El afligido dice:
No le temo a la muerte, sino a los dolores de la muerte. Sé cómo se tornan los ojos de los moribundos, como se vuelven rígidos sus labios y la lengua. He visto como transpiran de dolor y ansiedad; como se estremecen y sufren de impotencia. He oído los suspiros y lamentos del alma que debe abandonar el cuerpo, que es su morada. Y me horrorizo pensando en que un día tendré que sufrir así.
El hermano en Cristo responde:
Dios está con todos los que creen en Cristo en la hora de su muerte, y los alivia. Cristo cargó sobre sí mismo el mayor de todos los sufrimientos relacionados con la muerte: La conciencia de la ira de Dios. Hagamos algo parecido a lo que hizo Moisés, cuando echó en las aguas amargas de Mará el árbol que Dios le señaló, para endulzarlas. Echemos en la amargura de nuestra muerte el árbol de la cruz, en el que Cristo murió por todos nosotros, y nuestra agonía se convertirá en un descanso reparador. Cristo dice: "De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte. " (Jn.8:51).
No verá la muerte eterna (el infierno), y así será aliviado de los horrores de la muerte temporal. Y aunque tengamos que probar un poco del amargo cáliz de la muerte, eso es poca cosa comparado con lo que Cristo debió beber para rescatarnos. (Mt.26:38-39). ¿Qué es nuestro pequeño sorbo, comparado con toda la copa que Cristo recibió del Padre y debió beber completamente, en nuestro lugar? Nuestra muerte es como un remedio depurativo para el cuerpo y el alma. Expulsa el virus del pecado de nuestra carne. ¿Es tan grave si esa medicina depurativa tiene sabor amargo? Nuestra muerte es come un parto, que da a luz vida eterna. ¿Es tan terrible que antes de nacer para la eternidad tengamos que sufrir algunos dolores de parto? No existe parto sin dolor. El dolor será relativamente breve, pero el momento de nuestra muerte será el momento de nuestro nacimiento a la vida eterna.
Estrecha es la puerta que conduce a la vida eterna. ¿Es tan grave que tengamos que presionar un poco para poder entrar? Cristo es nuestro líder, el que nos abre el camino. (Mi.2:13). Mantengámonos unidos a Él por medio de la fe, para que al cruzar por la puerta de la muerte encontremos el camino de la vida con Él, que lo conoce muy bien. (Sal. 16:10). Recordemos que el pecado todavía infecta nuestra carne. ¿Acaso puede extrañarnos entonces que nuestra naturaleza carnal todavía le tema a la muerte? Lo más importante es que nuestra conciencia puede estar en paz, por medio de la fe en Jesús. Con su muerte Jesús nos reconcilió con Dios. Y al resucitar nos proclama la paz que obtuvo para nosotros. (Ro.5:1; Jn.20:19; Ef.2:14 ss.). La muerte ya no tiene el aguijón con el cual podría herir nuestra alma. Nos clava sus colmillos, pero Cristo le quitó su veneno