Artículo XX. De las Buenas Obras.
78] En el artículo XX ponen claramente estas palabras: que rechazan y condenan nuestra doctrina, donde decimos que las personas no merecen el perdón de los pecados por medio de buenas obras. Que todo el mundo note bien esto: precisamente este artículo lo condenan y rechazan con palabras claras. ¿Qué necesidad hay ahora de muchas palabras en este asunto público?
79] Los grandes Doctores y Maestros de la Confutación revelan ahí abiertamente qué espíritu habla por ellos. Pues en la Iglesia cristiana este no es un artículo menor, sino el artículo supremo y principal: que obtenemos el perdón de los pecados sin nuestro mérito, por medio de Cristo, y que no nuestras obras, sino Cristo es la propiciación por nuestros pecados, como dice Pedro: “De éste [Jesús] dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.” (Hechos 10:43). Tal fuerte testimonio de todos los santos profetas puede llamarse con razón una decisión de la Iglesia católica cristiana. Pues incluso un solo profeta es muy estimado por Dios y un tesoro mundial. A esa santa Iglesia y a la boca unánime de todos los profetas debemos creer con más razón que a los sofistas impíos y sin salvación que hicieron la Confutación y blasfeman tan descaradamente contra Cristo.
80] Pues aunque algunos maestros también escribieron así sobre esto, que después, cuando nuestros pecados nos son perdonados, obtenemos la gracia no por la fe, sino por nuestras propias obras, sin embargo, no sostuvieron que el perdón de los pecados en sí mismo nos ocurra por causa de nuestras obras, y no por causa de Cristo.
81] Por lo tanto, es una blasfemia horrenda dar así el honor de Cristo a nuestras obras humanas. Y confiamos y esperamos de Su Majestad Imperial y también de otros príncipes esta virtud imperial y principesca: que de ninguna manera habrían dejado en la Confutación una falsedad e infundio tan público, por el cual Dios y el Evangelio son blasfemados ante todo el mundo, si hubieran sido advertidos. Pues que este artículo es ciertamente divino y verdadero, y que esta es la santa verdad divina,
82] [para ello] podríamos presentar aquí casi innumerables dichos de la Escritura, también de los Padres. Y casi no hay sílaba, ni hoja en la Biblia, en los libros principales de la Sagrada Escritura, donde esto no estuviera claramente mencionado. También hemos dicho mucho sobre estos puntos arriba, y los corazones piadosos y temerosos de Dios, que bien saben por qué fue dado Cristo, que no querrían carecer, por todos los bienes y reinos del mundo, de que Cristo no fuera nuestro único tesoro, nuestro único Mediador y Reconciliador, deben aquí espantarse y aterrorizarse de que la santa Palabra y verdad de Dios sea tan públicamente despreciada y condenada por pobres hombres. Isaías el profeta dice: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” (Isaías 53:6). Los adversarios, en cambio, desmienten a Isaías y a toda la Biblia y Escritura y dicen que Él cargó nuestro pecado sobre nosotros y nuestras obras y miserables satisfacciones. Quiero sin embargo callar aquí sobre las obras infantiles, rosarios, peregrinaciones y cosas similares.
83] Vemos muy bien el serio mandato y el edicto imperial emitido contra nosotros y nuestra doctrina [el Receso de la Dieta de Augsburgo del 19 de noviembre de 1530]; deberíamos con razón aterrorizarnos de ello si tuviéramos que tratar asuntos leves y menores o asuntos que estuvieran en duda. Pero puesto que, ¡alabado sea Dios!, por la Palabra de Dios estamos completamente seguros en nuestros corazones y conciencias ante Dios, sin duda alguna, de que los adversarios condenan la verdad divina pública y la doctrina correcta, cristiana, bienaventurada y santa, sin la cual ninguna Iglesia cristiana puede existir en absoluto, la cual todo cristiano está obligado, hasta donde alcance su cuerpo y vida, a confesar, salvar y proteger para la gloria de Dios: por eso no nos dejamos disuadir de tal doctrina saludable.
84] Pues, ¿quién no desearía para sí mismo en su último fin poder morir en la confesión del artículo de que obtenemos el perdón de los pecados por la fe, sin nuestro mérito y obra, por medio de la sangre de Cristo? La experiencia muestra, como los mismos monjes deben confesar, que las conciencias no se dejan tranquilizar ni satisfacer sino por la fe en Cristo.
85] Y las conciencias no pueden tener ningún consuelo verdadero y constante en las grandes angustias en la hora de la muerte y en la tentación contra el gran terror de la muerte, del pecado, si no se aferran a la promesa de la gracia en Cristo. Tampoco pueden tener ningún consuelo constante contra el diablo, quien entonces oprime, angustia y tienta fuertemente los corazones a la desesperación y barre todas nuestras obras en un instante como el polvo, si no se aferran al Evangelio, a esta doctrina: que obtenemos el perdón de los pecados sin nuestro mérito, por medio de la preciosa sangre de Cristo. Pues solo la fe nos vivifica y sostiene en esa gran lucha de la muerte, en las grandes angustias, cuando ninguna criatura puede ayudar, sí, cuando debemos partir de toda esta criatura visible hacia otra existencia y mundo y morir.
86] Por lo tanto, es un asunto que verdaderamente vale la pena hablar, por el cual todo cristiano debería de corazón arriesgar y poner en peligro todo con gusto. Por eso, todos aquellos que se adhieren a esta nuestra Confesión no deben asustarse ni dejarse confundir, sino que pueden, con toda alegría en Dios y en el Señor Cristo, aventurarse con confianza y alegría y confesar alegremente esta verdad pública contra todo el mundo, tiranía, ira, amenaza, terror, también contra todo asesinato y persecución tiránica diaria. Pues, ¿quién querría dejarse quitar tan gran, sí, eterno consuelo, en el cual reside toda la salvación de toda la Iglesia cristiana? Quien toma la Biblia en la mano y la lee con seriedad, pronto nota que por todas partes en la Escritura esta doctrina está fundada.
87] Pues Pablo dice claramente en Romanos 3:24 ss. y 4:16, que los pecados son perdonados sin mérito, por causa de Cristo; por eso dice: “somos justificados gratuitamente por su gracia… por medio de la fe, a fin de que la promesa sea firme”. Es decir, si la promesa dependiera de nuestras obras, entonces no sería firme. Y si la gracia o el perdón de los pecados se diera por causa de nuestras obras, ¿cuándo estaríamos entonces seguros de haber obtenido la gracia? ¿Cuándo encontraría la conciencia una obra tal que fuera suficiente para reconciliar la ira de Dios?
88] Hemos dicho suficiente sobre esto arriba; ahí puede cada uno buscar dichos de la Escritura que fundamenten esta doctrina. Pues en este lugar me ha movido a quejarme tan vehementemente la horrenda, desvergonzada, excesiva y preconcebida malicia de los adversarios, donde establecen con palabras claras que rechazan este artículo: que obtenemos el perdón de los pecados no por nuestras obras, sino sin mérito, por la fe en Cristo.
89] Los adversarios también introducen algunos dichos de la Escritura para justificar por qué condenan este artículo. A saber, presentan el dicho de Pedro: “procurad hacer firme vuestra vocación… por medio de las buenas obras”, etc. (cf. 2 Pedro 1:10). Ahí todo el mundo ve que nuestros adversarios no invirtieron mal su dinero cuando estudiaron dialéctica. Pues pueden introducir los dichos de la Escritura de manera coherente o incoherente, concluyente o inconcluyente, como quieran y como les plazca. Pues así concluyen: Pedro dice: “procurad hacer firme vuestra vocación por medio de buenas obras”; por lo tanto, merecemos el perdón de los pecados por medio de las obras. Es verdaderamente una argumentación fina, como si alguien dijera de un acusado en un juicio capital, a quien se le hubiera aplazado la vida: El juez ha ordenado que en adelante se abstenga de tal maldad; por lo tanto, ha merecido con tal abstención que se le aplace la vida.
90] Argumentar así significa hacer ex non causa causam (de una no-causa, una causa). Pues Pedro habla de buenas obras y frutos que siguen a la fe, y enseña por qué deben hacerse, a saber, para que hagamos firme nuestra vocación, es decir, para que no caigamos de nuevo del Evangelio si pecáramos de nuevo. Quiere decir: Haced buenas obras para que permanezcáis en el Evangelio, en vuestra vocación celestial, para que no apostatéis de nuevo, os enfriéis, perdáis el Espíritu y los dones que os sobrevinieron por gracia por medio de Cristo, no por causa de las obras siguientes. Pues en la vocación se permanece firme por medio de la fe, y la fe y el Espíritu Santo no permanecen en aquellos que llevan una vida pecaminosa.
91] Presentan más dichos y testimonios que concuerdan igualmente bien. Además, se atreven a decir que esta opinión fue condenada hace mil años en tiempos de Agustín. Eso no es verdad, sino una mentira. Pues la Iglesia cristiana siempre ha sostenido que el perdón de los pecados nos sobreviene sin mérito, y los pelagianos fueron condenados por eso, porque decían que la gracia se nos daba por causa de nuestras obras.
92] Hemos mostrado suficientemente arriba que también enseñamos que, donde hay fe, allí deben seguir también buenos frutos y buenas obras. “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley”, como dice Pablo (Romanos 3:31). Pues cuando hemos recibido el Espíritu Santo por la fe, entonces siguen buenos frutos, entonces crecemos en el amor, en la paciencia, en la castidad y otros frutos del Espíritu.