Para terminar, los Diez Mandamientos forman un compendio de doctrina divina, concerniente a lo que debemos hacer a fin de que toda nuestra vida agrade a Dios. Asimismo son los mandamientos la fuente y canal verdaderos por los que debe manar y encauzarse todo lo que deben ser buenas obras, de tal manera que fuera de los Diez Mandamientos no puede haber obras ni prácticas buenas y agradables a Dios, aunque puedan ser grandes y preciosas a los ojos del mundo.

Veamos ahora qué gloria pueden hacerse los grandes santos de nuestros tiempos de sus órdenes religiosas y las grandes y difíciles obras que ellos mismos se han inventado y han impuesto, mientras hacen caso omiso de los mandamientos, como si se tratase de cosas insignificantes o ya cumplidas desde hace mucho tiempo. Creo que habría mucho que hacer si se tuviera que observar esto: la dulzura, la paciencia y el amor para con los enemigos, la castidad, la beneficencia, etc., y todo cuanto ellas traen consigo. Sin embargo, estas obras no tienen valor ni lucimiento ante el mundo, porque no son raras y pomposas; no se atienen a tiempos especiales, lugares, costumbres y actos determinados, sino que son más bien, obras caseras, cotidianas, comunes, que cada cual puede hacer con su propio vecino; por esto, no gozan de lucimiento. Aquéllos, no obstante, atraen la atención de los hombres sobre sí, quienes contribuyen con una pompa grandiosa, con ostentación y magníficas casas, haciéndolo resaltar bellamente, de modo que todo debe bullir y resplandecer. Se inciensa, se canta, se hace música, se encienden velas, se ponen luces, con lo cual es imposible ver y oír otra cosa fuera de éstas. Si un cura se muestra en su casulla áurea o un laico cualquiera pasa el día entero arrodillado en el templo, esto se llama una obra excelente que nadie puede alabar suficientemente. Pero, si una sencilla sirvienta cuida de un pequeño y ejecuta con fidelidad todo cuanto le es ordenado, esto no debe valer nada. Si no es así, ¿qué han de buscar entonces monjes y monjas en sus conventos?

Pero, mira, ¿no es acaso presunción maldita la de esos santos desesperados que pretenden encontrar una vida o estado superiores y mejores que todo cuanto el Decálogo enseña? Afirman, como se ha dicho, que esta última es una vida simple hecha para la gente sencilla pero que la de ellos es para los santos perfectos. No ve esta desdichada y ciega gente que no hay hombre que pueda llegar a cumplir uno solo de los Diez Mandamientos tal como es debido, sino que es necesario a la vez la ayuda del Credo y del Padrenuestro (como luego veremos) para buscar e implorar tal cumplimiento y obtenerlo sin cesar. Su jactancia es como si yo me vanagloriara diciendo: "Aunque no tengo un centavo para pagar, sin embargo, me confío en que puedo pagar diez escudos.

Si digo y propago lo que acabamos de indicar es con la finalidad de liberar de ese lamentable abuso, ya tan profundamente arraigado e insito a cualquiera y para que se tome la costumbre en todos los estados de la tierra de mirar y preocuparse solamente de esto. Porque no se está cerca aún de producir una doctrina o estados que igualen a los Diez Mandamientos, pues éstos son tan elevados que nadie puede lograr su cumplimiento por fuerzas humanas. Y si alguien lo alcanzare, será un hombre celestial y angélico que esté por encima de toda la santidad de este mundo. Si los colocas delante de ti y haces la prueba de cumplirlos empleando todas tus fuerzas y todo tu poder, tendrás tanto que hacer que no buscarás, ni considerarás otra obra o santidad. Baste con lo dicho acerca de la primera parte, es decir, tanto para enseñar como para amonestar. Mas, para concluir, debemos repetir el texto que ya hemos tratado antes, en la explicación del primer mandamiento, para que se aprenda el cuidado que Dios quiere poner en que se aprenda bien a enseñar y practicar los Diez Mandamientos.

"Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso que, en cuanto a los que me odian, visito la maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y cuarta generación, y que hago misericordia en millares a los que me aman y guardan mis mandamientos".

Si bien esta adición ha sido añadida ante todo al primer mandamiento, como ya indicamos, no está por ello colocada menos en vista de todos los mandamientos, porque todos en conjunto deben estar relacionados con ella y orientados hacia ella. Por ser esto así, afirmé que se lo haga presente a la juventud y se lo inculque, a fin de que lo aprenda y lo retenga de modo que se vea lo que nos debe impulsar y, al mismo tiempo, obligar a cumplir los mandamientos. Y estas palabras deben ser consideradas como puestas en particular a cada uno de ellos, de modo que pasen en y a través de todos. Ahora bien, se dijo ya que en dichas palabras está resumida una amenaza llena de cólera y una amistosa promesa. Tienen por objetivo atemorizarnos y advertirnos y, además, atraernos e incitarnos para que se acepte y aprecie en grado sumo su palabra en toda su seriedad divina. En efecto, Dios mismo expresa cuánta importancia da a esto y con qué severidad quiere vigilar sobre ello, es decir, que castigando de manera atroz y horrible a quienes los menosprecien o infrinjan o, por lo contrario, recompensando con generosidad, beneficiando y dando toda clase de bienes a quienes los honran y actúan y viven con gusto según ellos. Al hacerlo Dios así quiere exigir que sean obedecidos con un corazón tal que tema a Dios solamente y tenga la mirada sobre él y por tal temor se abstenga de todo lo que está contra la voluntad divina, de tal forma que no lo encolerice y, por lo contrario, confíe sólo en él y haga por amor a él lo que él quiera, porque se hace oír amistosamente como un padre y nos ofrece toda la gracia y bienes-Tales son también el sentido y la justa interpretación del primer y más grande mandamiento —del cual deben salir y manar todos los demás— de modo que estas palabras: "No tendrás otros dioses..." no quieren decir, explicado de la manera más simple, otra cosa que lo que se exige aquí: "Tú me debes tener como único y verdadero Dios, amarme y colocar tu confianza en mí". Pues donde hay un corazón así dispuesto hacia Dios, tal corazón cumple este mandamiento y todos los otros. Por lo contrario, quien en los cielos o en la tierra tema y ame otra cosa, ni cumplirá el primer mandamiento, ni ninguno de los otros. De esta manera toda la Escritura ha predicado y enseñado por todas partes este mandamiento, dirigiendo todo hacia estas dos cosas: el temor y la confianza en Dios. Así lo hace constantemente el profeta David en el Salterio cuando dice: "Complácese el Señor en los que lo temen y en los que esperan de su bondad". Es como si con un solo versículo se interpretara todo el precepto y dijera: “El Señor se complace en quienes no tienen otros dioses".

El primer mandamiento, pues, iluminará todos los demás, dándoles su resplandor. Por eso, es necesario que comprendas estas palabras como pasando por todos los mandamientos, como el aro o círculo de una corona que sujeta el fin y el principio y los retiene juntos. Es, pues, imprescindible que se les repita sin cesar y no se les olvide. Así, por ejemplo, en el segundo mandamiento, que ha de temerse a Dios, no haciendo uso indebido de su nombre, para maldecir, mentir, engañar u otras seducciones y maldades, sino que se emplee el nombre divino en forma justa y adecuada, al invocar, orar, alabar y dar gracias, lo que tiene su fuente en el amor y en la confianza, según el primer mandamiento. Asimismo, este temor, este amor y esta confianza deben impulsar y obligar a no despreciar su palabra, sino a aprenderla, a escucharla con agrado, observarla y a honrarla como santa. Ocurre lo mismo con los demás mandamientos que se refieren al prójimo; o sea, todo es en virtud del primer mandamiento: el honrar, estar sometido y obedecer a los padres, a los amos y a todas las autoridades, pero no por ellos, sino por Dios. En efecto, no considerarás, ni temerás a tus padres, ni harás o evitarás hacer cualquier cosa por complacerles. Antes bien, atiende a lo que Dios quiere de ti y te exige con seguridad, y si descuidas esto tendrás en él un juez airado; mas, de lo contrario, un padre misericordioso. También te guardarás de dañar, perjudicar o hacer violencia a tu prójimo y tampoco invadirás su terreno en manera alguna, trátese de su cuerpo o de su cónyuge, de sus bienes o de su honor y derechos, según el orden sucesivo de los mandamientos, aunque tuvieras posibilidad y motivo para obrar así, sin que nadie te condene por ello. Tu deber es procurar hacer el bien a todos, ayudar y cooperar cómo y dónde puedas y esto únicamente por amor a Dios y por complacerle, teniendo la confianza de que te lo recompensará generosamente. Ves, pues, que el primer mandamiento es la cabeza y la fuente que corre a través de todos los demás y a la inversa, todos se remiten a y dependen de él, de modo que el fin y el principio están totalmente unidos y religados entre sí.

Repito que es necesario y provechoso que se haga presente siempre esto a la juventud, se le amoneste y recuerde, a fin de que no sean educados con golpes y con la violencia —como se hace con los animales— sino en el temor de Dios y para su gloria. Porque el saber y tomar de corazón no son un producto del ingenio humano, sino mandamientos de la alta majestad, que vigila severamente sobre ellos y que se encoleriza contra quienes los menosprecian y los castiga o, en el caso contrario, recompensa en forma superabundante a los que los observan; al saber esto, digo, nos sentiremos más incitados e impulsados a ejecutar con gusto la voluntad de Dios. Por eso, no en vano se ordena en el Antiguo Testamento que se escriban los Diez Mandamientos en todas las paredes y rincones de la casa y hasta en los vestidos, mas no para que queden ahí solamente escritos y para ostentarlos como lo hacían los judíos, sino para tenerlos sin cesar a la vista y siempre en la memoria, para aplicarlos a todos nuestros actos y en nuestra existencia y, en fin, para que cada cual se ejercitara cotidianamente en ellos en toda clase de circunstancias, en todos los negocios o asuntos, como si figurasen escritos en todas partes donde uno vaya o se encuentre.

En el hogar y en el trato con los vecinos se presentarían así ocasiones suficientes para poner en práctica los Diez Mandamientos, sin que nadie tenga necesidad de buscar más lejos. Se ve por esto nuevamente cómo se deben realzar y alabar los Diez Mandamientos, colocándolos sobre todo otro estado, precepto y obra que por regla general son enseñados y puestos en práctica. Por lo que a esto respecta, bien podemos afirmarnos y exclamar: Que vengan todos los sabios y santos y veamos si son capaces de crear una obra semejante a los Diez Mandamientos que Dios exige con una tal severidad y que ordena, so pena de atraerse su mayor ira y castigo; pero colocando, además, la promesa de que nos colmará de toda clase de bienes y bendiciones. Por consiguiente, es preciso considerar los mandamientos como inapreciables y valiosos, antes que toda otra doctrina, como el tesoro mayor que Dios nos ha dado.