras y la mayoría de mis pensamientos. Y no sólo vana es mi vida, sino también impía. No hallo en ella nada bueno, pues aun lo que aparenta ser bueno, no es bueno de verdad, porque está contaminado con la peste del pecado original y mi naturaleza completa.
Dice el piadoso Job: “Me queda el miedo de tanto sufrimiento; pues bien sé que no me consideras inocente” (Job 9:28). Si así se queja un hombre piadoso, ¿Qué dirá el impío? “Todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia” (Isaías 64:6). ¿Qué serán entonces nuestros actos de injusticia? La respuesta de nuestro Salvador es clara: “Cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, decid: Somos siervos inútiles” (Lucas 17:10). Según esto, nuestra obediencia como siervos es inútil; entonces, toda nuestra desobediencia será un solo bochorno.
Santo Dios: si estoy en deudas contigo con todo mí ser, aun en aquello en que no peco, ¿qué te puedo ofrecer entonces en ese estado de pecaminosidad total? Nuestra propia justicia lo es sólo en apariencia, y queda revelada como injusticia si la comparamos con la justicia divina.
Una lámpara difunde luz en la oscuridad. Pero a la luz del sol, la de la lámpara se desvanece. A menudo, lo que parece ser una línea recta, demuestra ser curvada si le aplicamos una regla. Si a primera vista, un retrato parece ser perfecto, el entendido en materia de arte descubrirá más de una imperfección. De igual manera, el juicio severo de un juez declarará censurable una acción que a los ojos de quien la cometió parece del todo lícita. En suma: los juicios de Dios no son como los juicios de los hombres (Isaías 55:8). Tiemblo al pensar en mis tantos pecados, y la mayoría de ellos ni siquiera me son conocidos; pues “¿quién está consciente de sus propios errores? ¡Perdóname aquellos de los que no estoy consciente!” (Salmos 19:12). No me atrevo a alzar la vista al cielo (Lucas 18:13) porque ofendí al que en él habita. Tampoco hallo refugio en la tierra; pues ¿cómo podría refugiarme en el favor de alguna criatura siendo que ofendí al que es el Señor de toda ellas?
Mi adversario, el diablo, me acusa delante de Dios (Apocalipsis 12:10) y le dice: “Tú que eres un juez justo, ¿por qué demoras en pronunciar tu sentencia? Vamos, di que este hombre está en las manos mías a causa de su culpa, ya que no quiso estar en las manos tuyas a causa de tu misericordia. Tuyo es, sí, por su naturaleza, pero mío porque se complacía en cometer pecados; tuyo es por virtud de tus padecimientos, mío como consecuencia de mis tentaciones; contra ti se rebela, a mí me obedece; de ti recibió el vestido de gala de la vida perdurable y de la inocencia; de mí, los harapos de una vida malgastada; la ropa que tú le diste, la tiró a un lado; con la mía se presenta ante tu tribunal. ¿Qué esperas todavía? Di claramente que este hombre me pertenece a mí, y que juntamente conmigo tendrá que ser condenado.”
Y por añadidura, me acusan todos los elementos: El cielo dice: yo te cobijé bajo mi bóveda luminosa para que te puedas sentir seguro. El aire dice: yo puse a tu disposición toda clase de aves para que estén a tu servicio. El agua dice: yo te di gran variedad de peces para que te sirvan de alimento. La tierra dice: yo te di pan y vino para tu sustento; y sin embargo, de todo esto abusaste, con entero desprecio de tu Creador. Por eso, todos nuestros dones se convertirán para ti en castigos. El fuego dice: respecto de este hombre (¡que soy yo!): en mis llamas será quemado; el agua: en mi profundidad será sumergido; el aire: como paja lo arrastraré por el viento; (Salmos 1:4) la tierra: yo lo tragaré. Y vuelve a decir el fuego: yo lo consumiré. Me acusan los santos ángeles que Dios me dio como servidores en esta vida y como miembros de una misma familia en la vida venidera. Pero ¡ay! mis pecados me privaron de sus servicios en lo presente y de la esperanza de que serán mis compañeros en el futuro.
Y más aún: me acusa la voz de Dios, la propia ley divina: o tengo que cumplirla, o será condenado por no cumplirla. Pero cumplirla me es imposible - y perderme para siempre me llena de un temor insoportable y atroz. Me acusa Dios, el Juez insobornable que está dispuesto a dar cumplimiento a su ley hasta las últimas consecuencias. No hay forma alguna de engañarlo, puesto que él es la Sabiduría en persona. Tampoco puedo ponerme fuera de su alcance, ya que su dominio se extiende por el orbe entero.
¿Adónde podría huir de su presencia? (Salmos 139:7) A tus brazos, Señor Jesús, único Refugio y Salvador nuestro. Grandes son mis pecados; mayor es la satisfacción que hiciste por ellos. Grande es mi injusticia, pero mayor la justicia tuya. Yo confesaré mis errores; tú perdónamelos, yo los revelaré; haz tú que ya no se vean; yo los destaparé, tú tápalos.
Todo lo que hay en mí tendría que arrastrarme a la perdición; pero él es generoso en perdonar, y de él recibiré misericordia (Isaías 55:7). Yo cometí muchos delitos que merecerían justa condenación; tú prometiste que por tu gran misericordia me darás vida eterna. Tú, oh Cristo, eres la roca que me fortalece (Salmos 62:7) y me cubre ante las acusaciones de mis adversarios. Mis pecados claman al cielo; pero más poderosa es la voz de tu sangre, derramada para la remisión de mis pecados (Hechos 20:28). Muy violenta es la acusación que mis transgresiones levanta ante Dios; pero mucha más fuerza tienen tus padecimientos para salir en mi defensa. Mi vida enteramente carente de justicia es motivo para condenarme; tu vida enteramente justa es motivo más que suficiente para salvarme.
Por todo esto, no puedo apelar al trono de la justicia, pero sí puedo apelar y apelaré al trono de la misericordia, en la certeza de que entre mi persona y tu juicio se levanta como abogado la voz de tus méritos.