Apología de la Confesión.

Traducción del latín por Justus Jonas

Prólogo

Felipe Melanchton al lector.

1] Cuando la Confesión de nuestros clementísimos y clementes señores, el Elector de Sajonia y los príncipes de esta parte, fue leída públicamente en Augsburgo ante Su Majestad Imperial y los Estados del Imperio, algunos teólogos y monjes prepararon una respuesta y refutación contra dicha Confesión, la cual Su Majestad Imperial hizo leer después ante Su Majestad, los Electores, Príncipes y Estados del Imperio, y exigió que nuestros príncipes consintieran en adelante en creer, enseñar y sostener lo expuesto según tal opinión.

2] Pero como los nuestros oyeron que en tal respuesta de los teólogos se rechazaban muchos artículos, cuyo rechazo ellos no podían aceptar sin agravio de conciencia y delante de Dios, pidieron una copia de la respuesta o Confutación, para que pudieran ver y considerar exactamente qué era lo que los adversarios se atrevían a condenar, y así poder responder más acertadamente exponiendo sus razones y fundamentos. Y en este asunto tan grande y sumamente importante, que no concierne a asuntos temporales, sino a la religión común, a la salvación y al bien de todas las conciencias y, por otro lado, también al gran peligro y aflicción de las mismas, los nuestros consideraron ciertamente que los adversarios entregarían o incluso nos ofrecerían tal copia de muy buena gana y voluntariamente, sin dificultad alguna. Pero los nuestros no pudieron obtenerla de ninguna otra manera sino con compromisos y condiciones adjuntas muy gravosas, que ellos de ninguna manera pudieron aceptar.

3] Después de eso, se emprendió una negociación y varios intentos de conciliación o acuerdo, en la cual los nuestros se ofrecieron en grado sumo a soportar, tolerar y hacer gustosamente todo lo que pudiera hacerse sin agravio de conciencia.

4] Pero los adversarios insistieron inflexiblemente solo en esto: que nosotros debíamos consentir en aceptar ciertos abusos y errores públicos; y como no podíamos ni queríamos hacer eso, Su Majestad Imperial exigió de nuevo que nuestros Señores y Príncipes consintieran en creer y sostener las cosas tal como rezaba la Confutación de los teólogos, lo cual nuestros príncipes rechazaron total y absolutamente. Pues, ¿cómo podrían Sus Gracias Electorales y Ducales, en un asunto tan elevado y de suma importancia, concerniente a las almas y conciencias de muchos y a las suyas propias, consentir en aceptar un escrito que no se les quería entregar, ni permitir leer, ni ofrecer, especialmente habiendo escuchado durante la lectura que se rechazaban artículos tales a los que no podían ni querían ceder, a menos que quisieran actuar públicamente contra Dios y la honradez?

5] Por esta razón, Sus Gracias Electorales y Ducales nos ordenaron a mí y a otros preparar una defensa o Apología de nuestra primera Confesión, en la cual se expusieran a Su Majestad Imperial las razones por qué no podíamos aceptar la Confutación y por qué ésta carecía de fundamento.

6] Pues aunque se nos había negado la copia a pesar de nuestras súplicas, peticiones y más encarecidas instancias, sin embargo, los nuestros, durante la lectura de la Confutación, habían captado y anotado el resumen de los argumentos casi con prisa y al vuelo, sobre cuya base tuvimos que redactar entonces la Apología, puesto que finalmente se nos negó la copia.

7] Esta misma Apología la entregaron los nuestros finalmente a Su Majestad Imperial cuando se despidieron de Augsburgo, para que Su Majestad comprendiera que había razones muy grandes y sumamente importantes por las que no habíamos podido aceptar la Confutación. Pero Su Majestad Imperial se negó a aceptar la Apología que le fue entregada.

8] No obstante, después se promulgó un decreto en el cual los adversarios se jactan sin fundamento de haber refutado nuestra Confesión basándose en la Sagrada Escritura.

9] Pero, en contraposición, todo el mundo tiene ahora nuestra Apología y defensa, de la cual podrá ver cómo y qué juzgaron los adversarios. Pues aquí hemos relatado exactamente cómo sucedieron las cosas, y no de otra manera, ¡Dios lo sabe! Así también hemos mostrado aquí claramente cómo ellos han condenado algunos artículos en contra de la Escritura pública y manifiesta y de las claras palabras del Espíritu Santo, y de ninguna manera pueden decir con verdad que hayan justificado contra nosotros ni una tilde tomada de la Sagrada Escritura.

10] Aunque inicialmente comencé esta Apología en Augsburgo con el consejo y la consideración de algunos otros, ahora, puesto que debía ser impresa, le he añadido algunas cosas. Por eso escribo aquí también mi nombre, para que nadie pueda quejarse de que el libro haya salido sin nombre de autor.

11] Hasta ahora me he esforzado, en la medida de lo posible, en hablar y tratar sobre la doctrina cristiana de la manera acostumbrada, para que con el tiempo fuera más fácil acercarse y llegar a un acuerdo, aunque con derecho podría haber llevado este asunto más allá de su forma habitual.

12] Pero los adversarios, por el contrario, manejan este asunto de manera tan hostil que dejan ver suficientemente que no buscan ni la verdad ni la unidad, sino únicamente beber nuestra sangre.

13] Ahora bien, también en esta ocasión he escrito de la manera más suave posible; pero si hay algo áspero en este libro, quiero que se entienda que lo he dicho no contra Su Majestad Imperial ni los Príncipes, a quienes con gusto rindo el debido honor, sino contra los monjes y teólogos.

14] Pues solo recientemente he recibido la Confutación para leerla debidamente y noto que mucho en ella está escrito de manera tan peligrosa, tan venenosa y envidiosa, que incluso podría engañar a personas piadosas en algunos puntos.

15] Sin embargo, no he tratado todas las intrigas pendencieras y malintencionadas de los adversarios; pues sobre eso se podrían escribir incontables libros. He abordado sus mejores y más importantes argumentos, para que ante los estamentos altos y bajos, ante los presentes y nuestros descendientes, ante todos los alemanes nativos y también ante todo el mundo, ante todas las naciones extranjeras, haya un testimonio claro ante sus ojos y permanezca para siempre, testimonio de que hemos enseñado de manera pura, divina y correcta acerca del Evangelio de Cristo.

16] Verdaderamente no tenemos gusto ni alegría en la discordia; tampoco somos tan insensibles o duros como piedras que no consideremos nuestro peligro. Pues vemos y notamos cómo los adversarios en este asunto nos persiguen y hasta ahora nos han perseguido con gran veneno y amargura, atentando contra cuerpo, vida y todo lo que tenemos. Pero sabemos que no debemos negar ni rechazar la pública verdad divina —sin la cual la Iglesia de Cristo no puede existir ni permanecer— ni la eterna y santa Palabra del Evangelio. Por lo tanto, si por causa del Señor Cristo y de este asunto tan supremo e importante —del cual depende toda la santa fe cristiana y toda la Iglesia cristiana— debemos esperar o soportar aún mayor oposición, peligro o persecución, estamos dispuestos a sufrir gustosamente en una causa tan enteramente divina y justa, y confiamos plenamente en ello, estando también seguros de que esto agrada a la santa y divina Majestad en el cielo y a nuestro amado Salvador Jesucristo, y sabemos que después de este tiempo habrá personas y descendientes nuestros que juzgarán estas cosas de manera muy diferente y con más confianza.

17] Pues ni los mismos adversarios pueden negar ni desconocer que muchos de los más elevados y necesarios artículos de la doctrina cristiana —sin los cuales la Iglesia cristiana, junto con toda la doctrina y el nombre cristiano, serían olvidados y perecerían— han sido sacados de nuevo a la luz por los nuestros. Pues no quiero relatar aquí por ahora con qué doctrinas pendencieras, vanas, inútiles e infantiles muchas partes necesarias de la fe estuvieron oprimidas hace pocos años entre monjes, teólogos, canonistas y sofistas; ya llegará el momento para ello.

18] Tenemos, ¡alabado sea Dios!, testimonio de muchas personas eminentes, honorables, íntegras y temerosas de Dios, las cuales agradecen a Dios de corazón por los dones y gracias inefables, consistentes en que en los puntos más necesarios de toda la Escritura han recibido de nosotros una doctrina y un consuelo para las conciencias mucho más claros, ciertos, exactos y correctos de lo que jamás se ha encontrado en todos los libros de los adversarios.

19] Por eso, si la clara verdad reconocida llega a ser pisoteada, queremos encomendar aquí esta causa a Cristo y a Dios en el cielo, quien es Padre de huérfanos y viudas y Juez de todos los desamparados; Él juzgará (eso lo sabemos con toda certeza) esta causa y la sentenciará rectamente. Y tú, Señor Jesucristo, ¡es tu santo Evangelio, es tu causa! ¡Dígnate mirar tantos corazones y conciencias afligidos, y preserva y fortalece a tus iglesias y pequeños rebaños que sufren angustia y necesidad por causa del diablo! ¡Fortalece tu verdad! ¡Confunde toda hipocresía y mentira, y da así paz y unidad, para que tu honra sea promovida y tu Reino crezca y aumente poderosamente sin cesar contra todas las puertas del infierno!