El Sacramento del Altar

1] Así como hemos tratado el santo Bautismo bajo tres títulos, del mismo modo debemos tratar el segundo sacramento, declarando qué es, cuáles son sus beneficios y quiénes deben recibirlo. Todo esto se desprende de las palabras con que Cristo lo instituyó.

2] Por eso, todo el que quiera ser cristiano y acudir al sacramento debe conocerlas. Porque no pretendemos admitir al sacramento y administrarlo a quien no sabe lo que busca ni a qué viene. Las palabras son éstas:

3] "Nuestro Señor Jesucristo, la noche en que fue entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió, lo dio a sus discípulos y dijo: 'Tomad, comed; esto es mi cuerpo, que por vosotros es entregado. Haced esto en memoria mía". " "De la misma manera tomó también la copa, después de cenar, dio gracias y se la dio diciendo: 'Esta copa es el nuevo testamento en mi sangre, que se derrama por vosotros para el perdón de los pecados. Haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria mía'. "

4] No tenemos ningún deseo en esta ocasión de reñir y disputar con aquellos que blasfeman y profanan este sacramento; pero como en el caso del Bautismo, primero aprenderemos lo que es de mayor importancia, a saber, la Palabra y la ordenanza o mandamiento de Dios, que es lo principal a considerar. Porque la Cena del Señor no fue inventada o ideada por ningún hombre. Fue instituida por Cristo sin el consejo o la deliberación del hombre.

5] Por tanto, así como los Diez Mandamientos, el Padre Nuestro y el Credo conservan su naturaleza y su valor aunque nunca los guardemos, recemos o creamos, así también este bendito sacramento permanece intacto e inviolable aunque lo usemos y manipulemos indignamente.

6] ¿Crees que a Dios le importan tanto nuestra fe y nuestra conducta como para permitir que afecten a su ordenanza? No, todas las cosas temporales permanecen como Dios las ha creado y ordenado, independientemente de cómo las tratemos.

7] Esto debe subrayarse siempre, pues así podemos refutar a fondo toda la palabrería de los espíritus sediciosos que consideran los sacramentos, en contra de la Palabra de Dios, como actuaciones humanas.

8] Ahora bien, ¿qué es el Sacramento del Altar? Respuesta: Es el verdadero cuerpo y sangre del Señor Cristo en y bajo el pan y el vino que a los cristianos nos manda la palabra de Cristo comer y beber.

9] Como dijimos del Bautismo que no es mera agua, así decimos aquí que el sacramento es pan y vino, pero no mero pan o vino como el que se sirve en la mesa. Es pan y vino comprendidos en la Palabra de Dios y relacionados con ella.

10] Es la Palabra, sostengo, lo que lo distingue del mero pan y vino y lo constituye en un sacramento que con razón se llama cuerpo y sangre de Cristo. Se dice: "Accedat verbum ad elementum et fit sacramentum", es decir, "Cuando la Palabra se une al elemento externo, se convierte en sacramento". Este dicho de San Agustín es tan exacto y está tan bien expresado que es dudoso que haya dicho algo mejor. La Palabra debe hacer del elemento un sacramento; de lo contrario, sigue siendo un mero elemento.

11] Ahora bien, esto no es palabra y ordenanza de un príncipe o emperador, sino de la Majestad divina a cuyos pies toda rodilla debe doblarse y confesar que es como él dice y debe aceptarlo con toda reverencia, temor y humildad.

12] Con esta Palabra puedes fortalecer tu conciencia y declarar: "Que cien mil demonios, con todos los fanáticos, se apresuren a decir: '¿Cómo pueden ser el pan y el vino el cuerpo y la sangre de Cristo?'. Aún así sé que todos los espíritus y eruditos juntos tienen menos sabiduría que la que la divina Majestad tiene en su dedo meñique.

13] Aquí tenemos la palabra de Cristo: 'Tomad, comed; esto es mi cuerpo'. Bebed todos de él; ésta es la nueva alianza en mi sangre", etc. Aquí tomaremos posición y veremos quién se atreve a instruir a Cristo y alterar lo que ha dicho.

14] Es verdad, en efecto, que si se quita la Palabra de los elementos o se los considera aparte de la Palabra, no se tiene más que pan y vino ordinarios. Pero si permanecen las palabras, como es justo y necesario, entonces en virtud de ellas son verdaderamente el cuerpo y la sangre de Cristo. Porque como lo tenemos de labios de Cristo, así es; él no puede mentir ni engañar."

15] Por lo tanto, es fácil responder a todo tipo de preguntas que ahora preocupan a los hombres, por ejemplo, si incluso un sacerdote malvado puede administrar el sacramento, y preguntas similares.

16] Nuestra conclusión es: Aunque lo reciba o administre un bribón, es el verdadero sacramento (es decir, el cuerpo y la sangre de Cristo) con la misma verdad que cuando uno lo usa muy dignamente. Porque no se funda en la santidad de los hombres, sino en la Palabra de Dios. Como ningún santo en la tierra, sí, ningún ángel en el cielo puede transformar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, así tampoco nadie puede cambiar o alterar el sacramento, aunque se haga mal uso de él.

17] Porque la Palabra por la que fue constituido sacramento no se hace falsa por la indignidad o incredulidad de un individuo. Cristo no dice: "Si creéis, o si sois dignos, recibid mi cuerpo y mi sangre", sino: "Tomad, comed y bebed, esto es mi cuerpo y mi sangre". Del mismo modo, dice: "Haced esto", es decir, lo que ahora hago, lo que instituyo, lo que os doy y os ordeno que toméis.

18] Esto es tanto como decir: "No importa si eres indigno o digno, aquí tienes el cuerpo y la sangre de Cristo en virtud de estas palabras que van unidas al pan y al vino."

19] Marquen esto y recuérdenlo bien. Porque sobre estas palabras descansa todo nuestro argumento, protección y defensa contra todos los errores y engaños que hayan surgido o puedan surgir.

20] Hemos considerado brevemente la primera parte, es decir, la esencia de este sacramento. Ahora llegamos a su poder y beneficio, el propósito para el cual el sacramento fue realmente instituido, pues es sumamente necesario que sepamos lo que debemos buscar y obtener allí.

21] Esto se desprende claramente de las palabras que acabamos de citar: "Esto es mi cuerpo y mi sangre, entregados y derramados por vosotros para el perdón de los pecados".

22] En otras palabras, acudimos al sacramento porque allí recibimos un gran tesoro, a través del cual y en el cual obtenemos el perdón de los pecados. ¿Por qué? Porque allí están las palabras por medio de las cuales se imparte. Cristo me manda comer y beber para que el sacramento sea mío y sea una fuente de bendición para mí como una prenda segura y un signo; de hecho, como el mismo don que Él ha provisto para mí contra mis pecados, la muerte y todos los males.

23] Por eso, se le llama apropiadamente el alimento del alma, ya que nutre y fortalece al hombre nuevo. Si bien es cierto que por el Bautismo nacemos de nuevo, nuestra carne y sangre humanas no han perdido su vieja piel. Hay tantos obstáculos y tentaciones del demonio y del mundo que a menudo nos cansamos y desfallecemos, a veces incluso tropezamos.

24] La Cena del Señor se da como alimento y sustento diario para que nuestra fe se refresque y fortalezca y no se debilite en la lucha, sino que se fortalezca continuamente.

25] Porque la nueva vida debe ser una vida que se desarrolle y progrese continuamente.

26] Mientras tanto debe sufrir mucha oposición. El demonio es un enemigo furioso; cuando ve que nos resistimos a él y atacamos al anciano, y cuando no puede derrotarnos por la fuerza, se escabulle y merodea por todas partes, probando toda clase de trucos, y no se detiene hasta que finalmente nos

ha agotado, de modo que, o bien renunciamos a nuestra fe, o bien nos rendimos de pies y manos y nos volvemos indiferentes o impacientes.

27] Para esos momentos, cuando nuestro corazón se siente demasiado oprimido, se nos da este consuelo de la Cena del Señor para traernos nuevas fuerzas y refrigerio.

28] Aquí de nuevo nuestros espíritus astutos se contorsionan con su gran erudición y sabiduría, bramando y fanfarroneando: "¿Cómo pueden el pan y el vino perdonar los pecados o fortalecer la fe?". Sin embargo, saben que no afirmamos esto del pan y del vino -puesto que en sí mismo el pan es pan-, sino de ese pan y ese vino que son el cuerpo y la sangre de Cristo y con los que se unen las palabras. Éstos y no otros, decimos, son el tesoro a través del cual se obtiene el perdón.

29] Este tesoro nos es transmitido y comunicado de ninguna otra manera que a través de las palabras, "dado y derramado por vosotros". Aquí tienes ambas verdades, que es el cuerpo y la sangre de Cristo y que éstos son tuyos como tu tesoro y regalo.

30] El cuerpo de Cristo nunca puede ser algo infructuoso, vano, impotente e inútil. Sin embargo, por grande que sea el tesoro en sí mismo, debe ser comprendido en la Palabra y ofrecido a nosotros a través de la Palabra, pues de otro modo nunca podríamos conocerlo ni buscarlo.

31] Por lo tanto, es absurdo decir que el cuerpo y la sangre de Cristo no son entregados y derramados por nosotros en la Cena del Señor y, por lo tanto, que no podemos obtener el perdón de los pecados en el sacramento. Aunque la obra fue cumplida y el perdón de los pecados fue adquirido en la cruz, sin embargo, no puede venir a nosotros de otra manera que a través de la Palabra. ¿Cómo podríamos saber que esto ha sido realizado y ofrecido a nosotros si no fuera proclamado por la predicación, por la Palabra oral? ¿De dónde conocen el perdón, y cómo pueden captarlo y apropiárselo, si no es creyendo firmemente en las Escrituras y en el Evangelio?

32] Ahora bien, todo el Evangelio y el artículo del Credo, "Creo en la santa Iglesia cristiana, en el perdón de los pecados", están encarnados en este sacramento y se nos ofrecen a través de la Palabra. ¿Por qué, entonces, debemos permitir que este tesoro sea arrancado del sacramento? Nuestros oponentes aún deben confesar que estas son las mismas palabras que escuchamos en todas partes en el Evangelio. Pueden decir que estas palabras en el sacramento no tienen ningún valor, como tampoco se atreven a decir que todo el Evangelio o la Palabra de Dios, aparte del sacramento, no tiene ningún valor.

33] Hasta ahora hemos tratado el sacramento desde el punto de vista tanto de su esencia como de su efecto y beneficio. Nos queda por considerar quién es el que recibe este poder y beneficio. Brevemente, como dijimos antes respecto al Bautismo y en muchos otros lugares, la respuesta es: Es aquel que cree lo que las palabras dicen y lo que dan, porque no son dichas o predicadas a la piedra y a la madera, sino a aquellos que las oyen, aquellos a quienes Cristo dice: "Tomad y comed", etc.

34] Y porque ofrece y promete el perdón de los pecados, no puede ser recibido sino por la fe. Esta fe la exige él mismo en la Palabra cuando dice: "Dada por vosotros" y "derramada por vosotros", como si dijera: "Por eso os la doy y os ordeno que comáis y bebáis, para que la toméis como propia y la disfrutéis."

35] Quien deja que estas palabras le sean dirigidas y cree que son verdaderas, tiene lo que las palabras declaran. Pero el que no cree no tiene nada, porque deja que se le ofrezca en vano esta graciosa bendición y se niega a disfrutarla. El tesoro está abierto y colocado a la puerta de todos, sí, sobre la mesa de todos, pero también es tu responsabilidad tomarlo y creer confiadamente que es tal como te dicen las palabras.

36] Esta es la preparación que debe tener el cristiano para recibir dignamente este sacramento. Puesto que este tesoro se ofrece plenamente en las palabras, sólo puede ser captado y apropiado por el corazón. Semejante don y tesoro eterno no puede asirse con la mano.

37] El ayuno y la oración y otras cosas semejantes pueden tener su lugar como preparación externa y ejercicio infantil para que el propio cuerpo se comporte de manera adecuada y reverente hacia el cuerpo y la sangre de Cristo. Pero lo que se da en y con el sacramento no puede ser captado y apropiado por el cuerpo. Esto lo hace la fe del corazón que discierne y desea este tesoro.

38] Ya se ha dicho lo suficiente para toda instrucción ordinaria sobre lo esencial de este sacramento. Lo que pueda decirse más pertenece a otra ocasión.

39] En conclusión, ahora que tenemos la correcta interpretación y doctrina del sacramento, hay gran necesidad también de una admonición y súplica para que tan grande tesoro, que es diariamente administrado y distribuido entre los cristianos, no sea pasado por alto descuidadamente. Lo que quiero decir es que los que dicen ser cristianos deben prepararse para recibir con frecuencia este bendito sacramento.

40] Porque vemos que los hombres se están volviendo desganados y perezosos en cuanto a su observancia. Mucha gente que escuchó el Evangelio, ahora que las tonterías del Papa han sido abolidas y estamos libres de su opresión y autoridad, dejan pasar un año, o dos, tres o más años sin recibir el sacramento, como si fueran cristianos tan fuertes que no tuvieran necesidad de él.

41] Algunos se dejan retener y disuadir de ello porque hemos enseñado que nadie debe ir a menos que sienta un hambre y una sed que le impulsen a ello. Algunos pretenden que es una cuestión de libertad, no de necesidad, y que basta con que crean. Así, la mayoría va tan lejos que se ha vuelto bastante bárbara y, en última instancia, desprecia tanto el sacramento como la Palabra de Dios.

42] Ahora bien, es cierto, repetimos, que en ningún caso se debe coaccionar u obligar a nadie, no sea que instituyamos una nueva matanza de almas. Sin embargo, que se entienda que las personas que se abstienen y se ausentan del sacramento durante un largo período de tiempo no deben ser consideradas cristianas. Cristo no lo instituyó para ser tratado como un mero espectáculo, sino que ordenó a sus cristianos que comieran y bebieran y así le recordaran.

43] En efecto, los verdaderos cristianos, que aprecian y honran el sacramento, por sí mismos se impulsarán y urgirán a acudir. Sin embargo, para que el pueblo llano y los débiles, que también quisieran ser cristianos, sean inducidos a ver la razón y la necesidad de recibir el sacramento, dedicaremos un poco de atención a este punto.

44] Al igual que en otros temas relacionados con la fe, el amor y la paciencia, no basta con enseñar e instruir, sino que es necesario exhortar diariamente, así también en este tema debemos ser persistentes en la predicación, no sea que la gente se vuelva indiferente y se aburra. Porque sabemos por experiencia que el demonio se opone siempre a ésta y a cualquier otra actividad cristiana, acosando y alejando a la gente de ella cuanto puede.

45] En primer lugar, tenemos un texto claro en las palabras de Cristo: "Haced esto en memoria mía". Estas son palabras de precepto y mandato, que obligan a todos los que quieren ser cristianos a participar del sacramento. Son palabras dirigidas a los discípulos de Cristo; por tanto, el que quiera ser uno de ellos, que se aferre fielmente a este sacramento, no por obligación, coaccionado por los hombres, sino para obedecer y agradar al Señor Cristo.

46] Sin embargo, puedes decir: "Pero se añade: 'cuantas veces lo hagáis'; así que no obliga a nadie, sino que lo deja a nuestra libre elección."

47] Yo respondo: Es cierto, pero no dice que no debamos participar nunca. De hecho, las mismas palabras "cuantas veces lo hagáis" implican que debemos hacerlo a menudo. Y se añaden porque Cristo quiere que el sacramento sea libre, no ligado a un tiempo especial como la Pascua, que los judíos estaban

obligados a comer una sola vez al año, precisamente en la tarde del decimocuarto día de la primera luna llena, sin variación de un solo día. Cristo quiere decir: "Yo instituyo para vosotros una Pascua o Cena, que disfrutaréis no sólo en esta única noche del año, sino con frecuencia, cuando y donde queráis, según la oportunidad y necesidad de cada uno, sin estar atados a ningún lugar o momento especial".

48] (aunque después el Papa la pervirtió y la volvió a convertir en una fiesta judía).

49] Así se ve que no se nos concede libertad para despreciar el sacramento. Cuando una persona, sin nada que se lo impida, deja pasar un largo período de tiempo sin desear nunca el sacramento, yo llamo a eso despreciarlo. Si quieres tal libertad, puedes tomarte la libertad adicional de no ser cristiano; entonces no necesitas creer ni orar, pues lo uno es tan mandamiento de Cristo como lo otro. Pero si quieres ser cristiano, debes de vez en cuando satisfacer y obedecer este mandamiento.

50] Porque este mandamiento debe moverte siempre a examinar tu vida interior y a reflexionar: "¡Mira qué clase de cristiano soy! Si lo fuera, seguramente tendría al menos un poco de anhelo de hacer lo que mi Señor me ha mandado."

51] En efecto, puesto que mostramos tal aversión hacia el sacramento, los hombres pueden fácilmente intuir qué clase de cristianos éramos bajo el papado cuando asistíamos al sacramento meramente por obligación y miedo a los mandamientos de los hombres, sin alegría ni amor e incluso sin tener en cuenta el mandamiento de Cristo.

52] Pero nosotros no forzamos ni obligamos a nadie, ni necesitamos que nadie participe del sacramento para servirnos o complacernos. Lo que debe moverte e impulsarte es el hecho de que Cristo lo desea y le agrada. No debéis dejaros obligar por los hombres ni a la fe ni a ninguna obra buena. Lo único que hacemos es instarte a que hagas lo que debes hacer, no por nosotros, sino por ti mismo. Él te invita y te incita; si desprecias esto, tú mismo deberás responder por ello.

53] Este es el primer punto, especialmente en beneficio de los fríos e indiferentes, para que entren en razón y despierten. Es cierto, como he comprobado en mi propia experiencia, y como cada uno comprobará en su propio caso, que si una persona permanece alejada del sacramento, día a día se volverá más y más insensible y fría, y finalmente lo desdeñará por completo.

54] Para evitarlo, debemos examinar nuestro corazón y nuestra conciencia y actuar como una persona que realmente desea estar bien con Dios. Cuanto más hagamos esto, más se calentará y encenderá nuestro corazón, y no se enfriará del todo.

55] Pero supongamos que dice: "¿Y si siento que no soy apto?". Respuesta: Esta también es mi tentación, especialmente heredada de la vieja orden bajo el papa, cuando nos torturábamos a nosotros mismos para llegar a ser tan perfectamente puros que Dios no pudiera encontrar la menor mancha en nosotros. A causa de esto nos volvimos tan tímidos que todo el mundo caía en la consternación, diciendo: "¡Ay, no soy digno!".

56] Entonces la naturaleza y la razón comienzan a contrastar nuestra indignidad con esta bendición grande y preciosa, y aparece como una linterna oscura en contraste con el sol brillante, o como estiércol en contraste con las joyas. Porque la naturaleza y la razón ven esto, tales personas se niegan a ir al sacramento y esperan hasta estar preparadas, hasta que una semana pasa a otra y medio año a otro más.

57] Si eliges fijar tu mirada en lo bueno y puro que eres, para trabajar hacia el momento en que nada aguijoneará tu conciencia, nunca irás.

58] Por eso debemos hacer una distinción entre los hombres. A los desvergonzados y revoltosos hay que decirles que se alejen, pues no son aptos para recibir el perdón de los pecados, ya que no lo desean y no quieren ser buenos.

59] Los demás, que no son tan insensibles y disolutos, sino que quisieran ser buenos, no deben ausentarse, aunque en otros aspectos sean débiles y frágiles. Como dijo San Hilario: "A menos que un hombre haya cometido tal pecado que haya perdido el nombre de cristiano y tenga que ser expulsado de la congregación, no debe excluirse del sacramento", no sea que se prive de la vida.

60] Nadie progresará tanto que no conserve muchas enfermedades comunes en su carne y en su sangre.

61] Las personas con tales recelos deben aprender que es de la mayor sabiduría darse cuenta de que este sacramento no depende de nuestra valía. No nos bautizan porque seamos dignos y santos, ni venimos a confesarnos puros y sin pecado; al contrario, venimos como pobres y miserables hombres, precisamente porque somos indignos. La única excepción es la persona que no desea la gracia ni la absolución y no tiene intención de enmendar su vida.

62] El que desea fervientemente la gracia y el consuelo debe obligarse a ir y no permitir que nadie le disuada, diciendo: "Me gustaría mucho ser digno, pero no vengo por ninguna valía mía, sino por tu Palabra, porque Tú lo has ordenado y quiero ser tu discípulo, por insignificante que sea mi valía."

63] Esto es difícil, porque siempre tenemos este obstáculo y estorbo con el que luchar, que nos concentramos más en nosotros mismos que en las palabras que salen de los labios de Cristo. A la naturaleza le gustaría actuar de tal manera que pueda descansar y confiar firmemente en sí misma; de lo contrario, se niega a dar un paso. Que esto baste para el primer punto.

64] En segundo lugar, el mandamiento va acompañado de una promesa, como hemos oído antes, que debería atraernos e impulsarnos poderosamente. Aquí están las graciosas y hermosas palabras: "Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros", "Esto es mi sangre, derramada por vosotros para el perdón de los pecados".

65] Estas palabras, ya lo he dicho, no se predican a la madera o a la piedra, sino a ti y a mí; de lo contrario, Cristo bien podría haberse callado y no haber instituido ningún sacramento. Reflexiona, pues, e inclúyete personalmente en el "tú", para que no te hable en vano.

66] En este sacramento nos ofrece todo el tesoro que trajo del cielo para nosotros, al que nos invita muy gentilmente en otros lugares, como cuando dice en Mt. 11, 28: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os aliviaré".

67] Ciertamente es un pecado y una vergüenza que, cuando Él tierna y fielmente nos convoca y exhorta a nuestro mayor y más alto bien, actuemos tan distantemente hacia él, descuidándolo tanto tiempo que nos volvemos bastante fríos e insensibles y perdemos todo deseo y amor por él.

68] Nunca debemos considerar el sacramento como algo nocivo de lo que debamos huir, sino como una medicina pura, sana y calmante que nos ayuda y nos vivifica tanto en el alma como en el cuerpo. Porque donde el alma se cura, el cuerpo también se beneficia. ¿Por qué, entonces, actuamos como si el sacramento fuera un veneno que nos mataría si lo comiéramos?

69] Por supuesto, es cierto que quienes desprecian el sacramento y llevan una vida poco cristiana lo reciben para su daño y condenación. Para tales personas nada puede ser bueno ni saludable, como cuando un enfermo come y bebe voluntariamente lo que le prohíbe el médico.

70] Pero aquellos que sienten su debilidad, que están ansiosos por librarse de ella y desean ayuda, deben considerar y usar el sacramento como un antídoto precioso contra el veneno de sus sistemas. Porque aquí, en el sacramento, recibís de labios de Cristo el perdón de los pecados, que contiene y transmite la gracia y el Espíritu de Dios con todos sus dones, la protección, la defensa y el poder contra la muerte y el demonio y todos los males.

71] Así tienes por parte de Dios tanto el mandamiento como la promesa del Señor Cristo. Mientras tanto, por tu parte, debes sentirte impulsado por tu propia necesidad, que cuelga de tu cuello y que es la razón misma de este mandamiento e invitación y prom

esa. Cristo mismo dice: "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos", es decir, los que trabajan y están agobiados por el pecado, el miedo a la muerte y los asaltos de la carne y del demonio.

72] Si estás cargado y sientes tu debilidad, acude con alegría al sacramento y recibe refrigerio, consuelo y fortaleza.

73] Si esperas a librarte de tu carga para acudir pura y dignamente al sacramento, deberás alejarte de él para siempre.

74] En tal caso, Cristo pronuncia la sentencia: "Si sois puros y rectos, no tenéis necesidad de mí, ni yo de vosotros". Por tanto, sólo son indignos los que no sienten sus flaquezas ni admiten ser pecadores.

75] Supongamos que dices: "¿Qué debo hacer si no puedo sentir esta necesidad o experimentar hambre y sed del sacramento?". Respuesta: Para las personas que se encuentran en tal estado de ánimo que no pueden sentirlo, no conozco mejor consejo que sugerirles que se lleven las manos al pecho y se pregunten si son de carne y hueso. Si descubren que lo son, entonces, por su propio bien, acudan a la Epístola de San Pablo a los Gálatas y escuchen cuáles son los frutos de la carne: "Las obras de la carne son evidentes: adulterio, inmoralidad, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistad, pleitos, celos, ira, egoísmo, disensiones, espíritu de partido, envidia, homicidio, embriaguez, orgías y cosas semejantes."

76] Por lo tanto, si no puedes sentir la necesidad, al menos cree en las Escrituras. No te mentirán, y conocen tu carne mejor que tú mismo. Sí, y San Pablo concluye en Rom. 7:18: "Porque sé que nada bueno mora en mí, es decir, en mi carne". Si San Pablo puede hablar así de su carne, no pretendamos ser mejores ni más santos.

77] Pero el hecho de que seamos insensibles a nuestro pecado es aún peor, porque es señal de que la nuestra es una carne leprosa que no siente nada aunque la enfermedad haga estragos y escueza.

78] Como hemos dicho, aunque estés completamente muerto en pecado, al menos cree en las Escrituras, que pronuncian este juicio sobre ti. En resumen, cuanto menos sientas tus pecados y enfermedades, más razón tendrás para acudir al sacramento y buscar remedio.

79] De nuevo, mira a tu alrededor y comprueba si tú también estás en el mundo. Si no lo sabes, pregunta a tus vecinos. Si estás en el mundo, no pienses que te faltarán pecados y necesidades. Empieza a actuar como si quisieras ser bueno y aferrarte al Evangelio, y verás si no te salen enemigos que te dañan, te agravian y te perjudican, y te dan ocasión para pecar y obrar mal. Si no has experimentado esto, entonces tómalo de las Escrituras, que en todas partes dan este testimonio acerca del mundo.

80] Además de la carne y del mundo, seguramente tendrás al diablo a tu alrededor. No lo pisotearéis del todo, porque nuestro Señor Cristo mismo no pudo evitarlo del todo.

81] Ahora, ¿qué es el diablo? Nada más que lo que las Escrituras lo llaman, un mentiroso y un asesino. Un mentiroso que seduce el corazón de la Palabra de Dios y lo ciega, haciéndote incapaz de sentir tus necesidades o venir a Cristo. Un asesino que te roba cada hora de tu vida.

82] Si pudieras ver cuántas dagas, lanzas y flechas te están apuntando en cada momento, te alegrarías de venir al sacramento tan a menudo como te fuera posible. La única razón por la que andamos tan seguros y descuidados es que no reconocemos ni creemos que estamos en la carne, en este mundo perverso, o bajo el reino del diablo.

83] Pruébalo, pues, y practícalo bien. Examínate, mira un poco a tu alrededor, aférrate a las Escrituras. Si aun así no sientes nada, con mayor razón tienes que lamentarte tanto ante Dios como ante tu hermano. Sigue el consejo de otros y busca sus oraciones, y nunca te des por vencido hasta que la piedra sea removida de tu corazón.

84] Entonces se hará patente tu necesidad, y percibirás que has caído el doble de bajo que cualquier otro pobre pecador y que tienes mucha necesidad del sacramento para combatir tu miseria. Esta miseria, por desgracia, no la ves, aunque Dios te concede su gracia para que te vuelvas más sensible a ella y más hambriento del sacramento. Esto sucede especialmente porque el demonio os asedia tan constantemente y os acecha para atraparos y destruiros, alma y cuerpo, de modo que no podéis estar a salvo de él ni una hora. ¡Con qué rapidez puede llevarte a la miseria y a la angustia cuando menos te lo esperas!

85] Sirva esto de exhortación, pues, no sólo para nosotros, que ya somos grandes y de edad avanzada, sino también para los jóvenes que deben ser educados en la doctrina cristiana y en su recta comprensión. Con tal formación podremos inculcar más fácilmente a los jóvenes los Diez Mandamientos, el Credo y el Padrenuestro, de modo que los reciban con alegría y seriedad, los practiquen desde su juventud y se acostumbren a ellos.

86] Porque es claramente inútil tratar de cambiar a la gente mayor. No podemos perpetuar estas y otras enseñanzas a menos que formemos a las personas que vengan después de nosotros y nos sucedan en nuestro cargo y trabajo, para que a su vez puedan educar a sus hijos con éxito. Así se preservarán la Palabra de Dios y la Iglesia cristiana.

87] Por tanto, recuerde todo cabeza de familia que es su deber, por mandato y mandamiento de Dios, enseñar o hacer enseñar a sus hijos las cosas que deben saber. Ya que son bautizados y recibidos en la Iglesia cristiana, deben gozar también de esta comunión del sacramento para que nos sirvan y sean útiles. Pues todos ellos deben ayudarnos a creer, a amar, a orar y a luchar contra el demonio.

Aquí sigue una exhortación a la confesión.