El afligido dice:
Me temo que seré castigado en el Purgatorio. Soy culpable de muchos pecados. Dios puede entrar enjuicio conmigo, y condenarme a un proceso de purificación. (Sal. 143:2).
El hermano en Cristo responde:
Cualquier persona con la que Dios entra enjuicio, cualquiera que no se ha reconciliado con Él en esta vida, será condenada por Dios no a algún presunto Purgatorio, donde sería atormentado por un tiempo limitado, sino al fuego del infierno, donde sufrirá eternamente. Pero cualquiera que en esta vida se arrepiente de sus pecados y cree en Cristo, tiene la segura promesa de su Salvador, que no necesita temer un destino de penas y tormentos después de su muerte. Porque el Señor dice: "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá & condenación, mas ha pasado de muerte a vida." (Jn.5:24).
La Palabra de Dios reconoce dos clases de personas solamente: Penitentes e impenitentes; creyentes e incrédulos. Y también describe solamente dos destinos después de la muerte: Cielo e infierno; felicidad o tormentos. La Biblia no dice nada de un tercer tipo de personas, ni de un tercer lugar después de la muerte. Existen solamente dos destinos posibles: El reino de gloria eterna, y el infierno de fuego eterno. No existe alternativa. Quien no está con Cristo, sólo puede estar con el diablo.
Cristo dice: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. " (Mr. 16:16). Y: "El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. " (Juan 3:18). Por su parte, Juan el bautista dijo: "El que cree en el Hijo de Dios tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo de Dios no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. " (Jn.3:36). Los justos irán a la vida eterna, pero los condenados al castigo eterno. (Mt.25:34,41-46).
La separación entre fieles e infieles no se realiza recién el último día, sino inmediatamente después de la muerte. Eso nos lo enseña el ejemplo del hombre rico incrédulo, que fue arrojado al infierno, y del mendigo creyente, Lázaro, que fue llevado por los ángeles al Paraíso. (Lc. 16:22- 23). Lo mismo podemos aprender también del ejemplo de ese malhechor que murió crucificado junto a Cristo, que se arrepintió, y buscó salvación en Jesús. A este criminal -que fue convertido a último momento- Cristo le prometió que habría de entrar al cielo ese mismo día, enseguida después de morir. (Lc.23:43).
El Espíritu de verdad nos asegura también: "Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen." (Ap.14:13). No existe otro pago o rescate posible por nuestros pecados, sino "la sangre de Cristo ", que "nos limpia de todo pecado."(1ª Jn.l:7). "El castigo de nuestra paz fue sobre Él. " (Is.53:5). Cristo cargó con nuestros pecados y fue castigado en nuestro lugar; por medio de Cristo Dios se declara en paz con nosotros. Todo aquel que cree en Jesucristo está justificado y en paz con Dios. (Ro.5:l). Ha pasado de muerte a vida. (1ª Jn.3:14). Después de la muerte ya no le tocará sufrir ningún tormento.