La Ultima Petición

112] "Pero líbranos del mal. Amén".

113] En griego esta petición dice: "Líbranos o guárdanos del Maligno, o del Malvado". La petición parece hablar del demonio como suma de todos los males para que toda la sustancia de nuestra oración se dirija contra nuestro archienemigo. Es él quien obstruye todo aquello por lo que oramos: el nombre o la gloria de Dios, el reino y la voluntad de Dios, nuestro pan de cada día, una conciencia buena y alegre, etc.

114] Por eso lo resumimos todo diciendo: "Querido Padre, ayúdanos a librarnos de toda esta desgracia".

115] Sin embargo, esta petición incluye todos los males que pueden sobrevenirnos bajo el reino del demonio: la pobreza, la vergüenza, la muerte y, en definitiva, todas las trágicas miserias y sinsabores de los que hay tanta e incalculable abundancia en la tierra. Puesto que el demonio no sólo es mentiroso, sino también asesino, busca incesantemente nuestra vida y descarga su ira causando accidentes y lesiones a nuestros cuerpos. A muchos les rompe el cuello y a otros los lleva a la locura; a otros los ahoga, y a muchos los conduce al suicidio o a otras terribles catástrofes.

116] Por tanto, no nos queda otra cosa que hacer en la tierra que rezar constantemente contra este archienemigo. Porque si Dios no nos apoyara, no estaríamos a salvo de él ni una sola hora.

117] Así ves cómo Dios quiere que le recemos por todo lo que afecta a nuestro bienestar corporal y nos ordena que no busquemos ni esperemos ayuda de nadie más que de Él.

118] Pero esta petición la ha puesto en último lugar, porque si hemos de ser protegidos y librados de todo mal, primero su nombre debe ser santificado en nosotros, su reino debe venir entre nosotros y su voluntad debe hacerse. Entonces nos preservará del pecado y de la vergüenza y de todo lo que nos perjudique o dañe.

119] De este modo, Dios nos ha presentado brevemente todas las aflicciones que pueden acosarnos, para que nunca tengamos excusa para dejar de orar. Pero la eficacia de la oración consiste en que aprendamos también a decir "Amén", es decir, a no dudar de que nuestra oración será escuchada y concedida.

120] Esta palabra no es otra cosa que una afirmación de fe incuestionable por parte de quien no reza por casualidad, sino que sabe que Dios no miente, puesto que ha prometido conceder sus peticiones. Donde falta esa fe, no puede haber verdadera oración.

121] Por lo tanto, es un engaño pernicioso cuando las personas oran de tal manera que no se atreven a añadir de todo corazón "sí" y concluir con certeza que Dios escucha su oración, sino que permanecen en la duda, diciendo: "¿Por qué debería ser tan osado como para jactarme de que Dios escucha mi oración? No soy más que un pobre pecador", etc.

122] Eso significa que no tienen los ojos puestos en la promesa de Dios, sino en sus propias obras y méritos, de modo que desprecian a Dios y le acusan de mentir.

123] Por eso no reciben nada, como dice Santiago: "Si alguien ora, que pida con fe, sin dudar, porque el que duda es como una ola del mar que es impulsada y zarandeada por el viento. Pues esa persona no debe suponer que recibirá algo de Dios".

124] He aquí la importancia que Dios atribuye a que estemos seguros de que no oramos en vano y de que no debemos despreciar en modo alguno nuestras oraciones.