Dios santo, que amas la castidad y honestidad y odias todo lo inmoral, te ruego por amor a tu Hijo, el esposo inmaculado de mi alma, que operes y acredites en mí una verdadera castidad, interna y externa, del alma y del cuerpo, del espíritu y de la carne, y que apagues en mi corazón el fuego de los deseos impuros, conforme a las palabras de tu apóstol: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos” (Gá 5:24). Eleva mi alma a ti para que no se hunda en el lodo de la mundanal lascivia y liviandad, y en cambio se hunda todo lo que hay de vicioso en mis pensamientos, palabras y obras.

Mi alma fue creada a tu imagen y renovada por Cristo. Sería por lo tanto un grave pecado contra ti, mi Creador y Redentor, y aun contra mí mismo, si yo ensuciara esta imagen de mi alma con las manchas de un amor reprobable. En mi corazón habita Cristo y también el Espíritu Santo (Ef 3:17; 1Co 3:16). Él me llene con la fuerza de su gracia para poder ser santo en cuerpo y espíritu. Sin la santidad nadie verá al Señor (He 12:14); por esto, no permitas, oh Señor, que la impiedad lujuriosa me impida verte. Toda conversación obscena es un agravio al Espíritu Santo (Ef 4:30) ¡Cuánto más agraviante será una vida licenciosa! El libertinaje es una abominación para el Señor; por lo tanto, debe serlo también para mí.

Dios santo y poderoso, Señor de los ejércitos, fortaléceme con tu Espíritu para que pueda apartarme de los deseos pecaminosos que combatan contra el alma (1P 2.11). Haz que me abstenga de todo acto y deseo impuro; porque tu voluntad es que yo me conserve puro en cuerpo y mente, y ante tus ojos no hay nada oculto. Crucifica mi naturaleza pecaminosa con sus pasiones y deseos, oh Cristo, que fuiste crucificado para mi bien. Amén.