Grande es la bondad de Dios que nos ha llamado para ser miembros de su iglesia. “Una sola es mi palomita preciosa” (Cnt 6:9) dice el Amado en el Cantar de los Cantares. Sí, una sola; porque una sola, la verdadera iglesia, es la amada novia de Cristo.

El Espíritu de Cristo existe solamente en el cuerpo de Cristo. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo (Ro 8:9); y el que no es de Cristo, no tiene parte en la vida eterna. Todo lo que no estaba dentro del arca de Noé estaba condenado a una muerte irremediable en las aguas del diluvio (Gn 7:21); igualmente, todo lo que no está dentro del arca espiritual de la iglesia, es arrastrado por el torrente de la condenación eterna. Quién no es hijo de la madre iglesia en esta tierra, no puede ser hijo del Padre en el cielo.

Piensa en esto, alma mía: cada día, millares de personas descienden al infierno por hallarse fuera del seno de la iglesia. Y que tú no eres una de ellas, no lo debes a algún mérito tuyo sino únicamente a la gracia del misericordioso Dios. Cuando todo Egipto estaba cubierto por tinieblas tan densas que se podían palpar, en todos los hogares israelitas había luz (Éx 10:21,23);  así también la iglesia es el único lugar donde brilla la luz del conocimiento de Dios. Los que viven al margen de la iglesia van de una oscuridad a otra, de la oscuridad de la ignorancia que reina en esta tierra a la oscuridad de la condenación eterna que reina en el más allá.

El que no es parte de la iglesia combatiente jamás podrá ser parte de la iglesia triunfante. Pues Dios, la palabra, la fe, Cristo, la iglesia y la vida eterna - estos seis están unidos en forma inseparable. La santa iglesia de Dios es madre, virgen y novia a la vez: madre, porque a diario nacen de ella hijos para Dios según el Espíritu; virgen, porque se mantiene pura, sin ceder a las frívolas insinuaciones del diablo y del mundo; novia, porque Cristo se comprometió con ella mediante un pacto eterno y le dio el Espíritu Santo como dote. La iglesia es una barca (Mt 8:23) en la que navega Cristo con sus discípulos y que al fin nos lleva al puerto de la bienaventuranza eterna. Con el timón de la fe surca los mares de este mundo sin errar el rumbo. Su piloto y timonel es Dios, y sus remeros, los ángeles. En su amplio interior cobija a toda la multitud de los santos (Mt 8:23). En medio de la barca se alza el mástil de la cruz salvadora en el cual están fijadas las velas de la fe evangélica, que al soplo del Espíritu Santo impulsan a la barca en derechura hacia el seguro puerto de la paz eterna.

La iglesia es el viñedo (Mt 21:33) que el Señor plantó en el campo de este mundo. Lo regó con su sangre. A modo de cerco protector lo rodeó de sus servidores, los ángeles. Cavó un lagar de sufrimiento (Is 63:3), y lo limpió de toda piedra que pudiera servir de tropiezo. La iglesia es la mujer  revestida del sol (Ap 12:1); pues la recubre la justicia de Cristo. A sus pies yace pisoteada la luna, porque desprecia las cosas cambiantes de esta tierra. Todo esto es una clara demostración de la gran dignidad de la iglesia - motivo más que suficiente para dar a Dios mil gracias por ella.

Grandes son, en verdad, las bendiciones que Dios derrama sobre nosotros en su iglesia, pero no todos sacan provecho de ellas; en efecto: la iglesia es jardín cerrado, sellado manantial (Cnt 4:12). La hermosura de este jardín no la puede apreciar nadie, a menos que esté dentro del mismo; igualmente, nadie se percata de los dones divinos que ofrece la iglesia, a menos que sea miembro de ella. Por fuera, la amada de Cristo es morena  (Cnt 1:5), pero por dentro es hermosa, porque la hija del Rey es todo esplendor (Sal 45:13). La barca de la iglesia es sacudida por fuertes tormentas (Mt 8:24) de persecución; el viñedo (Jn15:2) necesita la mano de un experto que la pode; y contra la mujer de la que habla el profeta (Ap 12:1), lucha el dragón infernal (Ap 12:7) con todo su armamento.

La iglesia es una bella azucena; sin embargo, florece entre las espinas (Cnt 2:1,2). La iglesia es un jardín hermoso, pero cerrado (Cnt 4:12); la fragancia de sus flores sólo se percibe en su entorno si la atraviesan las ráfagas de la tribulación. La iglesia es la amada hija de Dios; aunque odiada por el mundo, tiene asegurada su herencia en los cielos. Por lo tanto, su estilo de vida actual es a menudo trabajoso peregrinaje, con obstáculos a diestra y siniestra. Pero todo lo sufre con paciencia, y la paciencia le da fuerzas. La iglesia es una madre espiritual, y al igual que la madre de Cristo, tiene que estar al pie de la cruz, expuesta a burlas e incomprensión. Es también una palmera que cuanto más azotada esté por los vientos de muchas pruebas mayor vigor adquiere.

Al pensar en todo esto, vemos cuán grande es la dignidad de la iglesia, lo que debe motivarnos a llevar a una vida acorde con esta dignidad; no desoyendo su voz ni teniendo en poco el alimento que te ofrece en el sacramento de la cena del Señor. La iglesia es una virgen; y si tú quieres ser en verdad su hijo espiritual, cuídate de no entregar tus miembros a nada que sea indecoroso. La iglesia, y también cada alma creyente, es una novia. Por ende, todos debemos mantenernos alejados de las tentaciones a la infidelidad proveniente de Satanás. Tú eres la novia de Cristo; en consecuencia, esfuérzate por retener el espíritu que recibiste como dote; eres la novia de Cristo, y como tal, insiste en rogar que tu Esposo no demore en llegar y que te dé un lugar en el banquete celestial. Y como el Esposo vendrá de noche sorprendiendo a quienes no están preparados (Mt 25:10), mantente en estado de alerta para que el Esposo, al venir y encontrarte durmiendo, no te cierre la puerta de entrada a la vida eterna.

Navegas en una barca (Mt 8:25) ¡ten cuidado, pues! no sea que te hundas en el mar del mundo antes de llegar al seguro puerto; y ruega al Señor que te fortalezca en tu fe para no sucumbir en la tormenta de las tribulaciones. Fuiste contratado para ser un obrero en el viñedo del Señor (Mt 20:1). La paga que el Señor te dará te hará que parezca leve la carga del trabajo. Eres un viñedo del Señor; esfuérzate pues en eliminar los pámpanos inservibles, las obras vanas de la carne, y considera todos los días de tu vida como tiempo para la poda.

Tú eres una rama en la vid que es Cristo (Jn 15:1 ss); por lo tanto, permanece en él para poder llevar mucho fruto, porque toda rama que en él no da fruto, el Padre la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía. Te has revestido de Cristo (Gl 3:27) por medio de la fe; él te viste con el sol de justicia (Mal 4:2); entonces, arroja bajo tus pies la luna de lo terrenal (Ap 12:1) y tenlo todo por estiércol por amor a los bienes eternos (Fil 3:8).

Oh Señor Jesús: tú has asignado un lugar en la iglesia combatiente; te rogamos condúcenos también llegado el tiempo, a tu iglesia triunfante. Amén.