Tercer Artículo
1] Hemos oído lo que debemos hacer y creer. La vida mejor y más bendita consiste en estas cosas. Ahora sigue la tercera parte, cómo debemos orar.
2] La humanidad se encuentra en tal situación que nadie puede guardar perfectamente los Diez Mandamientos, aunque haya empezado a creer. Además, el diablo, junto con el mundo y nuestra carne, se resiste con todo su poder a nuestros esfuerzos. Por consiguiente, nada es tan necesario como invocar incesantemente a Dios y tamborilear en sus oídos nuestra oración para que conceda, conserve y aumente en nosotros la fe y la obediencia a los Diez Mandamientos y elimine todo lo que se interpone en nuestro camino y nos impide cumplirlos.
3] Para que sepamos qué y cómo orar, nuestro Señor Cristo mismo nos ha enseñado tanto el camino como las palabras, como veremos.
4] Antes de explicar el Padrenuestro parte por parte, es muy necesario exhortar y atraer a la oración, como hicieron también Cristo y los apóstoles.
5] Lo primero que hay que saber es esto: Es nuestro deber orar porque Dios nos lo ha ordenado. Se nos dijo en el Segundo Mandamiento: "No tomarás el nombre de Dios en vano". Por lo tanto, se nos exige alabar el santo nombre y orar o invocarlo en toda necesidad. Pues invocarlo no es otra cosa que orar.
6] La oración, por lo tanto, está tan estricta y solemnemente ordenada como todos los demás mandamientos, tales como no tener otro Dios, no matar, no robar, etc. Que nadie piense que da lo mismo si rezo o no, como hace la gente vulgar que dice en su engaño: "¿Por qué debo rezar? ¿Quién sabe si Dios escucha mi oración o se preocupa de oírla? Si yo no rezo, otro lo hará". Así caen en la costumbre de no rezar nunca, alegando que, puesto que rechazamos las oraciones falsas e hipócritas, enseñamos que no hay deber ni necesidad de rezar.
7] Es muy cierto que el tipo de balbuceo y bramido que solía pasar por oraciones en la iglesia no era realmente oración. Tal repetición externa, cuando se utiliza correctamente, puede servir como ejercicio para los niños pequeños, los alumnos y la gente sencilla; aunque puede llamarse canto o ejercicio de lectura, no es realmente oración.
8] Orar, como enseña el Segundo Mandamiento, es invocar a Dios en toda necesidad. Esto nos lo exige Dios; no lo ha dejado a nuestra elección. Es nuestro deber y obligación orar si queremos ser cristianos, como es nuestro deber y obligación obedecer a nuestros padres y madres y a las autoridades civiles. Mediante la invocación y la oración se glorifica el nombre de Dios y se hace buen uso de él. Esto debéis notarlo sobre todo, para que acalléis y rechacéis cualquier pensamiento que nos impida o disuada de orar.
9] Sería impropio de un hijo decirle a su padre: "¿De qué sirve ser obediente? Iré y haré lo que me dé la gana; ¿qué más da?". Pero ahí está el mandamiento: "¡Obedecerás y debes obedecer!". Del mismo modo, aquí no se deja a mi elección si rezar o no, sino que es mi deber y obligación [so pena de la ira y el desagrado de Dios].
10] [Tened esto presente sobre todas las cosas, para que acalléis y rechacéis los pensamientos que nos impiden orar o nos disuaden de hacerlo, como si no importara mucho que no oremos, o como si la oración estuviera mandada para los que son más santos y gozan de mejor favor de Dios que nosotros. En efecto, el corazón humano es por naturaleza tan desesperadamente perverso que siempre huye de Dios, pensando que no quiere ni le importan nuestras oraciones porque somos pecadores y no hemos merecido otra cosa que la ira.
11] Contra tales pensamientos, digo, debemos respetar este mandamiento y volvernos a Dios para no provocar su cólera con tal desobediencia. Con este mandamiento, Dios deja claro que no nos echa ni nos aleja, aunque seamos pecadores; más bien quiere atraernos hacia sí, para que nos humillemos ante Él, lamentemos nuestra miseria y situación, y pidamos gracia y ayuda. Por eso leemos en las Escrituras que está enojado porque los que fueron abatidos por su pecado no volvieron a Él y aplacaron su ira y buscaron la gracia con sus oraciones].
12] Del hecho de que la oración se ordene con tanta urgencia, debemos concluir que de ninguna manera debemos despreciar nuestras oraciones, sino más bien valorarlas altamente. Tomemos un ejemplo de los otros mandamientos.
13] Un hijo nunca debe despreciar la obediencia a su padre y a su madre, sino que siempre debe reflexionar: "Esta es una obra de obediencia, y lo que hago no tiene otra finalidad que la que corresponde a la obediencia y al mandamiento de Dios. En esto puedo confiar y depender, y puedo reverenciarlo altamente, no por mi valía, sino por el mandamiento." Así también aquí. Lo que oremos, y para qué, debemos considerarlo como exigido por Dios y hecho en obediencia a él. Deberíamos pensar: "Por mí esta oración no valdría nada; pero es importante porque Dios la ha mandado". Así pues, no importa por qué tenga que rezar, todo el mundo debería acercarse siempre a Dios obedeciendo este mandamiento.
14] Por eso rogamos y exhortamos con urgencia a todos a que tomen a pecho estas palabras y en ningún caso desprecien la oración. La oración solía enseñarse, en nombre del diablo, de tal manera que nadie le prestaba atención, y los hombres suponían que bastaba con realizar el acto, lo oyera Dios o no. Pero eso es apostar la oración a la suerte y murmurar sin rumbo. Una oración así no vale nada.
15] Nos dejamos entorpecer y disuadir por pensamientos como éstos: "No soy suficientemente santo o digno; si fuera tan piadoso y santo como San Pedro o San Pablo, entonces rezaría". ¡Fuera esos pensamientos! El mismo mandamiento que se aplicó a San Pablo se aplica también a mí. El segundo mandamiento se da tanto por mí como por él. Él no puede jactarse de tener un mandamiento mejor o más santo que el mío.
16] Por eso debes decir: "La oración que ofrezco es tan preciosa, santa y agradable a Dios como las de San Pablo y las de los santos más santos. La razón es ésta: Reconozco que él es más santo por su persona, pero no por el mandamiento. Dios no considera la oración en razón de la persona, sino en razón de su Palabra y de la obediencia que se le presta. En este mandamiento, en el que todos los santos basan su oración, yo también baso la mía. Además, rezo por lo mismo por lo que rezan o han rezado todos ellos".
17] Este es el primer y más importante punto, que todas nuestras oraciones deben basarse en la obediencia a Dios, independientemente de nuestra persona, seamos pecadores o santos, dignos o indignos.
18] Debemos aprender que Dios no tomará este mandamiento a broma, sino que se enfadará y nos castigará si no rezamos, como castiga cualquier otro tipo de desobediencia. Tampoco permitirá que nuestras oraciones se frustren o se pierdan, pues si no tuviera intención de responderte, no te habría ordenado orar y lo habría respaldado con un mandamiento tan estricto.
19] En segundo lugar, debemos sentirnos aún más urgidos y animados a orar porque Dios ha prometido que nuestra oración será respondida con seguridad, como dice en el Salmo 50:15: "Invócame en el día de la angustia, y yo te libraré", y Cristo dice en Mateo 7:7, 8: "Pedid y se os dará", etc. "Porque todo el que pide, recibe".
20] Tales promesas deberían despertar y encender en nuestros corazones el deseo y el amor a la oración. En efecto, Dios atestigua con su Palabra que nuestra oración le agrada de corazón y que con seguridad será escuchada y concedida, de modo que no debemos despreciarla ni desdeñarla, ni orar con inseguridad.
21] Esto puedes sostenerlo ante él y decirle: "Vengo a Ti, Padre amado, y oro no por mi propia voluntad ni por mi propio valor, sino por tu mandamiento y promesa, que no puede fallar ni engañarme". Quien no cree en esta promesa debe darse cuenta una vez más de que enfada a Dios, deshonrándolo gravemente y acusándolo de falsedad.
22] Además, debemos sentirnos animados y atraídos a orar porque, además de este mandamiento y esta promesa, Dios toma la iniciativa y pone en nuestra boca las mismas palabras que debemos utilizar. Así vemos cuán sinceramente se preocupa por nuestras necesidades, y nunca dudaremos de que nuestra oración le agrada y será escuchada con seguridad.
23] Por eso esta oración es muy superior a todas las demás que nosotros mismos pudiéramos inventar. Porque en estas últimas nuestra conciencia estaría siempre en duda, diciendo: "He orado, pero ¿quién sabe si le ha agradado, o si he dado con la forma y el modo adecuados?". Así pues, no hay oración más noble en la tierra, porque tiene el excelente testimonio de que Dios ama oírla. Esto no lo cambiaríamos por todas las riquezas del mundo.
24] También por esta razón se ha prescrito que reflexionemos sobre nuestras necesidades, que deben impulsarnos y empujarnos a orar sin cesar. Una persona que quiere orar debe presentar una petición, nombrando y pidiendo algo que desea; de lo contrario, no puede llamarse oración.
25] Por eso hemos rechazado con razón las oraciones de monjes y sacerdotes, que aúllan y gruñen espantosamente día y noche; a ninguno de ellos se le ocurre pedir la menor cosa. Si reuniéramos a todas las iglesias, con todo su clero, tendrían que confesar que nunca han rezado de todo corazón ni siquiera por una gota de vino. Ninguno de ellos se ha comprometido jamás a orar por obediencia a Dios y fe en su promesa, o por consideración a sus propias necesidades. Sólo pensaron, en el mejor de los casos, en hacer una buena obra como pago a Dios, no dispuestos a recibir nada de Él, sino sólo a darle algo.
26] Pero la verdadera oración debe ser sincera. Debemos sentir nuestra necesidad, la angustia que nos impulsa y nos lleva a clamar. Entonces la oración surgirá espontáneamente, como debe ser, y no necesitaremos que nos enseñen cómo prepararla o cómo generar devoción.
27] La necesidad que debe preocuparnos tanto a nosotros como a los demás está ampliamente indicada en el Padre Nuestro. Por lo tanto, puede servir para recordarnos e impresionarnos para que no seamos negligentes a la hora de rezar. Todos tenemos bastantes necesidades, pero el problema es que no las sentimos ni las vemos. Por eso, Dios quiere que te lamentes y expreses tus necesidades y deseos, no porque no los conozca, sino para que enciendas tu corazón a deseos más fuertes y grandes y extiendas tu manto de par en par para recibir muchas cosas.
28] Cada uno de nosotros debe adquirir el hábito, desde su juventud, de orar diariamente por todas sus necesidades, siempre que tenga conocimiento de algo que le afecte a él o a otras personas de su entorno, como predicadores, magistrados, vecinos, criados; y, como hemos dicho, debe recordar siempre a Dios su mandamiento y su promesa, sabiendo que no permitirá que los desprecie.
29] Esto lo digo porque me gustaría ver a la gente llevada de nuevo a orar correctamente y no a actuar con tanta crudeza y frialdad que se vuelvan cada día más ineptos para orar. Esto es justamente lo que el demonio desea y para lo que trabaja con todas sus fuerzas, pues sabe muy bien qué daño y perjuicio sufre cuando se hace un uso correcto de la oración.
30] Debemos saber que toda nuestra seguridad y protección consisten únicamente en la oración. Somos demasiado débiles para hacer frente al diablo y a todo su poder y a sus fuerzas que se despliegan contra nosotros, tratando de pisotearnos. Por lo tanto, debemos seleccionar cuidadosamente las armas con las que los cristianos deben armarse para hacer frente al diablo.
31] ¿Qué creen ustedes que ha logrado tan grandes resultados en el pasado, desbaratando los consejos y complots de nuestros enemigos y frenando sus designios asesinos y sediciosos con los que el diablo esperaba aplastarnos, y también al Evangelio, si no fuera porque las oraciones de unos pocos hombres piadosos intervinieron como un muro de hierro de nuestro lado? De lo contrario, habrían sido testigos de un drama muy diferente: el diablo habría destruido toda Alemania con su propia sangre. Ahora pueden burlarse y mofarse confiadamente. Pero sólo con la oración seremos rivales tanto para ellos como para el diablo, si perseveramos con diligencia y no aflojamos.
32] Porque siempre que un buen cristiano reza: "Padre mío, hágase tu voluntad", Dios le responde desde lo alto: "Sí, querido hijo, se hará en efecto, a pesar del diablo y de todo el mundo."
33] Dígase esto como advertencia para que los hombres aprendan sobre todo a valorar la oración como cosa grande y preciosa, y distingan claramente entre la vana palabrería y la oración por algo definido. De ningún modo rechazamos la oración, pero denunciamos los aullidos y gruñidos completamente inútiles, como Cristo mismo rechaza y prohíbe las grandes palabrerías.
34] Trataremos ahora muy breve y claramente el Padrenuestro. En siete artículos o peticiones sucesivas se comprenden todas las necesidades que continuamente nos acosan, cada una tan grande que debería impulsarnos a seguir orando por ella toda la vida.