Artículo II. (I.) De Pecado Original.
1] El segundo artículo, sobre el pecado original, también lo dan por bueno los adversarios; sin embargo, impugnan nuestra definición sobre lo que es el pecado original, como si no hubiéramos acertado, aunque solo de paso tratamos esto en ese punto. Aquí, Su Majestad Imperial notará desde el principio que nuestros adversarios, en este asunto de suma importancia, a menudo no perciben ni entienden nada en absoluto y, por otro lado, a menudo tergiversan maliciosa y deliberadamente nuestras palabras o las interpretan para generar malentendidos. Pues aunque hemos hablado de la manera más sencilla y clara posible sobre qué es o no es el pecado original, ellos, por pura malicia y amargura, han interpretado maliciosa e incorrectamente, a propósito, palabras que en sí mismas fueron dichas correcta y llanamente. Pues dicen así: “Ustedes dicen que el pecado original es esto: que nos es innata una mente y un corazón en los que no hay temor de Dios ni confianza hacia Dios; eso es ciertamente una culpa actual y en sí misma una obra o actualis culpa; por lo tanto, no es pecado original.”
2] Es fácil notar y deducir que tal objeción capciosa proviene de teólogos, no del consejo del Emperador. Aunque sabemos bien cómo refutar tales interpretaciones envidiosas, peligrosas y malintencionadas, sin embargo, para que toda persona honesta y honorable pueda entender que no enseñamos nada inapropiado en este asunto, rogamos que examinen nuestra anterior Confesión alemana, entregada en Augsburgo; ella mostrará suficientemente que no enseñamos nada nuevo ni inaudito. Pues en ella está escrito así: “Además, se enseña que, después de la caída de Adán, todos los hombres que nacen naturalmente son concebidos y nacidos en pecado; es decir, que todos, desde el vientre materno, están llenos de malos deseos e inclinaciones, y por naturaleza no pueden tener verdadero temor de Dios ni verdadera fe en Dios.” 3] En esto aparece suficientemente claro que decimos de todos los que nacen de la carne que son incapaces para todas las cosas divinas, que no temen a Dios de corazón, ni pueden creerle ni confiar en Él. Hablamos aquí de la mala condición innata del corazón, no solo de la actualis culpa o de la culpa y pecado actuales. Pues decimos que en todos los hijos de Adán hay una mala inclinación y deseo, y que nadie puede por sí mismo hacerse un corazón que conozca a Dios o confíe sinceramente en Él, o le tema sinceramente. Quisiera yo oír qué podrían o querrían reprochar aquí. Pues las personas piadosas y honestas, que aman la verdad, ven sin duda alguna que esto es correcto y verdadero. Con esta intención decimos en nuestra Confesión latina que en el hombre natural no hay potentia, es decir, no hay suficiente capacidad o poder, ni siquiera en los niños inocentes, los cuales también, procedentes de Adán, son incapaces de temer siempre a Dios de corazón y de amar a Dios de corazón. En los adultos y mayores, además de la mala condición innata del corazón, existen también actus y pecados actuales. Por eso, cuando hablamos de la mala concupiscencia innata, no nos referimos solo a los actus, las malas obras o frutos, sino a la mala inclinación interior, la cual no cesa mientras no seamos regenerados por el Espíritu y la fe.
4] Pero a continuación queremos mostrar con más detalle que hemos hablado del pecado original, a saber, de lo que es o no es, también según el modo acostumbrado y antiguo de los escolásticos, y no de forma tan inusual. Pero primero debo indicar por qué razones quise usar principalmente estas palabras y no otras en ese lugar. Los propios adversarios hablan así de ello en sus escuelas y confiesan que la materia o lo materiale del pecado original, como lo llaman, es la mala concupiscencia. Por lo tanto, si quise decir qué es el pecado original, no podía omitir esto, especialmente en este tiempo, cuando algunos hablan de esta mala concupiscencia innata más de forma pagana, desde la filosofía, que según la Palabra divina o la Sagrada Escritura.
5] Pues algunos hablan de ello como si el pecado original no fuera una mala condición innata en la naturaleza humana, sino solo un defecto y una carga o peso impuesto, que todos los hijos de Adán deben llevar por causa del pecado ajeno, a saber, el pecado de Adán, y por eso todos son mortales, no porque ellos mismos hereden todos el pecado por naturaleza y desde el vientre materno. Además, añaden que ningún hombre es condenado eternamente solo por causa del pecado original o de la miseria heredada, sino que, así como de una sierva nacen siervos y esclavos hereditarios, no por culpa propia, sino porque deben pagar y soportar la desgracia y miseria de la madre, aunque ellos mismos nazcan sin defecto como los demás hombres; así también el pecado original no sería un mal innato, sino solo un defecto y una carga que llevamos de Adán, pero por nosotros mismos no estamos por ello en pecado y desgracia hereditaria. 6] Para indicar, pues, que tal opinión anticristiana no nos agradaba, usé estas palabras: “Todos los hombres, desde el vientre materno, están llenos de malos deseos e inclinaciones” y llamo también al pecado original una plaga hereditaria, para indicar que no una parte, sino el hombre entero con toda su naturaleza nace en pecado por naturaleza con una plaga hereditaria.
7] Por eso, no lo llamamos solo una mala concupiscencia, sino que también decimos que todos los hombres nacen en pecado sin temor de Dios, sin fe. Añadimos esto no sin razón. Los disputadores escolásticos o Scholastici, que hablan del pecado original como si fuera solo un defecto leve y menor, no entienden qué es el pecado original, ni cómo lo entendieron los otros santos Padres. Cuando los sofistas escriben qué es el pecado original, qué es el fomes o mala inclinación, hablan, entre otras cosas, como si fuera un defecto en el cuerpo —pues suelen hablar de las cosas de manera maravillosamente infantil— y plantean preguntas como: si ese defecto le sobrevino primero a Adán por el envenenamiento de la manzana prohibida en el paraíso o por el soplo de la serpiente; ítem, si con ese defecto el remedio empeora las cosas cada vez más. 8] Con tales cuestiones capciosas han confundido y suprimido por completo todo este asunto principal y la cuestión más importante: qué es realmente el pecado original. Por eso, cuando hablan del pecado original, omiten lo más grande y necesario, y no mencionan en absoluto nuestra verdadera y mayor miseria, a saber, que todos nosotros los hombres nacemos por naturaleza de tal modo que no conocemos, ni vemos, ni percibimos a Dios ni la obra de Dios, despreciamos a Dios, no le tememos ni confiamos en Él seriamente, somos hostiles a su juicio; ítem, que todos por naturaleza huimos de Dios como de un tirano, nos enojamos y murmuramos contra su voluntad; ítem, no nos abandonamos ni nos atrevemos a confiar en absoluto en la bondad de Dios, sino que siempre confiamos más en el dinero, los bienes, los amigos. Esta persistente plaga hereditaria, por la cual toda la naturaleza está corrompida, por la cual todos heredamos de Adán tal corazón, mente y pensamientos, que van directamente contra Dios y el primer y más alto mandamiento de Dios, la pasan por alto los escolásticos y hablan de ella como si la naturaleza humana estuviera incorrupta, capaz de estimar grandemente a Dios, amarlo sobre todas las cosas, guardar los mandamientos de Dios, etc., y no ven que se contradicen a sí mismos. 9] Pues poder hacer tales cosas por fuerzas propias, a saber, estimar grandemente a Dios, amarlo de corazón, guardar sus mandamientos, ¿qué otra cosa sería sino ser una nueva criatura en el paraíso, completamente pura y santa? 10] Si, pues, por nuestras propias fuerzas pudiéramos hacer algo tan grande como amar a Dios sobre todas las cosas y guardar sus mandamientos, como los escolásticos se atreven a afirmar valientemente, ¿qué sería entonces el pecado original? Y si por nuestras propias fuerzas nos volviéramos justos, entonces la gracia de Cristo es en vano; ¿qué necesidad tendríamos también del Espíritu Santo, si por fuerzas humanas podemos amar a Dios sobre todas las cosas y guardar sus mandamientos? 11] Aquí cualquiera ve cuán torpemente hablan los adversarios de este elevado asunto. Confiesan los pequeños defectos de la naturaleza pecaminosa, pero no mencionan la mayor miseria y desgracia hereditaria, de la cual se quejan todos los apóstoles, que toda la Escritura menciona por doquier, sobre la cual claman todos los profetas, como dice el Salmo 14[:1–3] y otros salmos: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” “Sepulcro abierto es su garganta... veneno de áspides hay debajo de sus labios... No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Salmo 5:9; [Romanos 3:13, 18]). Y sin embargo, la Escritura dice claramente que todo esto no nos sobrevino, sino que nos es innato. 12] Pero como los escolásticos mezclaron mucha filosofía con la doctrina cristiana y hablan mucho de la luz de la razón y los actus elicitis [actos deliberados], tienen en demasiada alta estima el libre albedrío y nuestras obras. Por ello, enseñaron que los hombres se vuelven piadosos ante Dios mediante una vida externamente honorable, y no vieron la impureza innata dentro de los corazones, 13] la cual nadie percibe sino solo por la Palabra de Dios, que los escolásticos tratan muy escasa y raramente en sus libros. Nosotros también decimos que vivir externamente de manera honorable está, en cierta medida, dentro de nuestra capacidad, pero volverse piadoso y santo ante Dios no está en nuestra capacidad.
14] Estas son las razones por las que, en ese punto, cuando quise decir qué es el pecado original, mencioné la mala concupiscencia innata y dije que por fuerzas naturales ningún hombre es capaz de temer a Dios o confiar en Él. Pues quise indicar que el pecado original también comprende esta miseria, a saber, que ningún hombre conoce o estima a Dios, ninguno puede temerlo o amarlo de corazón o confiar en Él. Estas son las partes más grandes de la plaga hereditaria, por las cuales todos nosotros, provenientes de Adán, estamos dispuestos y condicionados directamente contra Dios, contra la primera tabla de Moisés y el más grande y supremo mandamiento divino.
15] Y no hemos dicho nada nuevo aquí. Los antiguos escolásticos, si se les entiende correctamente, también dijeron lo mismo; pues dicen que el pecado original es una carencia de la primera pureza y justicia en el paraíso. Pero, ¿qué es la justitia originalis o la primera justicia en el paraíso? 16] Justicia y santidad en la Escritura ciertamente no significan solo guardar la segunda tabla de Moisés, hacer buenas obras y servir al prójimo, sino que la Escritura llama piadoso, santo y justo a aquel que guarda la primera tabla, que guarda el primer mandamiento, es decir, que teme a Dios de corazón, lo ama y confía en Dios. 17] Por lo tanto, la pureza y la condición íntegra de Adán no consistían solamente en una buena y perfecta salud, sangre pura por doquier y fuerzas corporales incorruptas, como hablan de ello, sino que lo más grande en tan noble primera criatura era una luz clara en el corazón para conocer a Dios y su obra, un recto temor de Dios, una recta y sincera confianza hacia Dios y, en todo, un entendimiento recto y seguro, un corazón bueno, alegre y dispuesto hacia Dios y todas las cosas divinas. 18] Y esto lo atestigua también la Sagrada Escritura cuando dice que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Pues, ¿qué es esto sino que la sabiduría y la justicia divinas, que proceden de Dios, se forman en el hombre, por medio de las cuales conocemos a Dios, por las cuales la claridad de Dios se refleja en nosotros? Es decir, que al hombre, al ser creado, le fueron dados primeramente estos dones: un conocimiento recto y claro de Dios, un temor recto, una confianza recta y cosas semejantes. 19] Pues así también interpreta esto Ireneo sobre la imagen y semejanza de Dios; y Ambrosio, hablando de diversas maneras en este sentido, dice entre otras cosas: “El alma no está creada a imagen de Dios si Dios no está siempre en ella.” 20] Y Pablo a los Efesios y Colosenses muestra suficientemente que la imagen de Dios en la Escritura no significa otra cosa que el conocimiento de Dios y una condición recta y justicia ante Dios. 21] Y [Pedro] Lombardo dice abiertamente que “la justicia creada primeramente en Adán es la imagen y semejanza de Dios, la cual fue formada en el hombre por Dios”. 22] Relato la opinión y las sentencias de los antiguos, las cuales no impiden en nada la interpretación de Agustín sobre cómo habla él de la imagen de Dios.
23] Por lo tanto, cuando los antiguos dicen qué es el pecado original y afirman que es una carencia de la justicia originalmente creada, su opinión es que el hombre no solo está corrompido en el cuerpo o en las fuerzas más bajas e inferiores, sino que también ha perdido por ello estos dones: el recto conocimiento de Dios, el recto amor y confianza hacia Dios, y la fuerza, la luz en el corazón, que le da amor y placer para todo esto. Pues los propios escolásticos o teólogos en las escuelas enseñan que esa justicia innata no nos habría sido posible sin dones especiales y sin la ayuda de la gracia. Y a esos dones los llamamos temor de Dios, conocimiento de Dios y confianza hacia Dios, para que se pueda entender. De todo esto se desprende suficientemente que los antiguos, cuando dicen qué es el pecado original, concuerdan exactamente con nosotros, y también su opinión es que por el pecado original hemos caído en la miseria de nacer sin un corazón bueno que ame rectamente a Dios, y no solo somos incapaces de hacer o cumplir ninguna obra pura y buena.
24] Exactamente lo mismo piensa también Agustín, cuando quiere decir qué es el pecado original, y suele llamar al pecado original una mala concupiscencia; pues quiere indicar que, después de la caída de Adán, en lugar de la justicia, nos es innata la mala concupiscencia. Porque desde la caída, como nacemos pecadores por naturaleza, no tememos, ni amamos, ni confiamos en Dios, no hacemos otra cosa que confiar en nosotros mismos, despreciar a Dios o espantarnos y huir de Dios. 25] Y así, en las palabras de Agustín también está contenida y comprendida la opinión de aquellos que dicen que el pecado original es una carencia de la primera justicia, es decir, la mala concupiscencia que se nos adhiere en lugar de esa justicia. Y la mala concupiscencia no es solo una corrupción o alteración de la primera y pura salud corporal de Adán en el paraíso, sino también una mala concupiscencia e inclinación, por la cual, aun con las mejores y más altas facultades y luz de la razón, estamos sin embargo carnalmente inclinados y dispuestos contra Dios. Y aquellos que enseñan que el hombre es capaz por sus propias fuerzas de amar a Dios sobre todas las cosas no saben lo que dicen, y sin embargo deben confesar al mismo tiempo que, mientras dure esta vida, permanece la mala concupiscencia, en tanto no sea completamente mortificada por el Espíritu Santo.
26] Por eso mencionamos y expresamos tan precisamente ambas cosas cuando quisimos enseñar qué es el pecado original: tanto la mala concupiscencia como también la carencia de la primera justicia en el paraíso, y decimos que esa carencia consiste en que nosotros, los hijos de Adán, no confiamos en Dios de corazón, ni le tememos ni le amamos. La mala concupiscencia es que, naturalmente, toda nuestra mente, corazón y ánimo se oponen a la Palabra de Dios, de modo que no solo buscamos toda clase de placeres carnales, sino que también confiamos en nuestra sabiduría y justicia y, en cambio, olvidamos a Dios y le prestamos poca, o ninguna, atención. 27] Y no solo los Padres antiguos, como Agustín y otros semejantes, sino también los maestros y escolásticos más recientes que tuvieron algún entendimiento, enseñan que estas dos partes juntas constituyen el pecado original, a saber, la carencia y la mala concupiscencia. Pues así dice Santo Tomás que “el pecado original no es solo una carencia de la primera justicia, sino también un deseo o concupiscencia desordenada en el alma. Por lo tanto”, dice él, “no es solo una mera carencia, sino también aliquid positivum [algo positivo]”. 28] Y Buenaventura también dice claramente: “Si se pregunta qué es el pecado original, esta es la respuesta correcta: que es una mala concupiscencia desenfrenada. También es la respuesta correcta que es una carencia de la justicia, y una cosa implica la otra.” 29] Exactamente lo mismo piensa también Hugo [de San Víctor], cuando dice: “El pecado original es ceguera en el corazón y mala concupiscencia en la carne.” Pues quiere indicar que todos nosotros, los hijos de Adán, nacemos de tal manera que no conocemos a Dios, lo despreciamos, no confiamos en Él, e incluso huimos de Él y lo odiamos. Pues eso es lo que Hugo quiso resumir brevemente cuando dijo: ignorantia in mente, ceguera o ignorancia en el corazón. 30] Y las sentencias también de los maestros más recientes concuerdan con la Sagrada Escritura. Pues Pablo a veces llama al pecado original con palabras claras una carencia de la luz divina, etc. 1 Corintios 2:14: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios.” Y en otros lugares lo llama mala concupiscencia, como en Romanos 7:23, donde dice: “pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”; la cual concupiscencia engendra toda clase de malos frutos. 31] Podría aquí presentar muchas más citas de la Escritura sobre ambas partes; pero en esta verdad pública no es necesario. Cualquier persona sensata verá y notará fácilmente que estar así, sin temor de Dios, sin confianza en el corazón, no son solo actus o pecados actuales, sino una carencia innata de la luz divina y de todo bien, la cual permanece mientras no seamos regenerados por el Espíritu Santo e iluminados por Él.
32] Así como hasta ahora hemos escrito y enseñado sobre el pecado original, no enseñamos nada nuevo, nada diferente de la Sagrada Escritura, de la santa Iglesia cristiana universal; sino que tales sentencias necesarias, valientes y claras de la Sagrada Escritura y de los Padres, que habían sido suprimidas por las disputas torpes de los sofistas, las sacamos de nuevo a la luz y quisiéramos tener pura la doctrina cristiana. 33] Pues es evidente que los sofistas y disputadores escolásticos no entendieron lo que los Padres querían decir con la expresión “carencia de la primera justicia”. Pero enseñar este punto de manera precisa y correcta, y qué es o no es el pecado original, es sumamente necesario, y nadie puede anhelar sinceramente a Cristo, el tesoro inefable de la gracia y favor divinos que el Evangelio presenta, ni tener deseo de ello, si no reconoce su propia miseria y plaga, como dice Cristo en Mateo 9:12; Marcos 2:17: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.” Toda vida santa y honorable, todas las buenas obras, tantas como un hombre pueda hacer en la tierra, son pura hipocresía y abominación ante Dios, si no reconocemos primero que somos por naturaleza miserables pecadores, que estamos bajo la desgracia de Dios, y que no le tememos ni le amamos. 34] Así dice el profeta Jeremías 31:19: “porque después que me convertí, tuve arrepentimiento”. Y el Salmo 116, v. 11: “Todo hombre es mentiroso”, es decir, no tienen una disposición correcta hacia Dios.
35] Aquí claman ahora los adversarios vehementemente contra el Dr. Lutero, porque escribió que el pecado original permanece también después del bautismo, y añaden que ese artículo fue condenado con razón por el Papa León X. Pero Su Majestad Imperial encontrará aquí públicamente que nos tratan de manera completamente injusta; pues los adversarios entienden muy bien en qué sentido quiso decir el Dr. Lutero que el pecado original permanece después del bautismo. Él siempre ha escrito claramente que el santo bautismo quita y borra toda la culpa y la obligación hereditaria del pecado original, aunque lo material (como lo llaman) del pecado, a saber, la mala inclinación y concupiscencia, permanece. Además, en todos sus escritos añade sobre ese mismo material que el Espíritu Santo, que es dado por el bautismo, comienza interiormente a mortificar y extinguir diariamente las malas concupiscencias restantes, e introduce en el corazón una nueva luz, una nueva mente y ánimo. 36] En este sentido habla también Agustín, cuando dice así: “El pecado original es perdonado en el bautismo, no de modo que ya no exista, sino de modo que no sea imputado.” Aquí Agustín confiesa públicamente que el pecado permanece en nosotros, aunque no nos sea imputado. Y esta sentencia de Agustín agradó tanto después a los doctores que también es citada en el Decreto [de Graciano]. Y contra Juliano dice Agustín: “La ley que está en nuestros miembros es quitada por la regeneración espiritual y, sin embargo, permanece en la carne, que es mortal. Es quitada, porque la culpa es completamente absuelta por el sacramento mediante el cual los creyentes son regenerados; y todavía permanece allí, porque produce malas concupiscencias, contra las cuales luchan los creyentes.” 37] Que el Dr. Lutero sostiene y enseña así, los adversarios lo saben muy bien, y como no pueden impugnarlo, sino que deben confesarlo ellos mismos, le tergiversan maliciosamente las palabras y le interpretan falsamente su intención, para suprimir la verdad y condenarla injustamente.
38] Pero además, los adversarios disputan que la mala concupiscencia sea una carga y un castigo impuesto, y no un pecado tal que sea merecedor de muerte y condenación. Contra esto, el Dr. Lutero dice que es un pecado condenable. Ya he mencionado anteriormente que Agustín también informa esto, que el pecado original es la mala concupiscencia innata. Si esto estuviera mal dicho, que lo discutan con Agustín. 39] Además, dice Pablo en Romanos 7:7, 23: “Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.” Aquí Pablo dice llanamente: Yo no sabía que la concupiscencia era pecado, etc. Ítem: “pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.” 40] Estas son palabras claras, ciertas y sentencias lúcidas de Pablo; contra ellas ninguna glosa, ningún artificio astuto puede nada; estas sentencias no podrán derribarlas todos los demonios ni todos los hombres. Allí llama claramente a la mala concupiscencia un pecado; sin embargo, dice que tal pecado no es imputado a aquellos que creen en Cristo; pero en sí mismo es, no obstante, verdaderamente un pecado, merecedor de muerte y condenación eterna. 41] Y no hay duda de que esta fue también la opinión de los antiguos Padres. Pues Agustín disputa y lucha vehementemente contra aquellos que sostenían que la mala inclinación y concupiscencia en el hombre no era pecado, y que no era ni buena ni mala, así como tener el cuerpo negro o blanco tampoco es bueno ni malo.
42] Y si los adversarios pretenden que el fomes o la mala inclinación no es ni bueno ni malo, no solo habrá muchas citas de la Escritura en contra, sino también toda la Iglesia y todos los Padres. Pues todos los corazones cristianos experimentados saben que, lamentablemente, llevamos estas cosas en la piel, nos son innatas, a saber: que estimamos el dinero, los bienes y todas las demás cosas más que a Dios, que vivimos seguros y despreocupados; ítem, que siempre pensamos, por naturaleza de la seguridad carnal, que la ira y la severidad de Dios sobre el pecado no son tan grandes como ciertamente lo son; ítem, que no estimamos de corazón tan caro y noble como es el tesoro inefable del Evangelio y la reconciliación de Cristo; ítem, que murmuramos contra la obra y la voluntad de Dios, porque no ayuda pronto en las tribulaciones y no hace las cosas como queremos. 43] Ítem, experimentamos diariamente que nos duele, como también se quejaron David y todos los santos, que a los impíos les vaya bien en este mundo. Además, todos los hombres sienten cuán fácilmente se inflama su corazón, ya sea con ambición, luego con ira y enojo, luego con lujuria. Ahora bien, si los propios adversarios deben confesar que tal incredulidad, tal desobediencia contra Dios está en el corazón, aunque no haya pleno consentimiento (como hablan de ello), sino que solo está la inclinación y la concupiscencia, ¿quién será tan audaz como para considerar estas cosas graves ni malas ni buenas? Pues ahí están los salmos claros y las palabras claras de los profetas, que confiesan que se sienten así. Pero los sofistas en las escuelas han hablado en contra de la Escritura clara y pública sobre este asunto y han inventado sus propios sueños y dichos a partir de la filosofía, diciendo que por causa de las malas concupiscencias no somos ni malos ni buenos, ni dignos de reproche ni de alabanza; ítem, que las concupiscencias y pensamientos internos no son pecado si no consiento plenamente en ellos. Esos dichos y palabras en los libros de los filósofos deben entenderse respecto a la honorabilidad externa ante el mundo y también respecto al castigo externo ante el mundo. Pues ahí es verdad, como dicen los juristas: L. cogitationis, “los pensamientos están libres de impuestos y de castigo”. Pero Dios escudriña los corazones; con el juicio y veredicto de Dios es diferente. Así también remiendan este asunto con otras sentencias absurdas, a saber: la criatura de Dios y la naturaleza no pueden ser malas en sí mismas. No discuto esto, cuando se dice donde corresponde; pero esta sentencia no debe ser aducida para minimizar el pecado original. 44] Y esas sentencias de los sofistas han causado mucho daño indecible, mediante las cuales mezclan la filosofía y la doctrina que concierne a la vida externa ante el mundo con el Evangelio, y no solo enseñaron esto en la escuela, sino que también lo predicaron públicamente y sin vergüenza ante el pueblo. Y estas doctrinas impías, erróneas, peligrosas y dañinas habían prevalecido en todo el mundo; no se predicaba nada más que nuestro mérito en todo el mundo; por ello, el conocimiento de Cristo y el Evangelio fueron completamente suprimidos. 45] Por lo tanto, el Dr. Lutero quiso enseñar y explicar a partir de la Escritura cuán grande es la culpa mortal del pecado original ante Dios, y en cuán gran miseria nacemos, y que el pecado original restante, que permanece después del bautismo, no es en sí mismo indifferens [indiferente], sino que necesita del Mediador Cristo para que Dios no nos lo impute, y necesita incesantemente la luz y la obra del Espíritu Santo, por quien sea barrido y mortificado.
46] Aunque los sofistas y escolásticos enseñan de manera diferente y enseñan tanto sobre el pecado original como sobre su castigo de manera contraria a la Escritura, al decir que el hombre es capaz por sus propias fuerzas de guardar los mandamientos de Dios, sin embargo, el castigo que Dios impuso a los hijos de Adán por el pecado original se describe de manera muy diferente en el primer libro de Moisés [Génesis 3]. Pues allí la naturaleza humana es condenada no solo a la muerte y a otros males corporales, sino que es sometida al reino del diablo. Pues allí se pronuncia este terrible juicio: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya” etc. 47] La carencia de la primera justicia y la mala concupiscencia son pecado y castigo. Pero la muerte y los otros males corporales, la tiranía y el dominio del diablo son propiamente los castigos y poenae del pecado original. Pues la naturaleza humana ha sido entregada por el pecado original al poder del diablo y está así cautiva bajo el reino del diablo, el cual aturde y seduce a muchos hombres grandes y sabios en el mundo con errores terribles, herejías y otra ceguera, y por lo demás arrastra a los hombres a toda clase de vicios. 48] Pero así como no es posible vencer al espíritu astuto y poderoso, Satanás, sin la ayuda de Cristo, tampoco podemos nosotros, por nuestras propias fuerzas, librarnos de esta prisión. Se puede ver y encontrar en todas las historias desde el principio del mundo 49] cuán indeciblemente grande es el poder del reino del diablo. Se ve que el mundo, desde lo más alto hasta lo más bajo, está lleno de blasfemias, lleno de grandes errores, de doctrinas impías contra Dios y su Palabra. En estas fuertes ataduras y cadenas, el diablo mantiene miserablemente cautivos a muchas personas sabias, a muchos hipócritas que parecen santos ante el mundo. A otros los conduce a otros vicios groseros: avaricia, soberbia, etc. 50] Puesto que Cristo nos ha sido dado para quitar esos pecados y los pesados castigos de los pecados, para vencer por nuestro bien al pecado, la muerte y el reino del diablo, nadie puede alegrarse de corazón por el gran tesoro, nadie puede reconocer las sobreabundantes riquezas de la gracia, si primero no siente esa carga, nuestra gran miseria y desgracia innatas. Por eso, nuestros predicadores han enseñado sobre este artículo necesario con la mayor diligencia posible y no han enseñado nada nuevo, sino únicamente palabras claras de la Sagrada Escritura y sentencias ciertas de los Padres, Agustín y los demás.
51] Esto, estimamos, debería ser suficiente para Su Majestad Imperial contra la presentación vana, infantil e infundada de los adversarios, mediante la cual impugnan nuestro artículo sin causa y de manera totalmente injusta. Pues canten, digan cuánto, qué y por cuánto tiempo quieran, nosotros sabemos con certeza y estamos verdaderamente seguros de que enseñamos cristiana y correctamente, y concordamos y nos mantenemos en línea con la Iglesia cristiana universal. Si además introducen disputas malintencionadas, que vean que aquí, si Dios quiere, no faltarán personas que les respondan y mantengan, no obstante, la verdad. Pues la mayor parte de los adversarios no saben lo que dicen. ¿Cuántas veces hablan y escriben cosas contradictorias? Tampoco entienden su propia dialéctica sobre lo formal del pecado original, es decir, qué es o no es propiamente el pecado original en su esencia, ni qué es la carencia de la primera justicia. Pero en este lugar no hemos querido hablar de manera más sutil o extensa sobre su disputación capciosa, sino solamente relatar, con palabras claras, comunes y comprensibles, las sentencias y la opinión de los santos Padres, conforme a los cuales también enseñamos nosotros.